Cartas del Director

Las mujeres europeas están jugando con fuego

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Podemos ignorar que el problema existe o encararlo sin medias tintas pese a los sarpullidos que provoque en algunos lectores. AN ha asumido la responsabilidad plena de sacar a relucir las contradicciones de nuestros enemigos políticos y defender los principios de la llamada derecha alternativa, porque tenemos el convencimiento de que la identidad, llena de recuerdos incitantes, es el único espacio donde el pueblo, con una intuición extraordinaria, terminaría descubriendo las razones extraordinarias de su continuidad histórica, de su supervivencia étnica y cultural.

La libertad de decir cosas está siendo pisoteada, pero está ahí. Pero no basta con decir ni denunciar cosas si la cobardía contagiosa nos obliga a proclamar lo que no es del todo cierto. Hoy debemos proclamar, con dolor punzante, que lo que separa a Europa del cambio político que reclamamos como urgente son los millones de mujeres que no encuentran en las ideas que aquí defendemos un significado vital de la crisis que padecemos. Ocioso es aclarar que existen ejemplares excepciones que, sin embargo, no tienen el suficiente peso demográfico.

En Austria, casi dos de cada tres mujeres votaron por la opción contraria al candidato identitario que se oponía, entre otras cosas, a la paulatina islamización del país. De no haberse producido una movilización sin precedentes del votante norteamericano varón y de raza blanca, Donald Trump habría corrido idéntica suerte que Norbert Hofer. Marine Le Pen, mal que nos pese, no fue presidenta de Francia porque las mujeres galas votaron mayoritariamente por la opción «menos mala» que representa François Fillon. Ante esta realidad se impone establecer con rotundidad que no son los musulmanes, y sí las mujeres europeas (no todas, insisto), las responsables de este derrumbe civilizacional que sólo un sectario o un mentecato dejaría de percibir.

Frente al globalismo y sus conocidos mecenas hebraícos, el nacionalismo identitario se refiere a una dimensión humana de los pueblos y a la forma en que las personas buscan y expresan el sentido y el propósito vital y la forma en que viven su conexión con ellas mismas, con los demás, con la familia, con la comunidad, con la naturaleza, la tradición y con lo sagrado. El campo espiritual es pieza fundamental de nuestro universo ideológico y abarca los retos existenciales relativos a la identidad, el significado vital de la existencia, el valor, la responsabilidad familiar, la cultura, la ética y la relación con Dios.

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Esta dimensión se relaciona también con la necesidad de encontrar significado a la genialidad personal fuera de los proyectos niveladores del dominio mundial, lo que requiere de un compromiso personal de resiliencia ante los estragos causados por los proyectos de ingeniería social concebidos por unos pocos para acabar con el alma de los pueblos, diluyendo en el olvido sus tradiciones, sus raíces humanísticas, sus identidades raciales; ahogando la disidencia en los mares del policorrectismo y atrofiando el instinto crítico y la rebeldía intelectual, la que no necesita ser subvencionada para que emerja como un caudal de luz.

En definitiva, lo que proponemos desde esta orilla es un lugar afectivo, que explore, como hicieron nuestros antepasados, con valor y coraje, las nuevas rutas y posibilidades que la vida nos brinde, donde los pueblos encuentren y mantengan los principios básicos del orden natural frente a las ideologías concebidas para reducir el papel del hombre al de bestia domesticable, sólo apta para consumir, opinar y decidir lo que las élites hayan acordado en nuestro nombre.

Se entiende las drásticas consecuencias que el advenimiento de líderes identitarios y antiglobalistas traería a ideologías como la de género, creadas artificiosamente en los laboratorios de los actuales mandamases para el debilitamiento del núcleo de la unidad familiar, imprescindible para el sostén de occidente. La Historia nos dice, desde el Egipto de Cleopatra hasta nuestros días, que las civilizaciones no desaparecen o decaen cuando se reduce su poderío militar, sino cuando los hombres dejan de ser el principio rector del orden social y de las familias.

Como defiende Yvan Bloten, la indiferencia acerca del porvenir de la tribu, propio de una sociedad totalmente feminizada, pone en peligro el porvenir colectivo: debilitamiento demográfico, inmigración invasora, desaparición del espiritu de defensa… Todo esto amenaza la supervivencia colectiva sin que la opinión pública de la sociedad mercantil dominada por el elemento femenino de manera casi exclusiva, se sienta concernida.

Millones de mujeres europeas, víctimas de un deliberado proceso de sugestión feminista, están jugando con juego.

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