Cartas del Director

Las democracias liberales son el barniz del diablo

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Inmigrantes africanos recién llegados a España bailan durante una fiesta de bienvenida organizada por grupos vecinales en Bilbao, el 28 de julio de 2018.
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Alguien sostuvo que las democracias liberales son el barniz del diablo. La definición pierde toda su estridencia y adquiere un siniestro realismo cuando en nuestro ánimo pesa la sesión plenaria de ayer en el Congreso, que abordó monográficamente la crisis del Open Arms y en general la inmigración. No es preciso recordar la importancia nuclear que AN concede a este asunto, que va a marcar indefectiblemente lo que seamos o dejemos de ser en el futuro.

.El barniz del diablo se hizo ayer más visible que nunca durante las intervenciones de los portavoces parlamentarios. Dos argentinos, Cayetana Álvarez de Toledo (PP) y Gerardo Pisarello (En Comú Podem), y una brasileña, María Carvalho (ERC), fueron los portavoces de sus partidos para abordar un tema de tanta enjundia para el porvenir de nuestra nación. Solo faltó la cubana Rocío Monasterio, en representación de Vox, para completar el cuadro.

La conclusión es que el debate migratorio representa para ellos lo que un atrezzo en la escenificación de una gran farsa. Los poses y el postureo de Cayetana Álvarez de Toledo, que se estrenaba como portavoz del PP, confirmaban la impostura de unos dirigentes con el alma de plástico. Fiel a sus orígenes, la encumbrada Cayetana estuvo pretenciosa, falsamente culta, pedante, inauténtica, superficial y farolera.

No se puede criticar la política migratoria del gobierno si tu partido obedece a los que promueven la llegada masiva de ilegales a suelo europeo. Cayetana ni nadie de su partido tendrán nunca el valor de decir alto y claro lo que supondría para Europa la absorción demográfica de su población nativa, que es el gran objetivo de las instancias mundialistas.

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Al pose artificioso de Cayetana siguió la voz chillona de Inés Arrimadas, ya gaditana sin complejos, que también quiso convencernos de que la inmigración es apenas un problema técnico y no una cuestión de supervivencia. Tanta banalidad, tanta pose y artificio, tanto mérito simulado, tanta mediocridad sin complejos, tanto arrogante exhibicionismo, tanta solemne intrascendencia y tanto fingido patriotismo, nos sirvieron de respuestas acerca del por qué España no puede esperar nada bueno de esta gente.

La crónica barnizada por el diablo recogió también el etnomasoquismo de los separatistas. Los de Cataluña reivindicaron la acogida de ilegales como principio. Y los del partido fundado por Sabino Arana tuvieron los santos bemoles de advertir contra el supremacismo blanco.

La portavoz de JxCat , Laura Borràs, fue todavía más lejos al recriminar el “viraje insólito” del Gobierno de Pedro Sánchez en política migratoria hacia “una política propia de la ultraderecha de Salvini”.

Borràs acusó al Gobierno español de permitir “que los intereses de los Estados se sitúen por encima de las necesidades de los seres humanos”. Lo que no nos dijo es si ella estaría dispuesta a practicar con el ejemplo y acoger a esos seres humanos en algunos de sus 18 inmuebles de catalana oprimida. O si pondría su Jaguar de 92.000 euros a disposición de las ONG que avituallan a los centros de acogida.

Es justo admitir que Santiago Abascal fue de lejos el que más cerca estuvo del diagnóstico correcto: “Hay una alianza entre la oligarquía, los caciques de Bruselas y la extrema-izquierda para impulsar la llegada masiva de inmigrantes a Europa”, señaló el de Amurrio. El problema es que las manifestaciones de Abascal en sede parlamentaria luego no casan con las concesiones al PP y a Ciudadanos para que implementen las mismas políticas migratorias de siempre.

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Abascal, sin embargo, no se atreve a enfocar el asunto desde una perspectiva antropológica. Soslayar esta cuestión en un debate sobre inmigración desautoriza también a Vox como parte de la solución. Estudios realizados en Dinamarca, Reino Unido, Francia, Holanda o Finlandia encontraron en los últimos años que los puntajes de coeficiente de inteligencia (IQ, por sus siglas en inglés) en las poblaciones analizadas habían disminuido considerablemente en comparación con generaciones anteriores.

De acuerdo con la investigación, publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences, la revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, la media de los noruegos nacidos después de 1975 experimentan una disminución en su IQ con respecto a los nacidos antes de esa fecha.
Si bien a lo largo del siglo XX se había registrado un crecimiento exponencial en los resultados de las pruebas de este tipo en gran parte del mundo (un fenómeno conocido como «Efecto Flynn»), algo pasó en las últimas cuatro décadas, según los investigadores noruegos, para que las cifras comenzaran a ir en picada.

La versión políticamente correcta sugiere que son factores ambientales y no genéticos los que están detrás de esto y que pueden ir desde los cambios en el sistema educativo, en la nutrición hasta el hecho de que ahora leemos menos o a que pasamos más tiempo en línea. Solo les falta apuntar el cambio climático como una de las causas de este declive intelectual.

Las poblaciones europeas han sido la punta de lanza de la humanidad porque nunca carecieron de fórmulas creativas que asombraron al mundo. No es por tanto casualidad que la penicilina, el cine, la imprenta, el Renacimiento, la Ilustración, la música clásica, las máquinas de vapor, los transportes aéreos, sean algunas de las fecundísimas e innumerables obras del genio europeo. Millones de africanos quieren venir a Europa porque este es de los pocos lugares en el mundo donde nadie muere de hambre ni nadie muere privado de la asistencia médica. Esto no habría sido así sin el nutriente étnico capaz de convertir un país carente de recursos naturales como Alemania en la cuarta economía más poderosa del mundo. Los experimentos sincretistas que la ingeniería social ha previsto para Europa supondrían una irreparable pérdida de la genialidad creativa de las poblaciones nativas y, por consiguiente, su creciente empobrecimiento. Los pueblos son el resultado de una herencia biológica de siglos. Si la herencia biológica de un europeo del siglo XVI hubiese sido sustituida por la de un etíope de nuestro tiempo, entonces es bastante probable que la humanidad no conociera hoy la imprenta, ni el telescopio, ni el secreto de la circulación de la sangre, ni la teoría heliocéntrica del sistema solar, ni el astrolabio, ni el reloj, ni los jardines botánicos que abastecían de materia prima a los médicos y farmacéuticos de la época.

Por consiguiente, ¿debería considerarse una oportunidad o una catástrofe para Europa la africanización de sus sociedad? Las élites ya han decidido que lo primero. Los que intervinieron ayer en el Congreso representan exclusivamente los intereses de esas élites resueltas a utilizar las más sofisticadas armas biológicas diseñadas en los laboratorios de la ingeniería social. Nadie habló en nombre del pueblo al que dicen defender.

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La inmigración proveniente de sociedades desestructuradas y tercermundistas nos empobrece a todos. Debería darle vergüenza a la izquierda defender tales cosas cuando dice representar a los sectores más humildes de la población. La perspectiva ante el problema es radicalmente distinta si se observa desde El Raval que desde un exclusivo casoplón en Galapagar, vigilado día y noche por agentes de la Benemérita.

Acabo esta crónica como la empecé, recordando lo que alguien dijo sobre el barniz del diablo y las democracias liberales. Estoy cada vez más convencido de que los representantes estamentales representan para Europa un plan satánico de vida, antagónico a la civilización cristiana de Occidente, fuente de todos nuestros bienes.

Lo visto ayer en el Congreso no es más que un reflejo de una sociedad decadente, en crisis terminal, y sin apenas contrapesos efectivos para revertir el curso de unos acontecimientos que nos están conduciendo al infierno en la tierra.

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