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La verdad sobre el entierro de Franco

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Es absurdo echar de un sitio a quien nunca quiso, en primer lugar, ir a parar allí. En todos los medios nos ocultan que NO consta en ninguna parte que Franco expresara, claramente, su voluntad de ser enterrado en el Valle de los Caídos. Y sin embargo, en el circo penoso que tiene montado el Estado con el tema, se pretende marear ahora a un cadáver que nunca pidió esa posada.
Lo que sí consta es la voluntad del también patético Gobierno de entonces, ya no con Franco (ni el asesinado Carrero Blanco) a la cabeza. Y consta la firma de un campechano monarca que ahora calla, como lo que es, pero que aprobó el interesado decreto de enterrar a Franco en el Valle de los Caídos: “yo, el Rey…” Y lo hizo por pura conveniencia, como veremos. Un gran “estratega” que ahora, como es su costumbre, no da la cara para defender SU decisión, ni la tumba de aquél a quien todo debe.
¿Por qué te callas ahora, Campechano? Esto habría que preguntarle al exmonarca, que empezó a traicionar a Franco ya en vida de éste. Porque apenas esperó la muerte de quien fue, para el Borbón, mucho más que un padre. Ya antes se quitaron de en medio a mi paisano, Carrero, que sí fue fiel a su jefe y a la sagrada independencia de España. Muy al contrario, este borbónico “creador de la democracia” dejó hacer y deshacer, fuera de todo control popular, a los peores granujas de su tiempo. A la peor casta genocida y ladrona, de dentro y fuera de nuestro país. Ésos que los peperos llaman los “padres de la patria”. Y el resultado es lo que tenemos y que una mayoría ignorante describe como “la democracia”: una España cada día más dividida, insegura y miserable a nivel económico y moral. Ninguna ventaja de este Régimen compensa todo lo perdido en “la Transición”.
No es ningún secreto que las fechorías del Borbón y sus amigos empezaron muy pronto, apenas Franco cerró los ojos. Por de pronto, en los tres días siguientes, los sinvergüenzas que le sucedieron se dieron una prisa increíble en enterrar cuanto antes a un muerto incómodo. Tengamos en cuenta que Franco (y Carrero) luchó toda su vida contra las injerenCIAs de la CIA y demás mafias extranjeras… Pero ellos no eran sino agentes infiltrados de esos poderes. Franco (y Carrero) miraba cada céntimo de los presupuestos del Estado… Pero ellos ya tenían preparado el ruinoso y mafioso modelo autonómico. Franco (y Carrero) impulsaron el país con servicios públicos de calidad, industria y una moral basada en el trabajo y la familia… Pero ellos ya venían con el credo de la masonería, el negocio criminal de la heroína y el terrorismo de Estado (también llamado ETA).
A Franco todos le respetaron en vida, aunque ya antes de muerto pudo advertir que en su entorno se conspiraba contra él. Contra esa España que él creía mejor y, sobre todo, independiente de los poderes extranjeros que hoy nos desgobiernan y agreden (véase la subversión separatista). Una soberanía que se defendía con unas Fuerzas Armadas propias, ciudadanas, que ahora han sido sustituidas por la extranjera y terrorista OTAN. Así nos va.
La poca prisa que se está dando el “Gobierno” actual, para acometer la presente travesura, contrasta mucho con la urgencia de Juan Carlos y su banda por enterrarlo. Ellos sí apretaron el acelerador para facturar, cuanto antes y lejos de Madrid, un cadáver que les resultaba molesto. Había prisa por borrar cuanto antes lo bueno que hubiera, en ese Régimen de Franco, y quedarse sólo con lo peor: la falta total de democracia de esta dictadura, que sigue siendo, con elecciones amañadas incluso con golpes terroristas (11-M) y pucherazos. Ni en la Cuba de Castro lo hacen mejor.
Por algo le enterraron en el apartado Valle de los Caídos, cómo no, para evitar un sepelio masivo como no tendrá el Borbón. Para que el muerto no pudiera ver de cerca los efectos de la heroína en la juventud, apenas hubo fallecido, o la implantación de las autonomías a base de bomba. O el aborto que asesina a 200.000 españoles cada año (un gran negocio, por cierto). O el robo sistemático de los recursos públicos, en cada pequeño ayuntamiento. O la okupación de viviendas familiares por la fuerza. O el desmantelamiento total de lo que antes era nuestro Ejército, ése que Franco profesionalizó y al cual entregó hasta el último minuto de su vida.
La postura de la Iglesia institucional, de las Fuerzas de Seguridad y del monarca ha quedado clara: aprueban sin fisuras la profanación de un lugar sangrado, de una iglesia, como aperitivo de un atentado mayor: es la Cruz lo que molesta y van a por ella. Y a liquidar lo que queda de España.

¿Se lo vas a consentir? 

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