El reloj del clima instalado por el ministro Roberto Cingolani en la fachada del ministerio italiano de la Transición Ecólogica está en cuenta regresiva: al parecer estamos a menos de 7 años de que se produzca la catástrofe climática causada por el efecto invernadero.
Ese reloj no se basa en las predicciones del GIEC –la comisión sobre el cambio climático creada por la ONU ((Más exactamente, el GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) es un órgano de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) pero está patrocinado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). El GIEC fue creado por iniciativa de la primer ministro británica Margaret Thatcher, cuya intención era encontrar argumentos contra los sindicatos de los trabajadores británicos de las minas de carbón convenciendo a la opinión pública de que era necesario desarrollar la industria nuclear como fuente de energía “limpia”. Los científicos del GIEC conforman ese Grupo no como científicos sino como funcionarios representantes de sus gobiernos respectivos. El GIEC no está capacitado para criticar esta o aquella teoría y su trabajo se limita a elaborar un “consenso” sobre la formulación científica de las políticas públicas. Para más detalles, ver el estudio en 3 partes «El pretexto climático», por Thierry Meyssan, Оdnako (Rusia), Red Voltaire, 22 de abril de 2010.)) – sino en las afirmaciones del Mercator Research Institute on Global Commons and Climate Change (MCC) de Berlín ((A pesar de su nombre, el Mercator Research Institute on Global Commons and Climate Change (MCC) no es un instituto de investigación científica sino un think tank político. Nota de Red Voltaire)).
Así que, basándose en lo que afirma el MCC de Berlín, ese “reloj” calcula que la temperatura media mundial, que aumentó en alrededor de 1 grado centígrado desde la era preindustrial de 1750 (o sea, en 3 siglos), podría elevarse en 2050 en 1,5 grados centígrados por causa del CO₂ (dióxido de carbono) lanzado a la atmósfera por la actividad humana que intensifica el “efecto invernadero”.
Pero según los científicos vinculados a la ONU lo que contribuye de manera secundaria al calentamiento climático es la intensificación de la actividad solar, factor que otros científicos ven como causa principal del tan llevado y traído «cambio climático».
En la PreCOP de Milán, cuyo principal organizador fue el ministro Cingolani, el complejo marco científico del cambio climático y de sus consecuencias para el medioambiente fue representado con una serie de técnicas que le daban la apariencia de un film del género “catástrofe”.
Después de ver la previsión “científica” según la cual en 7 años el planeta Tierra será devastado por la catástrofe climática, los 400 jóvenes que el ministro Cingolani había traído de todo el mundo exigieron que la industria energética basada en las fuentes de energías fósiles se cierre antes de 2030, que los gobiernos cesen inmediatamente de financiarla y que la sustituyan con «energía verde» exenta de emisiones de CO₂, objetivo que el ministro Cingolani se comprometió a cumplir.
El hecho es que ese objetivo sería efectivamente alcanzable… si Italia contara con un plan estratégico para crear un sistema energético integral basado en la explotación de la energía solar fotovoltaica y, sobre todo, termodinámica –mediante el uso de espejos que concentran los rayos solares– y también en la creación de grandes parques eólicos, principalmente en el mar, con turbinas eólicas flotantes o instaladas en aguas poco profundas.
Pero el innovador proyecto de instalación solar termodinámica concebido por el Premio Nobel [italiano] Carlo Rubbia –proyecto que habría permitido satisfacer la tercera parte de las necesidades de Italia en energía eléctrica con varias centrales solares y cero emisiones de CO₂– fue deliberadamente enterrado y esa tecnología se utiliza ahora en China. Por otro lado, la creación de parques eólicos en aguas costeras ha encontrado tantos obstáculos que sólo ha podido instalarse uno, en Tarento.
La “solución” del ministro Cingolani es la energía nuclear. Así lo dijo públicamente el propio Cingolani cuando Matteo Renzi lo invitó a la escuela de formación política de Italia Viva ((Italia Viva es el partido político creado por el ex primer ministro italiano Matteo Renzi. Nota de Red Voltaire)) y el ministro apadrinó un coloquio de apoyo a la industria nuclear.
No es casualidad que eso haya sucedido justo después del encuentro de Cingolani con John Kerry, hoy enviado especial del presidente de Estados Unidos para el medioambiente –el propio Kerry se oponía antes a la energía nuclear y ahora se ha convertido en su defensor.
Por supuesto, Matteo Salvini se puso de inmediato del lado de Cingolani, declarando: «¿Una central nuclear en Lombardía? ¿Cuál es el problema?» Así que se ha implantado en Italia el poderoso grupo de presión favorable a la energía nuclear, que ya obtuvo en la Unión Europea un primer y fundamental resultado: el Centro Conjunto de Investigación, con mandato otorgado por la Comisión Europea, ha incluido el sector nuclear entre las «fuentes energéticas verdes» que cuentan con apoyo y financiamiento de la Unión Europea para eliminar las emisiones de CO₂ de aquí al año 2050.
La Unión Europea reactiva así la industria nuclear, precisamente en momentos en que ese sector se halla en una profunda crisis por causa de sus crecientes costos y problemas técnicos. Mientras que las centrales solares son capaces de producir más electricidad, sin costos adicionales ni emisiones peligrosas, ya se prevé, sólo para almacenar temporalmente la enorme cantidad de desechos radiactivos provenientes de las centrales nucleares de la Unión Europea, un gasto de entre 420 y 570 000 millones de euros.
A eso hay que agregar el enorme gasto que representa el desmantelamiento de ese tipo de centrales, que ya han alcanzado o sobrepasan en su mayoría su tiempo límite de explotación (35 años), lo cual las hace más costosas y peligrosas.
Mientras tanto, la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha autorizado que se viertan en el mar más de un millón de toneladas de agua radioactiva acumuladas en la central nuclear de Fukushima desde el accidente de 2011. Por supuesto, el resultado será un incremento de los fallecimientos por cáncer causados por esta «fuente de energía verde»