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La suma estratégica de PP y Ciudadanos

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Arrimadas, en una comparecencia en el Congreso
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Narciso Michavila.- La convocatoria electoral al Parlament, anunciada por el president Torra, convierte el año 2020 en el primero con elecciones en las tres Autonomías históricas, con permiso de los andaluces, pues Galicia y País Vasco agotan sus legislaturas en septiembre. En el actual escenario electoral, la incidencia política de las tres citas excede su capacidad de decidir gobiernos regionales al impactar directamente en el voto nacional. Así está sucediendo últimamente: la irrupción nacional de Podemos se produjo por el sorpresivo resultado en las Europeas de 2014, la de Ciudadanos por sus resultados en las Andaluzas de 2015 y la de Vox en las de 2018.

Conscientes de ello, los partidos otorgan a las elecciones de segundo orden una importancia estratégica, pensando más en el día de después que en el mero resultado de la noche electoral. En un año de primarias en el partido Demócrata y presidenciales en EEUU, en España vamos a vivir una suerte de primarias donde vascos y gallegos primero, y catalanes después, marcarán el rumbo electoral de la legislatura. Una de las decisiones de mayor calado será la posible alianza electoral entre el Partido Popular y Ciudadanos, no tanto por su capacidad de alterar el resultado en las tres regiones, como por su incidencia en las elecciones generales: mientras existan tres listas a la derecha del PSOE, gobernará Sánchez. Ha sido, hasta la fecha, su mayor acierto estratégico.

Galicia y el País Vasco presentan gran estabilidad. En ambas regiones es previsible la recuperación del Partido Socialista a costa de Podemos que, en todo caso, no alterará los gobiernos actuales, como tampoco lo hará el ascenso del BNG. El panorama catalán, por el contrario, es mucho más incierto y volátil. Tanto Feijóo como Urkullu tienen más que asegurada la reelección, en el caso del gallego gracias a una nueva mayoría absoluta. Ambos aparecen ahora como el contrapunto a la temeridad, la improvisación y la prepotencia que imperan últimamente en Madrid y Barcelona.

La coalición de Ciudadanos y del PP es percibida como positiva por ocho de cada diez electores de ambas formaciones, según constata el último barómetro de GAD3 para ABC; por el contrario, es negativa para siete de cada diez votantes de Podemos y nacionalistas, tampoco es del agrado del electorado socialista.

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La fórmula, por tanto, tendría varias ventajas electorales para las dos formaciones: es bien vista por sus electorados, lo que les garantiza mejores resultados que por separado, y les permite explorar fórmulas futuras de colaboración.

Sería lógico que la fórmula de la colaboración se adaptara a la realidad política de cada territorio: en Galicia la marca PP, por ejemplo, es un gran activo, pero está muy desgastada en Cataluña. Tiene lógica electoral una Cataluña Suma liderada por Ciudadanos pero sería un error de manual reemplazar al PP de Galicia por una Galicia Suma. Sea como fuere, los mayores réditos electorales los tendrán ambas formaciones en las futuras elecciones municipales y generales donde la fragmentación del voto tiene mayor incidencia. Las alianzas que no sean capaces de hacer ambas formaciones antes de las elecciones, las harán los electores en las urnas.

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