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La maldición divina se cierne sobre la España herrumbrosa de Pedro Sánchez

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AR.- Mil novecientos años antes de nuestra era Lot, sobrino del patriarca Abraham, se había instalado en la ciudad de Sodoma, vecina de Gomorra, cerca de lo que ahora es el mar Muerto. “Entonces el Señor dijo a Abraham: “El clamor contra Sodoma y Gomorra resulta ya insoportable, y su pecado es gravísimo. Por eso bajaré a ver si realmente sus acciones son tan malas sus acciones como el clamor contra ellas me lo indica; y si no, he de saberlo” (Génesis 18,20). Dios quería asegurarse antes de actuar de que la actitud de los pervertidos habitantes de Sodoma y Gomorra no dejaba ya lugar al arrepentimiento. Así pues, envió a dos ángeles a la ciudad pues deseaba encontrar alguna razón para poder no destruirlos.

El mismo Abraham, que profesaba un gran cariño a Lot y a su familia, quiso negociar con Dios la posibilidad de salvar Sodoma: “¿De veras vas a exterminar al justo junto con el malvado? Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Exterminarás a todos, y no perdonarás a ese lugar por amor a los cincuenta justos que allí hay?”. Pero resultó que no quedaban ni siquiera diez justos en una ciudad que contaminaba irremisiblemente a todo el que en ella habitaba.

Los ángeles llegaron a casa de Lot bajo la apariencia de dos jóvenes hermosísimos, plenos de masculina santidad.

Cuando se enteró la ciudad de la visita de aquellos tiarrones se agolparon los varones a las puertas de la casa del justo Lot exigiendo su entrega inmediata, pues querrían abusar de ellos y sodomizarlos (de ahí viene la palabreja). Lot salió de la casa y se dirigió hacia ellos, cerrando la puerta detrás de sí, y les dijo: “Les ruego, hermanos míos, que no cometan semejante maldad. Miren, tengo dos hijas que todavía son vírgenes. Se las voy a traer para que ustedes hagan con ellas lo que quieran, pero dejen tranquilos a estos hombres que han confiado en mi hospitalidad.” Pero ellos le respondieron: “¡Quítate del medio! ¡Eres un forastero y ya quieres actuar como juez! Ahora te trataremos a ti peor que a ellos.” Lo empujaron violentamente y se disponían a romper la puerta. Los ángeles entonces, haciendo gala de su poder, dejaron ciegos a aquellos depravados sodomitas e indicaron a Lot la necesidad de huir de la ciudad para salvar la vida pues, comprobado el envilecimiento de la población, Sodoma y Gomorra serían destruidas inmediatamente.

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Lot, obediente a la voz de Dios, salió por piernas de la ciudad maldita sin mirar atrás -no así su mujer que quedó convertida en estatua de sal por desoír las indicaciones divinas- y vio a lo lejos la columna de humo que subía al cielo desde Sodoma y Gomorra, destruidas por la lluvia de fuego y azufre.

Hasta aquí la Historia Sagrada que muestra a un Dios misericordioso con el pecador arrepentido, pero infinitamente justo cuando se abusa de su Bondad y se rechazan sus avisos. ¿No podría ser, por cierto, la epidemia global de coronavirus una seria advertencia a un mundo desbocado por las sendas de la más abyecta degeneración moral y por ende también material? Una economía precarizada fundamentada en el trabajo esclavo de millones de personas, trabajando sin vacaciones ni seguro social de lunes a domingo para abaratar los costes de producción. Un Occidente proletarizado, con un paro endémico subvencionado hasta la saciedad para preservar la paz social de unos gobiernos envilecidos y corruptos. ¿Y el escándalo que suscitó en la viciosa Unión Europea el presidente Vladimir Putin al afirmar: “Mientras yo sea presidente de Rusia siempre habrá papá y mamá”? ¿No es esa la prueba más evidente de la descomposición moral y espiritual de un Occidente envilecido por sus iniquidades?

Miremos nuestra pobre España. Desde hace más de cuarenta años se ha sometido a la población a la más profunda descomposición moral para subyugarla con la esclavitud del vicio y la deshonestidad. “Se corrompieron cometiendo iniquidades. ¡No hay quien obre el Bien!”, reza la Sagrada Biblia… Familias destruidas por el divorcio y el concubinato recurrente, la fornicación y el adulterio. El aborto criminal instalado ya en la conciencia social como un derecho irreversible. La perversión de los conceptos y la trashumancia de los ideales. La eutanasia como infalible solución al colapso de las pensiones y bálsamo de comodidad para unas familias que, tras aprovecharse del viejo, le darán asépticamente el matarile. La homosexualidad y el lesbianismo promocionados por el poder como la única manera de establecer relaciones sanas con el prójimo, pues las naturales de hombre con mujer son de “alto riesgo”.

Y la ideología de género convertida e ideología de Estado con su retahíla de vicio, pobredumbre, peste y depravación, inducidas desde la más tierna infancia por profesores/as amorales o profundamente cobardes, que tratan a sus alumnos infinitamente peor que en las escuelas de Stalin. Militares y policías sin honor ni honradez, dispuestos a distraer sus conciencias con aquello de la “obediencia debida” y su sueldecillo a fin de mes, cuyas conversaciones más elevadas se refieren a su pensión de jubilación.

Gobernantes corruptos, repletos de mentira y doblez, ligeros para el mal, soberbios y a la vez apáticos, incompetentes e incapaces de sacarse una carrera de letras sin copiar en el examen. Falsificadores de tesis y de currículos, purriosos estudiantes, mequetrefes con cartera de ministros cuyo objetivo supremo es cretinizar a las masas para que trabajen, paguen impuestos y después ¡revienten!

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¿Y los pastores de la Iglesia? Perros mudos, amordazados por el 0.7 de la Declaración de Renta: Las treinta monedas de plata con las que venden ¡el Evangelio de Jesucristo! El plato de lentejas estofadas con el que negocian su primogenitura, su liderazgo ante el pueblo de Dios. Han pasado meses y años en silencio dejando como el pecado y la corrupción hicieran mella en su rebaño, huyendo del lobo que devoraba a sus fieles. No han dado ningún criterio moral para juzgar según la doctrina de Cristo lo que nos rodea, haciéndonos creer así que esta envilecida democracia es el mejor mundo de los posibles. Renunciaron a su sagrado deber de defender los lugares de culto y enterramiento, entregando a los enemigos de Cristo el cadáver del Caudillo invicto que los salvó de la muerte.

“Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, -por muchas procesiones que haga- pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres”. Luego llamó a la gente y les dijo: “Oíd y entended. No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre». Entonces se acercan los discípulos y le dicen: «¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra?» Él les respondió: «Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo” (Mateo 12, 14).

Sí, en el hoyo del coronavirus. Esa enfermedad maligna que ha puesto en evidencia la debilidad de una Europa corrompida por sus vicios y la estupidez de una España, convertida por el poder en un “infierno de cobardes”, dispuestos a abandonar a su propia madre para salvar su pobre personita.

Que el virus que arrasa ya España sea el instrumento purificador que convierta de una vez esta santa Cuaresma en auténtica escuela de conversión, de penitencia y de arrepentimiento para que cada bautizado se convierta en testigo y aun en mártir de una verdad que el mundo no quiere oír: “En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís todos acabaréis del mismo modo”.

La desgracia material del coronavirus puede ser aquel revulsivo que aleje de nosotros la esclavitud de la depravación moral y hasta material y, si somos fieles a la doctrina de Cristo -a aquella doctrina de auténtica libertad que nos enseñaron nuestros padres y abuelos- encontremos, donde muchos ven desesperación y angustia, nuestra propia salvación.

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“Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación” (Lucas 21, 20-28). ¡Dios lo quiera!

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