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La libertad es un patinete

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Salvador Sostres.- Desde las manifestaciones contra la globalización y la guerra de Irak que empezaron en 2002 y 2003, los barceloneses hemos tenido que ir asumiendo que cualquier idiota puede tomarnos de rehenes en nuestra propia ciudad. Los alcaldes socialistas, Clos y Hereu, tal como luego Xavier Trias y ahora Ada Colau, no dieron nunca la cara por nosotros. Siempre nos vendieron. Ha sido total y absoluta la impunidad con que los antisistema, los independentistas, las feministas, los taxistas y desde el sábado los chóferes de Cabify han podido pisotear nuestra libertad y nuestra vida, impidiéndonos la libre circulación y usándonos de carnaza para sus reivindicaciones. En Barcelona tienen prioridad y carta blanca los majaderos en manada ante las personas ordenadas, aseadas y decentes que tratan de vivir sus vidas sin molestar a los demás y sin que los demás les molesten.

En verano los taxistas fueron los que nos atacaron, no sólo dejándonos sin servicio sino yendo explícitamente a por nosotros y a por nuestras familias, cortándonos las principales avenidas con el argumento de que sólo si nos perjudicaban ostensiblemente conseguirían que la administración les hiciera caso. Ante semejante atropello nos hicimos de Cabify y al menos durante unos meses dejamos de tomar taxis. Pero Cabify, en lugar de aprender de los errores de la competencia, y de entender por qué nos habíamos convertido en sus clientes, ha caído en la misma bajeza y desde el sábado nos ha convertido también en sus rehenes, siguiendo la estupidísima estrategia taxista de despreciar, insultar y linchar a sus clientes. Nos atropelló el taxi, nos atropelló Cabify y el Ayuntamiento hace años que nos ha abandonado. Nos hemos quedado solos, cautivos y desarmados.

¿Qué nos queda? Quién me iba a decir hace unos meses que ésta sería mi respuesta: nos queda el patinete. El patinete eléctrico. La start up catalana Reby ha distribuido cientos de patinetes eléctricos por la ciudad y basta con bajarse la aplicación para desbloquearlos. El precio es irrisorio: un euro para empezar y 15 céntimos por minuto.

Es un transporte veloz, vertical, silencioso, algo inestable -pero más inestable, ¡y más humillante!, es ser el rehén de unos chóferes- y que cumple perfectamente con su propósito. Como no podía ser de otra manera, Ada Colau ha empezado a perseguir y a multar a Reby, porque en su obsesión totalitaria, en su enfermizo odio a la libertad, quiere arruinar cualquier iniciativa empresarial -y más si es brillante y sirve de estímulo creativo a la ciudad- y va aprovechar los pocos meses que le quedan en el cargo para acabarnos de machacar y condenarnos a su mismo atraso intelectual, cívico y moral: el que la ha llevado a ser la más nefasta y vergonzosa alcaldesa que Barcelona haya tenido jamás.

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Para los que más que en el alquiler creemos en la propiedad -en la era de Podemos, nosotros tenemos- la tienda Emovity, en Casanova con Travesera, vende el Semon de los patinetes eléctricos, que son los Inokim, una marca israelí -¡nuestra!- que ha hecho con los patinetes lo que Steve Jobs hizo con el iPhone: una máquina eficaz, de funcionamiento intuitivo, de tacto sensual, tan hermoso y gustoso que se convierte en una finalidad en sí mismo más allá de su utilidad.

Estos patinetes son el esplendor de la ciudad. Son el vigor de Israel, que es el vigor de la libertad. Y son tu vigor de hombre que le ha perdido el miedo a los viejos chantajistas de la Historia: los sindicatos, los políticos cobardes de la izquierda que prefieren el buenismo de victimizar al delincuente que defender al vecino que crea riqueza y paga impuestos, los convenios igualitaristas que pulverizan cualquier riqueza y la regulación colectivista que es el refugio de mediocres e ineptos para que los demás les continuemos pagando sus chiringuitos deficitarios cuando la competencia, el talento y el progreso de la Humanidad se los lleva por delante.

La libertad es un patinete eléctrico en esta ciudad tomada por la barbarie. El deseo de mundo mejor, la esperanza de concretarlo, la velocidad y el viento frío de enero susurrándote al oído: “no temas, eres inmortal”.

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