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La “envidia de pene” de las feministas ya causa agresiones sin provocación en todo el mundo

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Otro suceso que expone un aspecto del feminismo radical: el odio patológico al varón en general. Ello se debe, posiblemente, a una reacción enfermiza que se da en algunas mujeres y que Freud achacaba, de modo absurdo, a todas: la “envidia del pene”. Pero también se debe a la cobardía de los varones españoles, que una y otra vez votan a los partidos políticos responsables de que el monstruo esté fuera de control, dado sobre todo la impunidad de la que goza para hacer el uso de su poder que ven ustedes en las imágenes. No valen rasgamientos de vestiduras por parte de los hombres cuando este aquelarre feminista es una de las consecuencias de su desvirilización.

El vacío dejado, el sitio desertado por unos hombres reblandecidos y amorfos al punto de no tener ya de hombres ni las ideas, ni las actitudes, ni el carácter y apenas la apariencia (y no siempre) permite a las mujeres ejercer su tiranía de la forma que ustedes pueden contemplar. Imagine el lector las consecuencias penales que tendría para cualquier hombre hacer lo que estas guarras en plena calle, agrediendo y mortificando a personas del sexo opuesto.

Cuando las sociedades se transforman en rebaños destinados al matadero y los hombres en caricaturas de hombres, suena entonces la hora de este tipo de mujeres. Del desorden y de la confusión, surge esta con la despreocupada alegría y la liviandad de su sexo, dispuesta a instaurar «el reino de la hembra que, hasta el día de hoy, en los siglos de los siglos, no ha inventado más que el punto de cruz y las fundas para los sillones», al decir del escritor francés Paul Guth (1910-1997) en «Le mariage du Naïf», 1957. La victoria del mundo-mujer.

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¿Qué hacer ante estas legiones de amazonas poseídas por la misandria como por un mortal virus globalista? Bajo esta aparente demanda de igualdad, lo que late es un irracional odio al hombre, el cual, a su vez, no es sino una manera de camuflar su rechazo a la propia feminidad. De este hontanar putrefacto surgen patologías a go-go, dignas de un psiquiatra de guardia, que ve micromachismos por todas partes, patriarcados a espuertas, agresiones por doquier; que pretende feminizar los semáforos, hacer baños unisex, y destrozar nuestra maravillosa lengua para crear un grotesco esperanto inclusivo trufado de los/las, ciudadanos/ciudadanas… y las esperpénticas arrobitas, que caen sobre nuestro idioma como una lluvia de azufre, como langostas hambrientas: l@s ciudadan@s. Que les den.

Y que son malas, pero pueden ser peores. Por ejemplo, quieren ser tan iguales que abortan que es una maravilla, porque, como dice Camila Vallejo —“musa” de Podemos, por cierto—, que irrumpió en el Congreso de Chile con una camiseta apoyando la pederastia, dijo en cierta ocasión algo que pone los pelos de punta: “El feto es un parásito en el vientre de la mujer”. Diabólicamente globalista, que alcanza el summum del horror cuando grafitean en las iglesias una de las frases más satánicas que hemos visto: “Os beberéis la sangre de nuestros abortos”.

Pero su triunfo es de corta duración, ya que la decadencia en medio de la cual establece su soberanía es una etapa efímera y sin mañana, apenas la antecámara de la caída final. La mujer (y sus aliados naturales, los homosexuales y la beatería bienpensante, más todos los enfaldonados de logia y sinagoga; estos últimos, más que aliados, amos en toda circunstancia) no reina nunca más que sobre un mundo desecho abocado al derrumbe próximo.

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