Opinión

La disyuntiva entre Sánchez o Casado

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Escribo estas líneas jornadas antes de la previsible victoria de Pedro Sánchez en las elecciones del 10-N, lo que nos hace presagiar la instauración de un frente común con los podemitas, de calamitosas consecuencias para el futuro de España. El PSOE lleva años deslizándose por la radicalidad como principio político. La exhumación de Franco ha sido tan sólo el pretexto para la desestabilización de España, la burda coartada de una organización política que, junto con otras emparentadas ideológicamente, ya nos abocó a una guerra civil hace 81 años.

No voy a perder el tiempo ni se lo haré perder a ustedes concibiendo falsas esperanzas respecto a la redención moral de los socialistas. Tampoco sobre la deseada catarsis de una derecha liberal obstinada en que las cosas no cambien cuando ha tenido todo el poder en sus manos para recomponer la gran obra de demolición moral puesta en marcha por los gobiernos de izquierda. Por desgracia son muchos los españoles que desconocen la historia real de España y el papel siniestro que el PSOE ha jugado en ella.

Cuando Primo de Rivera instauró su dictadura en 1923, buscó y obtuvo la cooperación oficial del Partido Socialista y de su central sindical, la UGT. El jefe de los socialistas españoles, Largo Caballero, fue nada menos que consejero de Estado en la dictadura militar primorriverista. El decreto de organización corporativa de noviembre de 1925 instituyó los comités paritarios dominados por los socialistas que, luego, trataron de sacudirse el sambenito de colaboracionismo explicando el uso propagandístico que habían hecho de esos comités. Tan embusteros compulsivos como siempre.

Las elecciones de 1933, las segundas que celebraba la agitada II república, se saldaron con el aplastante triunfo electoral de la CEDA de Gil Robles, lo que desconcertó por completo a las izquierdas. Aquel inesperado y rotundo triunfo vino a confirmar el fortísimo entronque popular de las derechas, algo que el PSOE no quiso ni pudo aceptar nunca. “Frente a la traición, nuestro deber es la revolución”, peroraba Largo Caballero en uno de sus incendiarios discursos post electorales. Es decir, si las urnas no nos dan la razón, quitémosle la razón a las urnas y apostemos por la asonada revolucionaria. Se pueden ustedes imaginar lo que habrían hecho de haber tenido al Ejército de su parte.

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Los resultados de aquella revolución golpista son por todos conocidos. Centenares de víctimas mortales, ciudades asturianas destruidas, una fractura social que tardaría décadas en restañar sus heridas y, para muchos, el preludio de la ya inevitable contienda civil. Solo el PSOE fue responsable de aquel agrietamiento súbito que, a partir de entonces, haría irreconciliables las posturas. Si pudiera emplearse en historia política el lenguaje penal, la culpa de aquella revolución-golpista fue de las izquierdas representadas por el Partido Socialista, en un puro movimiento de reacción ante la inminente toma del poder por las derechas, a quienes democráticamente correspondía.

Ni siquiera se esperó a que la tentativa golpista tuviese la complicidad de los errores gubernativos. El nuevo gobierno, con tres ministros de la CEDA, se conoció el 4 de octubre. A la mañana siguiente, cuando los ministros aún no habían tomado posesión aún de sus despachos, comenzó en toda España la huelga general revolucionaria decretada por el PSOE y la UGT.

El Consejo de Ministros decretó el día 6 el estado de guerra en toda España. En Madrid fracasa la revolución golpista tras esporádicos tiroteos en dependencias públicas. El ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, nombró asesor especial al general Franco, quien llamó inmediatamente al teniente coronel Yagüe para mandar una columna de desembarco sobre Asturias, que desde el principio apareció como el foco principal de la rebelión golpista. Franco se convirtió así en el principal valedor y defensor de la legalidad vigente, recibiendo las mismos parabienes y las mismas adhesiones que 48 años más tarde recibiera el jefe del Estado español, a la sazón Rey, con ocasión de los hechos, bien conocidos, del 23 de febrero.

Con la rebelión golpista de 1934, el PSOE perdió toda la autoridad para condenar el Alzamiento de 1936, sin duda uno de sus argumentos recurrentes en los últimos años. No así el dato de que fuese un socialista, Prieto, el encargado de arramblar con todas las reservas del Banco de España.

Y es que los socialistas siempre han tenido un mismo objetivo: alterar la convivencia entre los españoles. El PSOE ha sido siempre un proyecto sin salida, un oximonon antiespañol, sustentado en las mentiras, la corrupción y las pistolas. Cabe reseñar que socialistas fueron los miembros de la Guardia de Asalto que asesinaron al dirigente derechista José Calvo Sotelo. También es prudente recordar que, sin el apoyo de muchos socialistas en los años 60 y 70, ETA posiblemente no habría sobrevivido hasta nuestro días.

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Así que no nos engañemos más ni nos extrañemos de que hoy, el PSOE recurra a la misma estrategia que entonces: desestabilizar y añadir confusión a la vida española.

No hago responsable sólo a la izquierda de lo que sucede. Las intenciones de la izquierda nunca fueron oblicuas. Responsabilizo al PP en igual o mayor medida por renunciar a la aplicación de un programa ideológico coherente con los principios que defienden millones de españoles y por dejar ahora a esos millones de compatriotas a los pies de los caballos.

El terror de la derecha liberal a los métodos matonistas de la izquierda les hace también ser cómplices de este desastre en que se ha convertido la vida española. Lo primero que hizo Rajoy al llegar al poder fue mantener el programa ideológico de la izquierda. Nada regocija más a la izquierda para el cumplimiento de sus siniestros objetivos que la laxitud de sus oponentes, el debilitamiento de la autoridad y, más aún, la infiltración en algunos órganos de personas de su confianza.

No estaría escribiendo hoy sobre esta terrible patología social que es el encanallamiento de la izquierda española si una parte del Estado, de la sociedad civil y de la derecha social se hubiesen comprometido a mantener una lucha sin fisuras, eficiente y sistemática contra ella.

Por desgracia, las matemáticas son tozudas y la de Pablo Casado se dibuja como la única alternativa posible a Sánchez.

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Por desgracia es mucho lo que nos jugamos en los próximos años como para andarnos por las ramas. Lo que busca Pedro Sánchez es el gobierno a toda costa, apoyado en la izquierda podemita y los separatistas, la implantación de los objetivos mundialistas, el reemplazo demográfico de los españoles, el sometimiento de la nación al interés de los separatistas, la represión de las ideas que aquí defendemos con los métodos expeditivos empleados por los bolivarianos, la persecución de los católicos, la disolución de todo cuanto conserve algún valor moral, además de abocarnos a la rúnica económica.

Es verdad que el PP nos ha defraudado a todos, que ha incumplido todo aquello que le hizo contar con el apoyo de cientos de miles de votantes no liberales, que carece de todos esos principios que en campaña dice defender, que ha convivido con la corrupción de forma escandalosa, que Mariano Rajoy demostró falta de agallas, que mencionar a muchos de sus dirigentes no nos sería posible sin una sensación incontenida de asco, pero con todo lo anterior, será cien veces preferible a un Frente Popular, si los que tenemos conciencia del problema seguimos sin hacer nada para acercarnos a la solución.

Quiero que los lectores mediten seriamente sobre si merece la pena que intentemos responder a la apremiante exigencia de una derecha alternativa fuertemente comprometida con nuestro destino. Y si pese a las evidencias presentes e históricas decidimos mantenernos en el actual inmovilismo, atacándonos los unos a los otros, para mayor gloria de los que persiguen el ancestral «divide y vencerás», entonces no nos quedará otra que apelar al voto menos malo para que el naufragio no nos pille con lo puesto. Eso o la tragedia para España que se barrunta en el horizonte. Solo que esta vez será ya definitiva, sin que nadie pueda rescatarnos, porque no habrá Estado, ni pueblo, ni ejército, ni raza, ni civilización, ni siquiera país que pueda resistir otra pasada por la izquierda radical encabezada por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

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