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Irán: ¿Cuándo dejarán las feministas occidentales de ser hipócritas? Por Yves Mamou

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En Irán mueren mujeres por no llevar el velo, pero en Europa Occidental el silencio de las feministas es abrumador.

¿Qué impide a las feministas occidentales apoyar a las mujeres iraníes que se rebelan -una vez más- contra la policía de la moral islámica y el uso obligatorio del hiyab? Las mujeres iraníes no sólo están obligadas a llevar el velo sin dejar que sobresalga un mechón de pelo, sino que también tienen prohibido bailar en público, montar en bicicleta o pasear en compañía de un chico, por no hablar de todas las demás actividades sociales en las que la exhibición del cuerpo femenino puede despertar la mirada de los hombres.

Este auténtico ataque a las libertades de las mujeres debería despertar la ira de las feministas de todo el mundo occidental, desde Brest hasta Vladivostok, pasando por Nueva York y San Francisco, si fuera posible.

Pero no, nada.

Hay tres razones para este silencio: el miedo, la preocupación por la propia imagen y la complicidad política.

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El miedo. El miedo a los musulmanes es real. Están ahí, y no dudan en atacar a cualquiera que no respete sus normas, sus creencias, su religión. En Francia, los islamistas todavía no obligan a las mujeres no musulmanas a llevar velo. Pero si no lo hacen, es por estrategia. Primero quieren velar a las mujeres musulmanas que viven en Francia, para luego pasar a la segunda etapa, velar a todas las mujeres.

Mientras esperan a velar a las mujeres no musulmanas, atacan la libertad de opinión de todos. Recordemos cómo la joven Mila, en enero de 2020, fue literalmente despedazada en las redes sociales por hordas de estudiantes musulmanes que gritaban ¡blasfemia! La violencia ejercida contra ella todavía le impide salir sola, sin ninguna protección. Mila es nuestro Salman Rushdie.

¿Las feministas acudieron al rescate de Mila? En absoluto, la abandonaron, que es como hacer causa común con los islamistas

La buena imagen que uno tiene de sí mismo. Además del miedo físico, el silencio de las feministas también está motivado por el temor a dañar su imagen personal. Este narcisismo que estructura la política actual es, en cierto modo, una victoria islamista. Los mulás iraníes pueden presumir de haber logrado una hazaña ideológica sin precedentes, la de haber impuesto a los países occidentales la idea de que el miedo o el detesto del Islam -miedos y/o detesto que no son ilegítimos dado que el Islam es una religión oscurantista y liberticida- es una forma de racismo.

El concepto de islamofobia es la síntesis perfecta de esta operación ideológica: quien odia o teme al Islam es un racista y un antisemita. ¡Doble golpe!

Las organizaciones de izquierda, los medios de comunicación y todos los progresistas del mundo han comprado la idea de que criticar al Islam es tan malo como atacar a un judío. Así que las feministas occidentales decidieron que no se arriesgarían a dañar su buena imagen de sí mismas atacando al islamismo iraní. La perversión de esta idea es que cuando los musulmanes atacan a los judíos, a las mujeres, a los no musulmanes en general, los occidentales en general y los progresistas en particular, se callan. Temen ser considerados racistas por denunciar ciertos comportamientos vinculados a una filiación religiosa.

Esta idea de que no hay que dañar la propia imagen está muy presente en los medios de comunicación, poblados en su mayoría por progresistas y feministas. Los periodistas no se atreven a informar de que un musulmán, actuando solo o en grupo, ha cometido un delito como musulmán. La negativa a obedecer una orden de la policía, las agresiones a hinchas ingleses durante un partido de fútbol, los ataques a comisarías por la noche, las agresiones a policías y bomberos en urbanizaciones, los asesinatos de judíos… se denuncian como delitos, pero los medios de comunicación mantienen en secreto la identidad del agresor cuando esta identidad amenaza con revelar su pertenencia al mundo árabe y/o al Islam. No hay que parecer que se «estigmatiza» a una comunidad. Así, cada vez que un judío es asesinado por un musulmán, los medios de comunicación apagan literalmente la noticia poniendo la agresión en la casilla «suceso diverso cometido por un perturbado mental»..

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Alianza política entre feministas e islamistas. Aparte del miedo a los musulmanes, aparte del miedo a dañar la propia imagen, hay una tercera razón por la que las feministas no se manifiestan contra el retrógrado Islam de Irán. La razón es que en Occidente, islamistas y feministas han formado una alianza política. En nombre de la interseccionalidad de las luchas, el feminismo y el islamismo están hombro con hombro en nombre de su identidad común de víctimas.

La interseccionalidad de las luchas es esta innovación conceptual que pretende asociar a todas las «víctimas» de la discriminación. Los musulmanes víctimas de la islamofobia y las feministas víctimas… (de qué, además, son víctimas, no está claro), se asocian. Aunque no sean víctimas de nada, tienen un «estatus» de víctima. Tanto los musulmanes como las feministas se autoproclaman víctimas ontológicas, víctimas por esencia, víctimas que sería racista y feminista cuestionar su identidad de víctimas señalando el simple hecho de que los «oprimidos» también pueden, en determinadas situaciones, encontrarse en la posición de opresores.

Pero en el mundo del progresismo, la racionalidad no tiene cabida. Las víctimas siguen siendo víctimas toda la vida. Además, cuando las feministas van a Irán, no ven ningún problema en llevar el velo: por respeto a la cultura iraní, dicen.

Esta forma de hipocresía, que consiste en negarse a considerar como opresión la obligación impuesta a una niña de siete años de velarse la cabeza, de no montar en bicicleta, de no bailar… es también una complicidad criminal entre el Islam y el feminismo.

En esta perspectiva, el feminismo revela su dimensión totalitaria, como el islamismo y como el Islam.

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