Opinión

Humanitarismos, filantropías y caridades

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El Concilio Vaticano II puso de manifiesto a su comienzo que ese concilio “pastoral” que no dogmático ni obligatorio, que iba a poner al hombre como centro de todo. es decir, un antropocentrismo que hace sombra a Dios imbuido de un espíritu nuevo soberbio y autosuficiente.

Por eso rebaja el culto de la vida sobrenatural, a un humanismo terrenal de mirada sólo horizontal, relegando la visión santificante de lo vertical trascendente.

Así llegamos a contrastar aquella su paz que Cristo nos dejó, con la paz del mundo que fue la que no dio. Consiguientemente ahora se trata de un irenismo, paz a cualquier precio, hoy incluso sin justicia,hoy por mera ausencia de guerra aún a espaldas de los derechos de Dios, anteponiendo “los derechos del hombre” condenadas por Pío X en 1892 por ateos.

De ahí, las organizaciones con tinte humanitarista, de necesidades elementales diarias que no hacen distinción de las condiciones de justicia que traten de distinguir entre personas, por eso de no discriminar. como si todo se redujese al problema del estómago apremiante.

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Menos es nada: Cierto. Y más vale la mera filantropía de la urgencia que la muerte por hambre. pero esa no es la solución querida por el orden y la justicia divina pues sólo es un parche de supervivencia incurable.

El humanismo, es desarrollo integral de la persona, no mero sentimentalismo pasajero humanitarista.

La filantropía, es el auxilio por lástima o por esperar recibir con la misma moneda, como fue el caso del buen samaritano. Al menos, el auxiliado, colaboró con la ayuda y salió de su problema. Pero la caridad, virtud sobrenatural ama a Dios sobre todas las cosas, y ama al prójimo como a sí mismo por el punto de referencia con el único Padre común Creador. pero cuando esa ayuda carece de tal referencia religiosa y católica puede reducirla a una filantropía indiscriminada en sus asistidos y convertida en otra de las variadas ONG’s. No merece ponerse ese nombre de “caritas” cuando atiende a toda clase de gente y hasta delincuentes de toda laya y pelaje, cuyos problemas se deben a sí mismos y usan y abusan de fondos de los católicos que aportan por entender bien el concepto de “caridad”. Y como la Iglesia no puede mantener todos esos gastos (sólo aporta un 6%) entran en juego fondos del erario público. No es justo que trate a cualquier individuo que pedigüeña sin examinar la verdadera necesidad y problema de cada caso. Eso produce un efecto de llamada a todo invasor, enemigo de nuestra fe, incluso que un día nos liquidarán cuando puedan, lejos de toda gratitud o deseos de conversión. Atendamos primero a los católicos y nacionales y cerrar fronteras a quienes nada tienen que ver con la virtud cristiana del amor fraterno en la fe y en las obras.

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