Opinión

Homenaje al Tubo soriano

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Se accede por la travesía de san Clemente a su placita, desde el Collado, al poco de la eterna e impertérrita vinatería del Lázaro Pérez, que asiste a los cambios sin moverse, a base de bacalao y cacahueses.

En tiempos de postguerra, en su primer número, veraneaba mi abuela materna que se incorporó a Soria en 1912, bisoña recién casada, se fue viuda en el 33 y regresaba al fresco calor de Soria. Era la casa propiedad de su amiga doña Mercedes Calahorra, suegra de Tito Mateo. La Dehesa eran sus mañanas, donde se veía con doña Perfecta y la madre de los Giménez (Luis y Pablo), doña Luisa. Yo lo oía y lo anotaba mientras jugaba con barro o arena.

Ahí comienza o comenzaba el Tubo que quiero festejar, porque le veo mortecino últimamente. Se ha producido un tránsito a Herradores -Radores que decíamos- por mor de la peatonalización y de la moda, que es la que manda.

Hubo una época de esplendor, cuando el Caribe de los Rumba, el Pacho del Lázaro, el Iruña del Angelito el Alpargatero y su mujer, el Patata, el Poli, el Brasil de Isidorita, tan del Abilio –del Numancia como el Capilla y el Lolo- como de Serafín, compañero mío en algún momento, y tantos y tantos barecitos acogedores y confiados, donde se reunía el común a ciertas horas del día, con llenazo.

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Allí no reinaba el Cierzo. Se estaba a refugio y abrigaño, en comunidad con la Guardia Civil en su palacio, el cierre del Buja y la casa de los Herrero, ya en la Aduana Vieja. Se extendieron las terrazas veraniegas llegando a ocupar la mitad de la placita en las noches que van de san Juan a la Virgen del 15.

Por el Tubo racalaba toda la sociedad soriana en los mejores momentos del día, de la semana y del año. Mañanas de café, mediodías de aperitivo y tardes-noches de cena y picoteo, con las especialidades de cada uno y su espíritu festivo. Hogaño es otro tiempo y han desaparecido los líderes de antaño, los rostros amigos están en residencias o han muerto. Nos entristece que haya sucedido. Es la vida.

¿Es esto la Soria sucedida de Gerardo? ¿Era su mensaje de lo que pasa con la vida? Se produce una sucesión que no cesa, en altibajos, pero la nuestra ya sucedió, se ve ya lejana, en el pretérito perfecto que se traza y colorea con los años y que me gusta rememorar y dejar impronta de ello.

Fueron muchos días, muchas horas de confraternización en las semanas santas de limonada, que era diferente en cada estación litúrgica, como muchos y diferentes los cangrejos picantes en los veranos, muchos riñones a la plancha, muchas setas de cardo en otoño…

Me viene a la memoria una tarde de pesca de cangrejos –los astácidos Austropotamobius pallipes, los de verdad- que acumulábamos en un saco, a lo largo de un riachuelo en Fuentepinilla, de merienda de campaña y constante atención a los reteles. No parábamos, lo hacíamos al paso, incluido el trago de vino. Nos contemplaba un paseante aldeano, que al oír algún comentario sobre lo que les gustaba el cebo y cómo se lo comían, nos sentenció, dictaminando:

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-Que sepan ustedes que los cangrejos no comen, suerben.

Nunca lo hemos olvidado, y eso que tenía razón el andoba, era evidente que no masticaban.

Muchos conceptos diferentes en los guisos, sí, pero armónicos todos. La misma partitura para diferentes intérpretes e instrumentos. Muchas caras que se grabaron y están en mí y espero que en quienes leen esto.

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