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He tenido un mal sueño

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Alberto González Fernández de Valderrama.- La noche del sábado pasado tuve un sueño que me dejó muy preocupado. Y me lo provocó, con toda seguridad, el programa de debate de la Sexta que acababa de ver. Habían hablado del cierre del Valle de los Caídos por el Gobierno que, ultimando sus preparativos para la profanación de la tumba de Franco, había dado órdenes a la Guardia Civil para que impidiera el acceso público a la misa matinal que con motivo del Día de la Virgen del Pilar se iba a celebrar en la basílica.

En ese programa, que suele conceder la palabra a quienes la naturaleza no debería haber concedido voz porque solo la utilizan para ofender, un contertulio se reía sarcásticamente, con exultante satisfacción, de la frustración de unos católicos a los que llamaba “fascistas”, que protestaban porque querían acceder a oír misa y eran reprimidos por las fuerzas del orden como si fueran inmigrantes ilegales que intentaran traspasar violentamente la valla fronteriza de Melilla. Me niego a mencionar su nombre para que no empañe mi texto. Pocas palabras necesitó para exhalar su odio, pero su mente pronunció muchas más, y aquí las desvelo: “Rabiad, católicos: no vais a poder despediros de Franco, ni rezar en público por su alma. Y dentro de poco tampoco podréis entrar en esa iglesia porque muy pronto echaremos de allí a sus monjes y la convertiremos en un museo de los horrores franquistas. Y dejaréis de admirar esa cruz que os recuerda que el dictador salvó a la iglesia católica de su total exterminio al ganarle la guerra al comunismo y la anarquía; solo podréis contemplar sus cascotes porque la haremos añicos con dinamita.

Nos ofende. Ved que esto que vamos a hacer con la tumba de Franco es solo el primer paso. El segundo lo daremos cuando Sánchez gane las elecciones y forme un nuevo gobierno con el apoyo de la izquierda radical. Temed, fascistas, la suerte que os espera”.

Y me eché a dormir dándole vueltas a la cabeza sobre este tema. Quizás la obsesión, madre de muchos de nuestros sueños, fabricó uno para mí que hubiera deseado no tener. Vi escenas de odio entre hermanos, discordias, algaradas callejeras… me veía caminar por unas calles sumidas en el caos y había regueros de sangre por las aceras. Y de pronto un trueno de una sonoridad nunca oída me hizo mirar hacia las alturas y pude escuchar una voz, que emergía como un relámpago de entre un cielo tormentoso. Oid lo que dijo:

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-“Españoles: ¿Quién os dio permiso para profanar mi casa? Vuestras leyes y las sentencias de vuestros tribunales no tienen jurisdicción sobre mí. No me vinculan ni pueden someter mi voluntad a vuestro antojo. Llamáis dictador a un hombre que os puso un yugo que yo mismo le di para que lo colocara sobre vuestro cuello, porque yo quería que España me obedeciera como una sola nación y se sujetara a mis designios. Yo puse en las manos de ese hombre la espada con la que combatió contra sus enemigos; y fui yo quien le libró de las balas que silbaban tantas veces junto a sus sienes. Él bien lo sabía y por ello nunca se arredró en el frente de batalla, ofreciéndose de cuerpo entero como blanco perfecto para quienes le apuntaban con sus armas. Yo le salvé de sus enemigos porque eran también los míos. Eran los que saqueaban mis casas de oración y me ofrecían holocaustos que yo no les había pedido, derramando la sangre de quienes me servían y me amaban. Su triunfo fue mi victoria. Su guerra y su ejército fueron míos y mía fue la justicia que aplicaron a los vencidos. Yo di a Franco el poder sobre España para someteros a mi voluntad, porque todo lo que he creado me pertenece. Pero cuando yo le llamé a mi presencia vosotros os quitasteis el yugo que os sujetaba a mí porque amabais una libertad que solo podía traeros la democracia. No sabíais que la democracia os iba a conceder también el derecho a ser insensatos y que pronto lo ibais a ejercer. Durante muchos años lo pusisteis en práctica sin apenas daros cuenta de ello. Me apartasteis de vuestras vidas. Os olvidasteis de que existo y dejasteis de creer que de igual modo que devuelvo el ciento por uno a quienes me obedecen soy vengativo y cruel con los que me rechazan. No sabéis que vuestras ilusiones en la tierra son solo un mero espejismo que se desvanecerá cuando termine vuestro tiempo. En vano buscáis el alma de vuestros muertos en sus huesos y cenizas: sus almas están en mi poder. Y en vano les dedicáis monumentos y homenajes que en nada les aprovechan. Dedicadles oraciones y tal vez yo las escuche. Porque yo soy el único dueño de la justicia por la que clamáis y la aplico como quiero. Y ahora decidme, los que creéis que hacéis justicia profanando mi casa: ¿qué os hace pensar que no aplicaré yo la mía sobre vosotros?”

Dejaron de tronar estas palabras en mis oídos y, de pronto, el cielo que veía, antes cubierto de una bruma espesa, se despejó de todas sus telarañas blancas, que se esfumaron haciendo un remolino. Y pude ver en el cielo que se me mostraba, radiante, la cruz de piedra más grande que los hombres hayan construido jamás.

Me desperté al instante y me vi impulsado a transcribir textualmente ese mensaje, que resonaba en mi cerebro palabra por palabra para que nada quedara relegado al olvido. No añadí nada mío. Y ya no pude volver a conciliar el sueño, tal era la angustia que me embargaba.

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