Cartas del Director

Hay andaluces que sí merecen ser llamados vagos y maleantes

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Hay una Andalucía urbana laboriosa y preparada, fecunda y en continuo desarrollo, en contraste con esa otra Andalucía que hunde sus raíces en el campo. Tanto el agrícola como el de las ideas socialistas, abonadas con el fielmo de estos dos únicos conceptos: el antinomio pobre-rico y las maldades de la derecha.

La Andalucía rural es un vivero de vagos, un foco de telarañas mentales, un nido de votantes subvencionados, un erial improductivo afiliado a las ayudas públicas. Son definiciones acaso irreverentes pero basadas en hechos objetivos que los apologistas de lo políticamente correcto no podrían ocultar a quien se acercara a esos pueblos con instinto crítico.

Mientras la Andalucía urbana produce, la rural vegeta a la sombra de los subsidios; mientras la Andalucía urbana avanza y en ella se abren paso las ideas más innovadoras, la rural se aferra a la mordida socialista en sus distintas expresiones; mientras la Andalucía urbana produce el 90 por ciento del PIB andaluz, la agraria vegeta en las esquinas y se mantiene en el tercermundismo con tal de no admitir que hay vida más allá de la izquierda garbancera.

Andalucía soporta casi 40 años de socialismo bolivariano, a contrapelo de lo que expresan en las urnas los andaluces más excelentes, sólo porque así lo quiere la parte más chusca, inculta, zafia y cortijera de su población, la que mantiene viva la llama guerracivilista, la que vivaquea de bar en bar y la que vota al PSOE a cambio de un bocadillito y un viaje en autobús a la playa. Esa Andalucía yerma y adoctrinada, vendida siempre al peor postor; con la cabeza tan vacía que hasta Antonio Mairena, personaje machadiano, nos alertó de ello, no merece sino nuestro rechazo y desprecio.

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No sentimos ningún respeto por esa Andalucía de pana y ajo, ajada y carroñera, ni nuestra dignidad como andaluces se siente constreñida por las palabras del hijo de la duquesa de Alba. Porque son ciertas. La Andalucía profunda se empeña en mantener a flote las viejas fórmulas socialistas de convivencia: el chatito en la Casa del Pueblo, el PER en la de todos, el visiteo, la verbena y la tertulia mañanera, con aceite y ajo, en el bar de la plaza, entre jipíos y timbas de dominó. La Andalucía de pana y cebolla, subvencionada y con un horizonte espacial tan menguado como pobre, no tendrá en nosotros a uno de sus juglares.

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