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Guerra de Ucrania: Guía rápida para fachas de pensamiento lento

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Debo confesar con sonrojo que de un tiempo a esta  parte, me resulta levemente vergonzoso que me llamen facha. Lo que antes era un motivo de orgullo y  satisfacción, hoy es, en ocasiones, el miedo irrefrenable de que a uno le confundan con un ejemplar de verraco semianalfabeto, bruto, gañán, poco leído, menos ilustrado y totalmente ignorante del funcionamiento de la geopolítica.

Esto me sucede, doctor, por varios motivos, dispersos a lo largo de los últimos años. Por supuesto, tiene que ver la reacción de muchos patanes en la guerra de agresión biológica que China lanzó contra el mundo occidental -a lo mejor ustedes  lo llaman pandemia- y su unión carnal con una troupe de semovientes que desde hace décadas llevan dedicándose a negar el efecto de las vacunas, de la aspirina y de  las estatinas.

Pero no era tan malo, al fin y al cabo: los bebelejías de hace unos años no eran más que elementos izquierdistas distópicos de camisetas de algodón sin peinar y pelos en las piernas “unisex”.

Hoy no. Hoy encontramos en esta patulea, en esta sopa de gentecilla enferma de enanismo mental a señoras de porte, pelo cardado y mantilla de Jueves Santo, a taxistas de copa de Veterano, pulsera española y Seat 1430  amarillo.

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Y todo, porque han convertido al fascismo que, según PODEMOS, todo lo inunda y penetra, en la no-ideología de lo más rancio, ignorante, vulgar y zafio.

Es decir, para que me entiendan los que sí han leído la Historia  de España: Hoy, los votantes de la CEDA antigua son los fachas de hoy. Con dos … gónadas.

Y podríamos explicar aquellas frases del inmortal Jose Antonio que clamaba por una España “Alegre y faldicorta” pero eso nos tomaría otro artículo y no es a lo que venimos hoy. El que quiera saber, que lea. Y que no se acerque a la Complutense.

En fin, a lo nuestro: Ucrania, Putin y los fachas. Se nos ha afeado en ocasiones nuestro incondicional apoyo a Ucrania, Zelenski y mercenarios -muchos españoles- que están en aquellas estepas imitando a sus gloriosos abuelos, en defensa de Occidente, de los ucranianos y combatiendo al comunismo.

Porque, sí señores, Putin es un rojo. Un comunista. Aún más: es un chekista infame nacido y criado al calor de la Lubyanka y a los pechos de la estatua de Félix Dzerzhinski.

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Que aquí mis primos hayan decidido que el exmiembro del KGB es el salvador de los valores de Occidente es tan inexplicable como que la gente crea que la democracia es un sistema justo y viable.

Les explico rápidamente, caballeros; Occidente tiene DOS razones fundamentales para apoyar de todos los modos posibles a Ucrania. Uno es por Honor, por la moral cristiana y por la defensa de nuestros ideales.

El otro es simplemente por conveniencia geopolítica: NO podemos permitir que Ucrania caiga en las manos de Putin y extienda su ya enorme territorio  hacia el Oeste.

Ucrania, niños, se ganó su actual independencia como ustedes su piso o su coche: la compró.

Es decir; llegó a un acuerdo: entregar TODAS sus armas nucleares a cambio de que Rusia protegiera, respetara y, llegado el caso, DEFENDIERA la integridad territorial, política e independencia como nación de la Nación Ucraniana.

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Y, oigan, lo puso por escrito y lo FIRMÓ.

Pero, por si esto fuera poco, Ucrania se ganó el derecho a ir por libre en el futuro de la Humanidad cuando soportó el peor genocidio de la historia: el Holodomor. 6 millones de muertos por hambre mientras su propio grano era vendido a Occidente por las autoridades comunistas. Padres que devoraban a sus hijos. Mesas en  las calles que vendían restos humanos como comida. Carteles de los Comités  del PCUS locales que decían, literalmente: “Camaradas, comerse a sus familiares muertos es nekulturny” (poco civilizado).

¿Les parece que con semejante pasado podemos pedirle a los ucranianos que vuelvan voluntariamente a situarse bajo la bota de Putin y sus soldados borrachos?

Yo diría que no.

 

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