Opinión

Franquismo y democracia

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Sobre la democracia, si en la guerra civil fue una cuestión ausente, también lo fue durante el franquismo, el cual tuvo oposición comunista y/ o terrorista, pero no democrática, porque la mayoría del pueblo identificaba la democracia con el violento caos separatista-totalitario recién vivido. Y tampoco las democracias extranjeras se hicieron populares tras la II Guerra Mundial, al aliarse con los gobiernos comunistas y dictaduras varias para aislar a España. Medida doblemente criminal, porque intentaba castigar a un país que no había intervenido en aquella conflagración; y porque el castigo implicaba hambre masiva. Por fortuna, la hábil diplomacia franquista evitó la hambruna y derrotó el aislamiento, ingresando en la ONU en 1955, hasta con voto de Moscú.

Las democracias no funcionan en sociedades como la II República, de pobreza creciente e intensos odios sociales. En España no podría funcionar mientras no se superasen aquellas lacras que la hicieron inviable en los años 30. Los odios pronto fueron olvidados mayoritariamente, como comprobó el maquis al no arraigar en el pueblo por mucho que invocase la democracia y no el comunismo. Pero superar las duras circunstancias económicas requeriría más tiempo. Otra condición para una democracia sería que los partidos del Frente Popular desapareciesen o cambiasen de orientación después de la experiencia pasada; y de esto no había el menor síntoma.

A la popularidad de Franco contribuyó mucho su abstención en la II Guerra Mundial, que ahorró al país ríos de sangre. La neutralidad hispana en las dos guerras gigantes del siglo XX son seguramente los mejores logros en la política internacional española desde el 98. Por sí misma, esa neutralidad revela la especial posición de España en Europa.

En cuanto a las libertades, el poder autoritario de Franco restringió las de expresión y asociación para los afines al Frente Popular (no para las “familias” del régimen, claro), y persiguió sobre todo a los comunistas, únicos que siguieron luchando realmente contra el franquismo. La represión bajó con rapidez conforme el PCE renunció al terrorismo una vez derrotado su “maquis”. El número de presos políticos –prácticamente ninguno demócrata—fue muy escaso. En las amnistías de la transición sumaban en torno a 300 para un país de 36 millones de habitantes, prueba de su escaso arraigo. El régimen tenía una policía política, la Brigada Político-Social (BPS), y es significativo que sus archivos, de indudable valor histórico, fueran destruidos por los sedicentes demócratas durante el primer gobierno del PSOE (cuya oposición a Franco fue insignificante).

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El franquismo intentó asentar un sistema de nuevo tipo, ni fascista ni demoliberal, apoyado básicamente en la doctrina de la Iglesia con algunos ingredientes sociales de corte falangista. Este proyecto naufragó con el Concilio Vaticano II de los años 60, que no solo divorció a la Iglesia del régimen negando la confesionalidad, sino que lo hostigó y dio apoyo a comunistas, separatistas, terroristas de la ETA… El franquismo quedó sin su principal raíz ideológica ni otro futuro que una evolución hacia una democracia liberal, que preparaban varios de sus dirigentes y ocurriría tras la muerte de Franco.

Por otra parte, a falta de oposición democrática interna, el régimen debió afrontar la hostilidad de diversas democracias de Europa occidental, países en los que colaboración con los ocupantes nazis había superado bastante a la resistencia; y que no se debían sus libertades ni su prosperidad a sí mismos, sino a la intervención militar useña y a la ayuda económica posterior. E indirectamente a Stalin, sin cuyas victorias sobre Alemania habría sido imposible el célebre desembarco en Normandía. España, libre de tales deudas, constituía una excepción en Europa, y por ello objeto de repulsa.

Desde la invasión napoleónica España había perdido casi toda influencia exterior y, salvo en la guerra civil de 1936, había suscitado más bien un interés pintoresco o folclórico. En cambio con Franco recobró cierto peso en el mundo. Su victoria debía haberla agradecido toda Europa, pues la libró de verse entre un régimen comunista en el este y otro en el oeste.

Después, en la guerra mundial, su neutralidad, buscada con ansiedad por Londres, benefició mucho más a los anglosajones que a los alemanes; y salvó a una parte del continente de la carga moral de las atrocidades perpetradas por todos los bandos (nazis, soviéticos y anglosajones), mucho peores que las de la guerra española. Franco previó la quiebra de la alianza entre Usa y Stalin, la llamada guerra fría, en la que España sirvió de retaguardia sólida frente al expansionismo soviético. Rompiendo la neutralidad anterior, suscribió pactos y cedió bases a Usa como mayor potencia anticomunista. Su tenaz política independiente con Hispanoamérica y países árabes le permitió doblegar el aislamiento, fomentar una línea de hispanidad, rechazar peticiones useñas de ayuda en Vietnam o derrotar en la ONU, sobre Gibraltar, a una Inglaterra apoyada por los países eurooccidentales. La propia hostilidad de estos países revela la importancia adquirida por España en aquel tiempo.

Cabe señalar una salud social superior a cualquier otro país europeo, medida por índices de delincuencia, población penal, suicidios, drogadicción, fracaso familiar, alcoholismo juvenil, etc.

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Todo ello obliga a revisar las opiniones generalmente vertidas sobre el franquismo. Sí puede afirmarse que superó, en líneas generales, la herencia del 98 y la más antigua de la invasión francesa e hizo posible una democracia no convulsa. Sin embargo la cuestión es más complicada, como veremos.

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