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Franco. Ese hombre

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Apenas unos días nos separan de una de las infamias más graves de los últimos decenios en España. Apenas unos días, un puñado de horas, y ya hemos olvidado la infamia y el atropello.

Apenas unos días, y la canalla roja aún celebra su pírrica victoria sobre el Caudillo de España por la Gracia de Dios: Francisco Franco Bahamonde.

Unos días, y allí dónde reposaba el sueño de los buenos y de los justos esperando pacientemente el Día del Juicio Final, unos pocos fieles, hombres y mujeres justos y honrados, siguen venerando su memoria. Memoria que no podrá fundirse por más que la horda roja escupa azufre sobre ella.

Un hombre; tan solo un hombre que se arrojó sobre sus espaldas –y contra su voluntad- la enorme tarea de salvar a España del terror Rojo y de la canalla asesina que rondaba, deslizándose, como la inmundicia que escurre de un corral, y que recibía por nombre siglas tan familiares, hoy, como PSOE o PCE.

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Aquel hombre, el Caudillo de España, que, con sus aciertos y errores, con su legendario valor personal y su sencillez de carácter, supo esquivar todo lo que el destino tuvo a bien arrojar a su paso para hacerle tropezar y caer. Tropezó alguna vez, pero no cayó jamás, hasta el instante final de su muerte.

Franco. Francisco Franco. Ese hombre. Un hombre de pequeño físico, pero de enorme corazón. Un hombre tímido en lo personal, pero atrevido y arrojado en el campo de batalla. Un hombre de contrastes. Un hombre cuyo ideal político siempre fue el suyo propio: uno en el que la familia, la tradición, la religión, la paz y el sentido común formaron los pilares en los que basó su gobierno.

Un hombre que igualmente disgustó a falangistas, a aperturistas, a tradicionalistas, a monárquicos y a demócratas.

Un hombre. Franco. Un Destino: España. Un Mandato: el de Dios Padre.

 

Franco; ese hombre. El hombre de la TV en blanco y negro. El hombre de los sellos, de las monedas; el hombre que cuidaba de España.

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Los que éramos niños en aquella época lo sentíamos como el abuelo de todos: como un ser benigno, lejano, sabio. Silencioso. Poderoso. Amable.

Nunca, dentro de una familia de periodistas, percibí la menor señal de falta de libertad; de coacción, de limitación de la palabra.

Nunca, hasta el fallecimiento del Caudillo, momento en el que se rompió una parte de mi infancia. Momento en el que empezaron a pasar… cosas. Cosas malas. Manifestaciones por las calles. Tiros, incendios. Llamas. Protestas. Empresas cerradas. Reconversión salvaje. Paro. Crimen. Droga.

¿Cómo podemos ser honrados con nosotros mismos y renegar del hombre que hizo que nuestra infancia fuera una infancia como la que esta “democracia” nos ha robado para nuestros propios hijos?

¿Cómo podemos renegar de la memoria del Héroe del Rif, si ante su ausencia se nos robó nuestro futuro?

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Maldita sea la libertad de la democracia si hace que mis hijos tengan que soportar la insidia de las Leyes de Género.

Y, sin embargo…

Apenas unos días han pasado. Unos días desde que un Gobierno canalla, una piara de malnacidos hocicando sobre la sagrada losa que cubría los restos del Caudillo de España. Unos días desde que, con la complicidad de unos jueces nombrados por los propios políticos, se ejecutó un rosario de delitos para finalmente acometer la profanación de los restos de un General español. De un héroe. De un gobernante. De un hombre.

Hombre del que aún esa canalla roja que todo lo invade con su hedor a podrido escupe porque en su desesperación, no tienen otra manera de ganar lo que perdieron; porque en sus cubiles y madrigueras han mamado el odio de unos padres y abuelos que vivieron por la Gracia de Francisco Franco.

Y aún a pesar de todo, para bramidos de los socialistas verracos, para el crujir de dientes de los miserables que han impulsado la ignominia, no pudieron imponer, frente a una familia unida, la humillación final: el acceso y burla a los huesos del Caudillo, que permanecieron ocultos y a salvo dentro de su sepulcro de cinc y madera.

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No pudieron profanar sus restos; no pudieron culminar su venganza. No cumplieron su sueño.

Pero cumplirán su desgracia. Su destino les alcanzará y les cobrará lo debido.

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