Opinión

Europa y España

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La cuestión del cristianismo y sus posibilidades actuales tiene mucho que ver, se supone, con la posición de España en Europa.

Hay un punto clave históricamente que explica la posición tan especial de España en Europa. La España de los siglos XVI y XVII defendió a Europa contra los turcos y al catolicismo contra el protestantismo.

Sin embargo la evolución posterior europea fue más bien contra el catolicismo y contra España. El protestantismo se impuso en la mitad norte del continente, algunos de cuyos países cobraron mayor potencia militar, política y económica, con Francia en una posición que tanto la inclinaba a favor de los protestantes como lo había estado a favor de los otomanos. Es decir, el catolicismo y España retrocedieron. La Guerra de los Treinta Años, el tratado de Westfalia y luego el de Utrecht, marcaron esas sucesivas derrotas. España pasó a ser vista por los (relativos) vencedores, como el mal finalmente derrotado, como el país del oscurantismo, la barbarie, la opresión… Todavía ocurre así en gran medida.

La evolución histórica ha sido muy curiosa e imprevisible. Los desastres revolucionarios debieron haber causado un renacimiento católico en Europa, pero este ha sido bastante limitado. Por venir a España, ha sufrido en el siglo XX la más brutal sacudida anticatólica, la persecución más brutal y sanguinaria probablemente de la historia de la Iglesia. Los perseguidores creían que exterminando a la Iglesia rompían todos los diques que se oponían al progreso y la libertad, pero obviamente ocasionaron desastres en todos los campos, mayor opresión y miseria que nunca. Por eso mismo, por reflexión sobre esa experiencia, la Iglesia de España, que gozó después de muchos privilegios, debió haber experimentado un renacimiento cultural, que podría haber servido de orientación al resto del mundo.

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Creo que lo más significativo en ese terreno fue el Opus Dei, que nació aquí y ha influido en muchos otros países. Pero, desde luego, la crisis interior no se superó, lo cual quedó bien de relieve en el Vaticano II, donde se impusieron tendencias no solo contrarias al franquismo que había salvado a la Iglesia del exterminio, sino también, yo diría, a la propia España. Podríamos plantear así la cuestión: ¿puede la raíz católica española, y la propia España, generar una cultura nueva y orientadora en un mundo lleno de nuevos desafíos, o hay que dar esa raíz por seca o en todo caso anémica? Cuando uno observa las reacciones digamos tradicionalistas, la impresión que recibe es de una pobreza, pesadez y acartonamiento que indican esa anemia o falta de savia.

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