Opinión

“En la muerte de Verónica Forqué” por Fátima Pellico

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Se ha ido la actriz de la gran sonrisa, de los ojos brillantes, de la enorme simpatía y con ese gesto pizpireto que la hacía entrañable.

Por lo visto se ha suicidado. Con su marcha voluntaria la realidad nos ha dado una hostia con la mano bien abierta para recordarnos que los enfermos mentales somos miles y que la sociedad, ésa que acoge refugiados, paterianos y menas sin control, sigue  dando la espalda día tras día a los enfermos del alma, de la mente y negando los recursos sanitarios necesarios. 

Estos días la tendremos presente porque era famosa y la marcha de un famoso es llamativa y, además, es la carnaza nauseabunda que necesita esa parte de la sociedad española para la que sólo su ombligo importa, la del “yo, me, mí,  conmigo”, la que piensa que eso sólo le pasa a los demás y a la que el sufrimiento real ajeno le trae sin cuidado, le importa un bledo. Seguramente algún partido político lo use para apuntalar su abominable ideario.

Esta vez ha sido Verónica, la de la sonrisa acogedora y eterna. A diario entran en los psiquiátricos personas con parecidos males, otras se suicidan sin avisar a nadie, otras avisan pero son ignoradas… Pero a quién le importa eso mientras la canción del elfo de el Corte Inglés decore esa vacía Navidad con la que hacemos el paripé.

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Seamos sinceros: los enfermos mentales somos una lata y se prefiere mirar hacia otro lado. Con echarnos las manos a la cabeza cuando alguien se suicida hemos cumplido .

Y éste es, queridos niños, un sencillo esbozo de la sociedad española del siglo XXI .

Descansa en paz, Verónica.

Fátima Pellico

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