Opinión

El pronunciamiento militar del 23 de febrero: hipocresía borbónica sin aclarar (II)

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El Rey quiso ponerse las medallas de “salvar democracia” en aquel momento caótico en que casi le escupen tras aquella ofensa que sufrió en Guernica, quedando la monarquía por los suelos.

Su familia ya la tenía en Italia… por si acaso.

Iba a aponer de presidente del gobierno a su amigo, Armada, monárquico, sin plebiscito alguno.

Y Jaime Milans del Bosch, también monárquico, recibió la orden de no secundar a Tejero, quedando éste sin fuerza armada a última hora, cuando impidió el “gobierno de concentración nacional”, en lugar del “gobierno de salvación nacional”, en que habían quedado previamente.

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Por ese engaño no pasó el teniente coronel, quedando el gesto de fuerza en un “pronunciamiento militar”, y no en un golpe de estado.

De haber sido éste, se hubiesen quedado con todo cuando lo tuvieron en la mano como un vulgar atraco a la autoridad.

Carece de sentido obedecer y soltarlo, si hubiese sido por afán de poder dictatorial.

El “monaguillo”, ferviente católico “a machamartillo” –como él se define-, tocó las campanas, pero el “cura” estaba detrás negando la implicación y, para salvar la culpa, tira a la cuneta a los mismos con los que contaba como leales colaboradores.

“Los borbones –me dijo un día Tejero- nunca terminan lo que empiezan”.

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Si el teniente coronel se hubiese limitado a cumplir su parte intimidatoria en el Congreso, hoy sería un desconocido, subordinado anónimo.

Amenazó a Aramburu con pegarle un tiro sacándole la pistola, y después pegarse otro él.

Iban a hacer un tribunal militar para juzgar a Carrillo por crímenes de guerra, pero Tejero dijo que “por su cuenta no iba a mancharse con la sangre de ese miserable, ilegalmente”. ¿Qué hubiese hecho Carrillo si en semejante ocasión hubiese tenido de frente a Franco?

Y sale del Congreso tras haber puesto la mano en el hombro de Fraga.

Hice declaraciones en el Diario de León en fecha 22 de febrero de 1998, sin denuncia alguna por mis aseveraciones contra el Rey y su traición a los militares utilizados.

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Tras años indagando resquicios bajo las piedras del 11-M, ¿por qué no lo han hecho con el 23-F?

En el castillo de San Fernando (Figueras) donde le visité en cuatro años consecutivos, le vi pintando cuadros al óleo que vendía a sus amigos para pagar la beca de su hijo sacerdote, Ramón, que estaba doctorándose en Roma de Teología dogmática, por orden de su Obispo de Cuzco (Perú), sin ayuda económica de ese Obispado.

Recibe dinero de la suscripción nacional que se hizo para ayudarle a pagar los “desperfectos” del techo del Congreso, pagó y el resto lo repartió entre sus guardias colaboradores de aquella noche, quedándose él sólo con una mínima parte para gastos de viajes familiares obligados.

No acepta el soborno que le ofreció el monarca de 200 millones y el avión para exiliarse del país con su tropa y le cuesta la cárcel, con la misma gravedad que si hubiese ejecutado a toda la platea de diputados.

¿Qué pensar de la nobleza de este hombre insobornable, de moral granítica y convicciones patrióticas imbatibles?

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Por el contrario, ¿qué pensar de la ruindad y traición de quienes estaban detrás entre bambalinas inconfesables?

Íntimo amigo de Tejero y su familia, tengo cartas de él y le sigo visitando cada año en su casa, siendo uno de los seis sacerdotes que le hemos defendido en público y en privado, más dos Obispos (Guerra Campos y don Marcelo).

Es cobardía que la Iglesia no haya dado la cara ante esta injusticia e hipocresía regia.

¿Dónde está la “luz y taquígrafos”, la insobornabilidad y las cuentas claras de la democracia?

Mi testimonio de lealtad a todos los hombres que viven para la nobleza de carácter, de españolidad en defensa de Dios, la Patria y la Justicia.

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Sería una injusticia arrinconarles y olvidarles sin agradecer sus sacrificios en estos pérfidos tiempos reclamantes de héroes.

*Párroco de Villamuñio (León)

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