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El infierno geriátrico del Padre Ángel y sus “Mensajeros de la Paz”, al descubierto

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Jesús Córdoba García. (*)

– Hablo desde la experiencia que he vivido en dos residencias geriátricas, a las que por necesidad, no por capricho, he debido acogerme y, la verdad, no se lo deseo a nadie.

Ahí va mi historia… Trabajé durante 6 años en una fundación dedicada al cuidado de discapacitados en Ecuador. Allí tuve un segundo ictus que me dejo graves secuelas. Estuve hospitalizado en el hospital de Manta y tuve que costearme todos los gastos de hospitalización, ya que Ecuador no es como España, donde te curan primero y luego preguntan. En Ecuador no. Si no tienes, te mueres. No hay Seguridad social universal ni pueden costearse un seguro privado la gran mayoría de los ecuatorianos. Todo lo tuve que pagar de mi bolsillo: medicamentos y hospedaje, por lo que me quedé sin ahorros. [SIGUE MÁS ABAJO]

Finalmente, a través de la embajada española, me repatriaron y fui a parar a la Bañeza (León), a una de las residencias del mediático y encorbatado Padre Ángel y su fundación “Mensajeros de la Paz”. En ese momento yo sufría ya una discapacidad física adquirida y me equivoqué totalmente con ellos. Ciertamente, debo dar gracias por el convenio que el P. Ángel tenía con el Ministerio de Asuntos Exteriores que, como tantas otras cosas, acabó anulándose. [SIGUE MÁS ABAJO]

Pensé en aquel momento ingenuamente que, al ser el responsable un sacerdote católico, estaba con los míos y me tratarían bien. Recordaba perfectamente el Evangelio en el que dice Jesucristo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí”.

¿De dónde sacaba el P. Ángel el dinero para viajar tanto?, me preguntaba entonces. Creo que casi nada de lo poco que pueden pagar los ancianos y sobre todo de lo que abonan las comunidades autónomas y los servicios sociales: Parca alimentación, poco y mal pagado personal cualificado y la correspondiente pillería de los directores del centro (“si yo te tapo los trapos sucios a ti, tú también a mi).

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Uno de los puntos negros de esas residencias es la alimentación, que es esencial a causa de las diferentes patologías de los ancianos. Una alimentación que debería ser rica y adecuada en sus componentes porque todos no comen igual. Hacer menús adaptados no le salía a cuenta a la dirección y a los nutricionistas no se les escuchaba, por lo que las dietas adaptadas a la necesidad del anciano eran limitadísimas. En consecuencia, los ancianos tenían una nutrición deficiente y menos defensas en su cuerpo. Ahora, con el coronavirus, es prácticamente imposible en ese estado que su organismo luche para defenderse de la enfermedad… y el Ministerio de Sanidad no lo hará por ellos.

Recuerdo que en una ocasión el vino P. Ángel al centro geriátrico de la Bañeza. La directora del centro pensaba que me iba a amedrentar trayéndolo a hablar conmigo -yo protestaba mucho por lo que me parecía injusto- y el padre me preguntó: “¿Tú qué ves? ¿La botella llena o vacía? ¿No comes todos los días?” Le respondí: “Ni llena ni vacía. Sólo hay que hacer lo que es correcto”. Y añadí: “El reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Romanos 14,16). Y eso aquí no veo que lo repartan…”. Entonces pusieron los dos -el P. Ángel y la servil directora- pies en polvorosa.

El P. Ángel es un hombre famoso y mediático, tanto que la gente cree que todo lo que hace y dice está bien. Sin embargo, no saben y no lo conocen realmente: «La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, Dios mira el corazón” (1Samuel 16,7).

Sólo hay que conectarse al buscador google y saldrá el padre Ángel vestido con corbata. Únicamente se viste de cura cuando está con el Papa o cuando conviene a sus intereses pecuniarios.

El P. Ángel, como a hombre famoso, lo religioso le interesa en tanto le pueda dar fama, poder, audiencia en la prensa y llegar a ser hasta más conocido e importante que los mismos obispos y porque no, también que Jesucristo. Dice el Señor en el Evangelio de San Juan: “Ciertamente os aseguro que me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque comisteis pan hasta hartaros. Trabajad, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del Hombre”. ¡Qué gran verdad!

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¡Qué deseable hubiese sido que el P. Ángel dijera lo mismo que Juan Bautista!: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más poderoso que yo; a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego”. La actitud del verdadero cristiano debería ser esta: “Yo no soy importante, todo lo hago en Cristo. A El debéis darle las gracias”. Pero no es así.

El P. Ángel está en todos aquellos saraos mundanos donde pueda sacar partido para su hipertrofiado ego.

El coronavirus ha destapado ahora la ambición de estos personajes que viven para salir en la tele y tapar sus desvergüenzas disfrazadas de apariencia de bien. En este momento de pandemia, el P. Ángel se ha visto obligado a pedir más personal para atender a los ancianos en muchas residencias de “Mensajeros de la Paz”. Ha tenido que venir este virus para que poner en evidencia que la falta de personal en las residencias del P. Ángel siempre ha sido endémica. Ahorran en personal para que el margen de beneficio sea mayor.

Posteriormente pude venir a Cataluña, a la residencia privada de la Asociación de Familias para la Ayuda del Poliomielítico (AFAP), pero subvencionada a tutiplén por la Generalitat. Era el tiempo del indepe Puigdemont y ahora de su sucesor Torra. Llegué a pensar que estaría mejor y me encontré con que había salido del fuego del P. Ángel para meterme en las brasas de la República Catalana. ¡Qué forma de tapar la corrupción de los políticos catalanes! ¡Financiando el proceso independentista a costa de los ancianos y discapacitados! Sufragando el chiringuito indepe con la partida social de las residencias de ancianos y discapacitados que les regalaban desde Madrid y desviando lo que les venía en gana.

En la residencia de AFAP no me daban la comida del mediodía de lunes a viernes, por lo que me la tenía que comprar y hacérmela yo en un microondas. Si me quedaba al almuerzo, tenía que pagar 5,50 euros. Si lo hacía así, se quedaban casi en su totalidad el dinero de mi pensión -680 euros- y con menos de 20 euros tenía que pasar el mes. Ese era el trato con las residencias separatistas. Las que no tragaban tenían que cerrar. Hacer separatismo a costa de la atención a los ancianos y discapacitados me sigue pareciendo la más grande mezquindad.

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El coronavirus no ha hecho otra cosa más que destapar el genocidio que Torra realiza por espurios intereses económicos, dejando morir a la población anciana de las residencias. Así el ahorro es descomunal: las pensiones de los difuntos y el Impuesto de Sucesiones servirán para subirse el sueldo y subvencionar a los independentistas para sus manifestaciones violentas, dejando morir a los ancianos. Los independentistas y los obispos catalanes, cuya cabeza visible es el cardenal Omella, son también culpables por acción u omisión de este genocidio de ancianos. ¡Terrible responsabilidad es la que tienen!

*Jesús Córdoba García es Teólogo

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