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El honor de las señoras gallinas

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Por Alberto González Fernández de Valderrama.- El vídeo que se ha viralizado por las redes sociales difundido por la asociación “Santuario Animal Almas Veganas”, que muestra su granja avícola donde las gallinas viven separadas de los gallos para evitar que éstos las violen, marcará un antes y un después en la historia de los colectivos animalistas y feministas de España (que ambos marchan del brazo como buenos hijos del pensamiento de la izquierda). Porque ese ruido que ha provocado tal noticia no es sino el pistoletazo de salida en la carrera hacia la cumbre del disparate humano, una carrera en la que la izquierda ha tomado la delantera, sabiendo que tarde o temprano la derecha acomplejada irá asumiendo sus postulados.

No nos extrañemos, pues, de los frutos que iremos viendo nacer de esta chifladura. Por lo pronto, acabamos de ver a estas defensoras de la dignidad animal manifestarse en Barcelona contra el ordeño de las vacas: ¿cómo puede permitirse que un hombre abuse de una señora vaca tocándole los pechos sin que ésta le haya dado expresamente y por escrito su consentimiento? Como los animales no tienen voz, estas activistas se sienten llamadas a poner la suya para defender su dignidad, conscientes de que forman una misma familia con aquéllos, apenas diferenciada por unos pocos genes. Y quizás tengan razón, porque no hay duda de que muchas de ellas tienen un gran parecido genético con ciertas especies animales. Por ejemplo: algunas son muy zorras; y lo digo -como pueden suponer- por la gran astucia que demuestran al conseguir toda clase de subvenciones o puestos bien remunerados en chiringuitos ideológicos sostenidos con dinero público, ese que no es de nadie porque flota en el éter o se forma con el rocío de la mañana. Otras son como víboras venenosas y otras –el sector más feminista y menos animalista del colectivo- son como ejemplares hembras de mantis religiosas, esas insectas que devoran a sus machos cuando se cansan de ellos, único caso en el que la naturaleza es realmente sabia y no procede corregirla.

Pero volvamos al tema de las gallinas. ¿Cuál será el paso siguiente que estas veganas defensoras de la virtud darán en su denodada lucha por la protección de sus derechos fundamentales?. Es fácil imaginarlo conociendo a fondo el pensamiento de la izquierda. Tardaremos poco en verlas rabiar, patalear y hasta desnudarse dentro de una iglesia para llamar la atención de la sociedad y concienciar a los políticos de que es necesario poner freno a esta violencia de género gallináceo impulsando la creación en todas las granjas avícolas de talleres de educación sexual para gallos. No faltarían candidatas interesadas en dedicarse a esta nueva profesión, sobre todo militantes de Unidas Podemos y sus filiales autonómicas, y de esta manera el Gobierno – y perdón por la expresión- mataría dos pájaros de un tiro: podría crear nuevos entes públicos que reducirían las cifras del paro vaciando nuestros bolsillos, y podría congraciarse con este partido en estos momentos en que necesita sus votos para jorobar a los españoles con la dictadura frentepopulista que se ha empeñado en imponernos. Ahora bien: si resulta un poco complicado educar a los gallos después de tantos años de dejarlos actuar a sus anchas por nuestra sociedad patriarcal de reminiscencias franquistas…¿qué dificultad no habrá para tratar de educar sexualmente a esos animales que son nuestros primos hermanos: los monos?

De todos es sabido que son cochinos a rabiar. El pudor me impide entrar en detalles de todos conocidos. Porque aquí unos y otros, unas y otras, practican un sexo compulsivo que no respeta ni a los menores de la familia: los monitos, monescos o monámbulos, como se les quiera llamar, ahora que el idioma empieza a ser plenamente democrático y es el pueblo llano el que limpia, fija y da esplendor a la lengua española, castellana o “de este país”; no como antes que era competencia de unos académicos a los que el pueblo no había elegido. Pero todo se acaba consiguiendo con esfuerzo; y así veremos algún día a monos, gallos, toros, cerdos y en general a todos los animales machos reconvertidos en ejemplares ciudadanos, respetuosos con sus hembras y demás familiares.

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El problema es que estas activistas, al ser de izquierdas y odiar todo lo que huele a religión cristiana, no tienen como modelo de conducta al bueno de San Francisco de Asís, que llamaba hermanos a los lobos y los educaba para que comieran de su mano; a quien tienen como paradigma del amor fraternal hacia los animales es al emperador romano Calígula, que tanto amaba a su caballo que lo nombró senador.

Ignoro lo que un caballo puede aprobar en un Parlamento, pero mucho me temo que si algún día y gracias a la labor de estas veganas, nuestras Cámaras se llenan de animales de todo pelaje, tendremos gobierno de la izquierda por los siglos de los siglos. No sé si llegaremos a este extremo, pero estoy seguro de que nos acercaremos mucho, y de que algún día oiremos a los hombres decir a las mujeres para reprocharles su excesiva virtud: “Eres más estrecha que las señoras gallinas”.

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