Economía

El crimen de agosto de 1971

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Hace medio siglo Nixon decidió desvincularse del patrón oro, el único amarre de la ortodoxia económica. El resultado es el previsible: una deuda impagable y unos gobiernos adictos al gasto. ¿Por eso el gran reseteo?

El 15 de agosto de 1971, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, desvinculó al dólar del oro. Se ha cumplido medio siglo de uno de los hechos históricos de mayor trascendencia de los producidos en el siglo XX. Esa decisión ha mutado los sistemas económicos, ha cambiado la relación de los ciudadanos con el Estado, y nos ha introducido en un mundo nuevo, cuyos peligros no tienen precedente en la historia. 

Lo que decidió el Tesoro de los Estados Unidos fue que no se veía obligado a entregar una onza troy de oro por cada 35 dólares. Si nos vamos muy atrás, y avanzamos hasta ese fatídico día, nos encontramos con cambios muy importantes en el sistema financiero internacional.

Según el patrón oro, cada moneda nacional estaba definida por una cantidad determinada de oro. Cualquier persona podía acudir a un banco, entregar sus billetes, que no eran sino títulos sobre una cantidad de metal. Si un país había emitido demasiados billetes contra sus reservas de oro (inflación), había un conjunto de mecanismos espontáneos, pero automáticos, que le obligaban a restituir la situación si no quería quebrar. 

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El patrón oro imponía una disciplina financiera que defendía al ciudadano común, pero suponía un freno a los deseos de gasto, siempre insatisfechos, de los Gobiernos. Y, por tanto, de sus amigos (bancos, grandes empresas, organizaciones políticas y demás). De modo que el sistema se fue relajando, pieza a pieza. La última de ellas era la promesa, por parte de los Estados Unidos, de que entregaría una onza de oro por cada 35 dólares, aunque no a cualquiera, y desde luego, no al ciudadano común. 

Esta situación colocaba a los Estados Unidos en una situación privilegiada. Como estaba en el vértice del sistema financiero internacional, podía entregar papelitos al resto del mundo a cambio de bienes. Según llegó a decir Alan Greenspan, podía endeudarse lo que quisiera sin la capacidad de quebrar, porque siempre podría imprimir dólares y pagar con ellos. 

Por supuesto que aquél país abusó de su posición. Y por supuesto que hubo quien se aprovechó de ello. El presidente De Gaulle, asesorado por el eximio economista Jacques Rueff, empezó a entregar papelitos al Tesoro de los Estados Unidos, y a exigir su oro. Como la Fed había emitido cantidades enormes de dólares sin respaldo, ese camino sólo podía llevar al impago. Y de ese impago se han cumplido 50 años. 

Desde entonces, lo que emiten los gobiernos son títulos sobre nada. En lugar de un pagaré (I owe you) un billete ahora es un nopagaré (I owe you nothing). Antes, en España un billete podía decir “El Banco de España le pagará al portador la cantidad de 100 pesetas”, que era una determinada cantidad de plata. Hoy tenemos billetes en los que se ve impreso “5 euros”; es un dinero-signo, y su único sustento es la decisión del Banco Central Europeo de no emitir demasiada cantidad. 

Pero lo que ha ocurrido es lo que sabíamos que ocurriría. Los Gobiernos, liberados de los grilletes del oro, han gastado lo que habrán de producir dos o tres, o cuatro generaciones futuras. Han acumulado una deuda impagable, y que amenaza con hacer saltar todo el sistema por los aires. El ciudadano ha perdido poder sobre el sistema económico. La inflación ha creado enormes fortunas, sin vinculación con el servicio a los consumidores. Caminamos sobre las nubes, y nos creemos celícolas. Es difícil ver “el gran reinicio” como un proyecto desvinculado de la conciencia de que esto se acaba, y unos cuantos quieren conducir la transición a lo desconocido. Pero cuando llegue, estaremos todos desprotegidos. 

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José Carlos Rodríguez

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