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El bingo, de abuelas a nietos a través de Internet

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Antes de sumergirnos en la evolución del bingo en España desde el siglo pasado hasta hoy, haremos una vista hacia atrás para comprobar la procedencia del bingo. El bingo actual nace en el siglo XVI en Italia, cuyo funcionamiento era similar al que conocemos en nuestros días con los cartones con números aleatorios y las bolas numeradas.

Tal fue el éxito que se propagó por toda Europa y donde en Francia adquirió gran prestigio alrededor del siglo XVIII. Los orígenes de los elementos básicos del bingo actual se encuentran aquí: cartones, fichas y un encargado de cantar los números en voz alta, el llamado locutor, pieza imprescindible en el juego. El bingo tenía principalmente a usuarios con un poder adquisitivo alto.

En nuestro país el bingo no fue legal hasta 1977 ya que en el año 1922 se prohibió. Dos aspectos fueron claves en esta legalización del juego, la primera fue la consecuencia social de no regular los juegos de azar y la segunda, la ventaja que tendría a nivel recaudatorio del país el legalizar el juego. De este modo el dinero iba a parar a las arcas del Estado y no a pequeños empresarios que regentaban bingos menores de forma clandestina.

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Tras este hecho, los empresarios decidieron abrir salas de bingo completamente legales, adaptándolas al gusto del consumidor, que no olvidemos, sigue siendo un juego practicado por gente de cierto nivel adquisitivo.

Hoy en día, las salas de bingos ya no tienen la repercusión que tuvieron en los años ochenta y noventa. Son las personas mayores las que suelen acudir asiduamente los fines de semana para ver si pueden cantar una línea o un bingo. Para los menos expertos en el tema, decir que cantar una línea es cuando el jugador completa una línea horizontal en el cartón, de forma que se llevará un pequeño porcentaje del total recaudado con la venta de los cartones. Cantar un bingo significa que el usuario ha completado todo el cartón con los números que salieron del bombo, de modo que ganará el premio final de la venta de cartones sin contar el porcentaje destinado a la línea y obviamente, el que se destina a la propia sala.

Pese a la regulación del juego, es habitual que en comidas familiares y eventos sociales de barrio se siga jugando al bingo de forma clandestina pero con cantidades de dinero muy inferiores a las de salas. Aquí es donde el bingo pasa de generación en generación, de abuelas y abuelos a nietas y nietos. Pero estos jóvenes ya no acuden cada fin de semana a los bingos y muchos deciden jugar a través de internet.

La juventud juega al bingo desde casa o desde cualquier lugar gracias a sus dispositivos móviles. Tal es el auge, que cada vez hay más plataformas de juego online que incluyen el bingo y muchas salas presenciales están cerrando sus puertas y es que la revolución digital también está afectando a este juego tan familiar.

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