Historia

El bárbaro en la ciudad

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La expulsión de los moriscos supuso un hito histórico.
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LTY- Con motivo del 4º centenario de la primera edición del “Quijote” (en el 2005), se oyeron cosas bastante peregrinas, a fe mía. Asistimos entonces a una avalancha de naderías acerca de la gran obra celebrada y del mismo Cervantes por parte del circo mediático e “intelectual” que aprovechó la ocasión para figurar y tener su minuto de protagonismo.

Los popes autoproclamados y demás monaguillos de la nueva religión políticamente correcta quisieron incluso interpretar a Cervantes en clave progre y reciclarlo en icono republicano, socialista, multicultural, y no me extrañaría que hasta gay, en todo caso en el paladín “avant la lettre” de la “Alianza de Civilizaciones”, o sea en proislámico. Nada menos. La diarrea mental de la beatería bienpensante tiene esas cosas.

Nuestra inefable ministra de Cultura de aquellos años, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, llegó a decir, en un esfuerzo digno de encomio por superar su propio listón (ya bastante alto) de idioteces y pamplinas, en una feria del libro en Marrakech por esa época (70 % de analfabetismo en Marruecos), rodeada de coranes de todos los tamaños y colores y demás alta literatura del mismo género, que las raíces del “Quijote”, y por ende las de nuestra cultura española están también de ese lado del Mediterráneo (norte de África). Tal vez lo decía por los largos años de cautiverio del inmortal manco de Lepanto en los terribles presidios de Argel, y por los interminables siglos de yugo islámico que padeció España hasta el glorioso año de 1492 en que esa peste fue felizmente derrotada.

Lo cierto es que en el capítulo LIV de la 2ª parte del “Quijote” se puede leer lo siguiente: “(…) fue inspiración divina lo que movió a Su Majestad (Felipe III) a poner en efecto tan gallarda resolución (la expulsión de los moriscos en 1609), no porque todos fueran culpados, que algunos había cristianos firmes y verdaderos; pero en tan pocos que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien tener la sierpe en el seno, teniendo el enemigo en casa”. Y en su “Coloquio de los perros” vuelve Cervantes a justificar la expulsión de los moriscos con estos términos: “Celadores prudentísimos tiene nuestra república, que considerando que España cria y tiene en su seno tantas víboras como moriscos, ayudados por Dios hallarán a tanto daño, cierta, presta y segura salida”. ¡Y vaya si la hallaron!

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Las duras y acertadas palabras que Cervantes, de cuya altura moral nadie puede dudar, dedica a los moriscos constituyen en cierta manera, obviamente sin haber no ya previsto, sino ni siquiera imaginado a una España por venir tan decaída y renegada de si misma, un “tiro por elevación” dirigido a la morisma de ahora, de nuevo enquistada en nuestro país, repetida ofensiva de una cangrena ya una vez erradicada. Yo lo interpreto así. Y mi convicción profunda es que este renovado desafío que le plantean a la nación española sus enemigos de siempre, tras un intervalo de varios siglos, no tiene otra solución que una nueva expulsión masiva, y cuanto antes mejor, no vaya a ser que una mañana de estas nos despertemos con 5 millones o más de moros en nuestras calles.

Por donde han venido se habrán de ir, sino ¡adios España y bienvenida Al-Ándalus 2ª parte! Mientras la progresía nacional y el rebaño de despistados y papanatas que beben su catecismo con imbécil avidez siguen empeñados en hablar de inmigración, de países pobres y ricos, de diversidad, de mestizaje y demás pajaritos preñados, la población musulmana crece en España a un ritmo vertiginoso. Mientras tanto nuestros políticos, los medios de comunicación, los “intelectuales” y demás ONGs discuten del sexo de los ángeles.

Estoy igualmente persuadido, en vista de la marcha de los acontecimientos acaecidos en España en esta última década y de la imparable degradación de nuestra vida nacional, que no tendremos la inteligencia necesaria y el coraje imprescindible para acometer una segunda vez en nuestra historia la necesaria empresa que culminaron con éxito nuestros esforzados antepasados, tras un pulso de casi ocho siglos contra el islam y el posterior acierto de la expulsión definitiva de los últimos rezagados de la manada de Alá.

La España de hoy es un pálido reflejo de lo que fue antaño. No hay un Cervantes para decir alto y claro lo que clama al cielo, y el Felipe que tenemos a la vista para sentarse en el trono de España dudo mucho que pueda acreditar algún día otra superioridad frente a su ilustre tocayo, el tercero de la serie, que su metro noventa y tantos de estatura (aunque eso sí, sabe mucho de regatas y esquía como un auténtico Borbón). Me parece una amarga ironía de la Historia que cuando reine el Felipe actual (si es que llega a caer esa breva) se encuentre en España con un conflicto similar al que su homónimo antecesor solucionó hace 400 años: de nuevo la plaga musulmana, el azote mahometano, “la sierpe en el seno”, el enemigo en casa.

Dice el eminente historiador francés René Grousset (al referirse a los últimos tiempos del Imperio Romano, con unos bárbaros presionando las fronteras, y otros ya instalados en el Imperio): “Pero hay algo peor que el bárbaro a las puertas de la ciudad, es el bárbaro en la ciudad”. Y a ese bárbaro lo estamos alimentando con nuestra sangre. (René Grousset (1885-1952) “Balance de la Historia”, 1946)

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