Reino de Navarra

Desenfreno etílico, drogas, turismo basura, vandalismo: Sanfermines, de Hemingway al reflejo de la degradación democrática española

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AD.- Una cita marcada en el calendario nacional e incluso internacional. Los sanfermines dieron el sábado el pistoletazo de salida con el famoso Chupinazo en la Plaza Consistorial de Pamplona como previa a los famosos encierros que desde este domingo presiden las calles de la capital navarra. Las escenas, las clásicas de unos años a esta parte: aglomeraciones, alcohol, drogas, desenfreno y abusos sexuales. Este año viene además con polémica política, después de que la izquierda abertzale empañase el inicio de los Sanfermines de 2019 al tratar de colocar una Ikurriña en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona. La plaza estaba abarrotada de personas a la espera del chupinazo que diera inicio a las fiestas de San Fermín. La Policía evitó que Bildu y Geroa Bai colocaran una ikurriña en el balcón consistorial, en un momento en el que hubo una fuerte tensión golpes y gritos.

Algo se ha debido hacer mal todos estos años para que iconos sanfermineros del prestigio literario de Hemingway y sus émulos hayan sido sustituidos por el actual desparrame etílico, con grotescas exhibiciones que revelan hasta qué punto una parte inquietantemente amplia de la sociedad española carece del mínimo sentido de la estética y la dignidad. Aunque cualquier comparación con el pasado franquista levanta resquemores y pasiones, hay que comparar lamentablemente la ola de chabacanería que inunda estos días las calles de la capital pamplonica con su elegancia y prestigio en el pasado, con aquellos turistas que acudían ordenadamente a miles y que respetaban a las fuerzas del orden.

Pamplona ha quedado reducida a un inmenso y caótico botellón que inunda de vómitos y vaharadas de mal gusto todo la ciudad. Desde América hasta Pamplona, la estela de San Fermín la siguieron, además de Hemingway, el director de cine Orson Welles, Ava Gardner, Errol Flynn, Tyrone Powe, Henry King, Margaux Hemingway, nieta del escritor, el dramaturgo Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath, entre otras celebridades.

Hoy, los sanfermines han sido arruinados por una población degenerada, infame, materialista, despreciable y sin ningún sentido del comedimiento y menos del deber. Pamplona es estos días el mejor escaparate del éxito que han tenido los planes de ingeniería social para la metabolización moral de la población española.

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Durante estos años de buenrollismo democrático, de laxitud allí donde antes prevalecía el deber y la exigencia, crecieron y se multiplicaron y echaron ramas frondodísimas con el abono natural de la Democracia, que es el sistema político que en cualquiera de sus traducciones o adaptaciones mayor cantidad de mierda produce. Ociosos y vagos crónicos la mayoría, descreídos y sin mayor ideal trascendente que tatuarse el cuerpo, cuando se les ve a uno le viene a la memoria la cita de Dostoievski, el autor ruso que mejor supo comprender el alma humana: “Una paz prolongada siempre engendra crueldad, cobardía y un burdo egoísmo (…)”.

Las grotescas imágenes en las calles de la capital navarra de miles de jóvenes y no tan jóvenes, ebrios, drogados y ruidosos, como aquella mala gente del verso de Machado, nos muestran en toda su crudeza la verdadera cara de la hediondez de España, la implantación sin freno de la estulticia y el exceso, siempre que el exceso no guarde parentezco con el trabajo, que han echado raíces en nuestra desgraciada nación.

Los Sanfermines son también el reflejo de la hediondez en la que chapotean miles de españoles. Llama a reflexión esa aceptación, por parte de la franja más decaída y degenerada de la población, de este derrumbe civilizacional, de esta enfermiza alabanza por parte de los progres del hedonismo sin límite que exhala sus pestilencias como un contenedor de basura en pleno julio, pero lo más increíble es sin duda el rechazo masivo de los españoles y europeos a ver la realidad de frente. No queremos ver para no tener que actuar.

¿Qué sociedad, que país se puede construir con semejantes materiales? No es necesario esforzarse mucho para imaginárselo. ¿Qué podemos esperar de quienes nunca han salido de las formas más hedonistas de vida humana? ¿Es razonable esperar que vagos indomesticables acudan al auxilio de una civilización que hace aguas por todos lados?

Somos tanto más culpables cuanto que las inteligencias más preclaras de nuestra nación ya habían, hace tiempo, descubierto las claves de la interpretación y la comprensión de este asqueroso engendro democrático. Si quieren ver su peor reflejo, no hay mejor espejo que las fiestas de Pamplona, epicentro del turismo etílico y una sombra de lo que fue.

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Y por si fuera poco, como ha sido apuntado, al vandalismo se suman las agresiones sexuales. La sensibilidad sexual actual, creciente, vigilante y participada públicamente, se compadece mal con el aumento de estas agresiones. ¿De qué sirve su constante pedagogía en una población, mujeres incluidas y a las imágenes nos remitimos, con la dignidad de un lagarto?

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