Tribunales

De tal país, tales jueces

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LTY.- Un juez condena a un padre degenerado a realizar un “curso de orientación sexual” para que aprenda a no abusar de su hija de siete años. Otro juez le cambia a un imán una pena de 15 meses de cárcel, por incitar a la violencia contra las mujeres en un libro de su autoría, por unas charlas sobre derechos humanos. Otro juez, invocando el derecho a la sana sexualidad de todo mamifero bípedo implume vertical de pulgar oponible, autoriza el suministro de Viagra a un violador convicto y confeso alojado a cargo del Estado por una temporada porque el estrés que le causa su encarcelamiento le provoca “disfunción eréctil”.

Otro juez dispone la libertad provisional por motivos de salud de un miembro de una ONG llamada Al-Qaeda, a la espera de un juicio por celebrar en el que le pueden caer como 3000 años de condena. Otro togado hace lo propio con un narcotraficante colombiano con búsqueda y captura en medio planeta, con la imposición legal de ir al juzgado más cercano a su domicilio a firmar cada 15 días. Todavía lo están esperando. Otro juez desestima el agravante de ensañamiento a un acusado de haber asestado 57 puñaladas a su víctima (quizás le faltó una puñalad para que si fuera ensañamiemto). Otro juez valora como atenuante el hecho de que un secuestrador le ofreciera un vaso de agua a su rehén después de haberla obligado a hacerle una felación a punta de pistola. Otro juez le otorga una indemnización millonaria a un etarra porque su compañero de celda roncaba sonoramente y le olían los pies ultramesura. Y podríamos seguir… (Todos son casos sacados del prensa diaria).

¿Qué motiva este contínuo desvario que es la Justicia española? ¿Cual es la causa de esta extendida y encallecida cretinidad que caracteriza la judicatura de nuestro país? ¿Tal vez el origen de esta anormal situación resida en un severo déficit de yodo en la dieta de Sus Señorías, o en la de sus respectivas madres durante el embarazo de sus ilustre personas? (Sabido es que la carencia de yodo en la alimentación de las embarazadas genera daños cerebrales irreversibles en los nonatos).

Ni los jueces ni los fiscales suelen generar respeto ni confianza con esas actitudes disparatadas propias de desquiciados que quebrantan el orden natural de las cosas y humillan el más elemental sentido común, dando razón al refrán que asegura que “Menos daño hacen cien delincuentes que un mal juez“. La justicia en España es parodia, caricatura, simulacro, esperpento. Y si no me hubiese impuesto a mí mismo, para la redacción de este texto, la severa aplicación de las reglas de estilo que rigen este tipo de literatura, me atrevería a decir, sin rodeos pusilánimes ni mojigaterías pequeñoburguesas, que es una soberana cagada.

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Impelido por el exigente reclamo de mi conciencia de ciudadano probo y bien peinado, y aguijoneado por mi talante filantrópico, me he abocado a la áspera, pero ineludible, tarea de desentrañar este oscuro fenómeno al que sólo encuentro parangón con el enigma de la bolsa marsupial y el prodigio de la existencia del ornitorrinco de Tasmania. La gravedad de una judicatura empeorando a ojos vista y yéndose por el retrete a mansalva, y la imparable degradación de la idea misma de justicia en España, hacía imperativo e impostergable que pusiera sin más dilaciones ni titubeos mi inteligencia y mi dedicación a trabajar en la búsqueda de una explicación satisfactoria a tanto desbarajuste, en definir la oculta lógica que rige este singular desorden que escandaliza a todo cerebro normalmente constituido y mortifica a todo corazón medianamente bien puesto. Tras sesudas cavilaciones y largas noches de desvelo podemos anunciar que nuestra paciente y ardua investigación ha sido coronada por la recompensa del éxito. Este es el valioso documento. En exclusiva para AD. Porque ustedes (y ustedas) lo valen.

Durante estos últimos tiempos he venido empleando mis mejores esfuerzos a la tarea de dilucidar los motivos profundos del interesante y hasta ahora inexplicado fenómeno del atocinamiento neuronal de los jueces y fiscales españoles, rareza que se repite con una constancia en sus reproducciones temporales y una invariabilidad en sus manifestaciones formales, que evidencian una “ley” cuya clave he tratado de desvelar con el modesto concurso de mis conocimientos y capacidades y el inestimable socorro de la sociología aplicada, la antropología social y la cabronología comparada.

La pregunta que motiva esta disertacion es la siguiente: ¿De dónde proviene esa visible indigencia moral, ese notable envilecimiento espiritual que es la marca casi universal de los magistrados españoles? ¿Qué provoca esa general distorsión de la lógica, ese insistente desprecio del bien común? ¿De dónde nace ese sentido de la moral pervertido, de qué fondo de pensamiento degenerado y de valores subvertidos surge esa chocante ternura y esa babeante complacencia que manifiestan incesantemente los jueces por la escoria social en todas sus variedades? ¿Cómo explicar esa anomalía de carácter esquizofrénico que consiste en ejercer una anormal y perturbadora suavidad con el criminal endurecido y, como contrapartida a ese continuo desatino (tal vez para equilibrar la balanza), un prepotente matonismo judicial con el ladrón de gallinas o con cualquier hijo de vecina que humanamente tropieza un mal día de su vida? ¿Sobre qué bases ideológicas y doctrinales se asienta esa viciosa inversion de roles y de valores que ya hacía exclamar de indignación al romano Juvenal, el más cristiano de los pensadores paganos, un siglo antes de J.C.: “Odio el corazón perverso, el débil cerebro que ennegrece a la paloma y blanquea al cuervo“? ¿Qué motiva esa voluntad evidente de avasallar la razón que está metamorfoseando a España de un Estado de Derecho en el País del Revés. ¿Se trata de alcohol, drogas, cromosomas desparejados, una larga exposición al sol de agosto sin sombrero, una prolongada falta de oxigenación en los sesos, un empacho de televisión, demasiada comida china, una larga abstinencia sexual, 18 horas seguidas de YouTube?

Nos hemos resistido a la tentación de tomar el cómodo atajo de archivar el expediente achacando los extraños comportamientos de la bizarra tribu judicial a la existencia de una sociedad de irracionales juramentados para llevar a cabo algún siniestro plan al servicio de Kaos. Un tanteo previo de la cuestión nos ha confirmado la evidencia de que toda conspiración, incluso la de los necios, presupone la existencia previa inevitable de una inteligencia organizada, y el mismo concepto de inteligencia ya es extraño al elemento estudiado, y esa circunstancia niega las bases argumentales y empíricas a una teoría que, privada de tales cimientos, se cae por sí sola. No es en el previo acuerdo y en la acción concertada, y menos aún en la insignificante actividad cerebral de la cofradía togada, que hallaremos la acertada respuesta a nuestros interrogantes. La estupidez, por sí misma, no alcanza a explicar ese inicuo despotismo judicial que violenta el espíritu y socaba los pilares mismos de la sociedad civilizada.

Descartada la posibilidad de una maquinación urdida por una secta funcionarial escasamente dotada neuronalmente, una especie de franmasonería de majaderos diplomados, llegamos a la conclusión obligada de que no es en la cooperación sino en la rivalidad entre los componentes de esta congregación donde reside la explicación de tanto desafuero. Las situaciones chocantes que vulneran el sentido elemental de la justicia que a diario se producen en los juzgados ¿son acaso la manifestación cínica de una preferencia por el Mal? De ninguna manera. No se trata de un mal paso, un episodio efímero, una desviación accidental, un tropiezo en el recto camino. No, estamos ante la aplicación rigurosa de un sistema. Y es que este campeonato de despropósitos en que están extensamente inmersos los jueces y fiscales españoles, lo que parece estimular esta original competición consistente en “a ver quien la dice o la hace más gorda” es un loable afán de superación, un saludable impulso de emulación, una sana envidia entre colegas, que les lleva a superarse los unos a los otros y todos a sí mismos en una especie de jovial contienda profesional cuyo origen último está en la pulsión mimética característica de todos los primates, potenciada aquí por la rivalidad inherente a una especie fuertemente jerarquizada y dominante. “Monkey see, monkey do”, dicen los norteamericanos. Añadiremos, por nuestra parte, que los ejemplares aquí tratados no solo hacen lo que ven hacer a su alrededor, sino que tratan de mejorarlo, y con notable éxito en no pocos casos, a pesar de lo alto que ya está el liston. África tiene sus monos y España tiene sus jueces. Poner la justicia en manos de estos incompetentes y soberbios togados es tan insensato y peligroso como entregar una navaja barbera a un chimpancé al que previamente algún gracioso hubiese hecho ingerir un par de litronas.

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La sorprendente presencia de cierta cantidad de materia gris en la caja craneal de muchos jueces es tan inútil e inexplicable como la existencia de pezones en la anatomía masculina de los mamiferos (1). Contradiciendo excepcionalmente la regla que establece que la función crea el órgano, aquí al órgano no lo justifica ninguna función aparente, y sólo puede ser interpretado como la reminiscencia fosilizada de un intento fallido, la huella prehistórica de un esbozo desechado en la noche de los tiempos zoológicos de la especie. La Justicia española es a Themis (2) lo que el berrido de Tarzán es al Bel Canto: jueces que absuelven a descuartizadores de hacha, que multan a obreros parapléjicos, que desahucian a ancianos por un impago de 37 euros, que liberan a rebaños de rumanos atrapados con las manos en la masa y armados hasta los dientes, algunos de ellos dos veces en el mismo día, que se niegan a meter entre rejas a terroristas vascos porque falta un “papel”, etc… (casos reales sacados de la prensa)-

La constancia con que se repiten tales disparates, puede dar la impresión de que el conjunto de la profesion está afectado por algún trastorno sicopatológico grave, cuando en realidad apenas el 95% está realmente tarado. Afotunadamente. Los paradigmas de esta singular categoría de excéntricos están en todos los telediarios un día si y otro también, unos más famosos que otros, pero todos empeñados en subir peldaños en ese ranking a costa de lo que sea. Estos ejemplares de colección son dignos de ser, llegados el momento, disecados por taxidermistas de primera línea a fin de preservar en su natural esplendor estos valiosos especímenes, cabales representantes del gremio judicial (o guardarlos en formol a tamaño natural) y poder ofrecerlos tal cual a la curiosidad científica de las generaciones venideras y al asombro de un público ávido de emociones fuertes ante lo grotesco y lo repulsivo.

Los juzgados de nuestro país parecen sucursales de South Park y sus habituales inquilinos unos parientes cercanos de los extravagantes monigotes de la serie televisiva. A primera vista el coeficiente intelectual del magistrado promedio español es el de un hamster senil que hubiese recibido un fuerte golpe en la cabeza durante la infancia. Después de haber completado el mapa del genoma humano, a la comunidad científica sólo le queda la materia pendiente de resolver las incógnitas que gravitan aún sobre la pella cerebral del juez y del fiscal español. En efecto, el cerebro espongiforme de estos funcionarios merece un examen exhaustivo, y a la impostergable investigación de la conformación de la corteza perifrontal y de la densidad encefálica de esta subespecie he de dedicar mi celo académico durante los próximos meses para tratar de desentrañar ese turbador misterio y poder ofrecer a la posteridad un trabajo concluyente digno de la importancia de esta grave cuestión y merecedor del aplauso de mis lectores. Gracias por adelantado, Dios se los pagará al ciento por uno.

Les dejo, tengo mucha faena por delante.

(*1) Bueno, esto último ya ha sido explicado por la ciencia.

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(*2) Themis es la diosa de la Justicia. Se la representa con los ojos vendados, con una balanza y una espada en sus manos.

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