Rosa Belmonte.- Pocas cosas más divertidas que odiar a los franceses. Por cosas importantes como decir que Rafa Nadal se dopa o por cosas menores como invadirnos, matarnos y llevarse nuestros ‘murillos’. Es un odio así como el de Mark Twain: «Francia no tiene invierno, ni verano, ni moral. Aparte de esos inconvenientes, es un país estupendo». Y encima, tenemos enterrados a Goya en Burdeos, a Machado en Colliure, a Azaña en Mountauban y a Picasso en Vauvernargues. Porque uno de los problemas (o ventajas) de Francia es que está ahí al lado.
Como se pregunta Manuel Arroyo-Stephens en su libelo ‘Contra los franceses’ (Elba), qué hubiera sido de la cultura francesa si en lugar de estar situada donde está hubiera estado en Australia. Estando en Australia no habría actuado como tamiz deformador de las creaciones originales de Alemania, Italia, Inglaterra o España. Y sí, claro que esto viene a cuento de Valls. Del franchute que viene a decirnos qué hacer.