Opinión

Colágeno: un relato oscuro (y 2)

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“Yo imagino que los gritos de esos niños asesinados antes de nacer sonarán a los oídos de Dios” (Beata Madre Teresa de Calcuta) Fue en una reunión de amigas donde le dijeron que debería informarse sobre las nuevas cremas a base de colágeno natural – “Son fenomenales para las arrugas y ojeras”. Ese sábado, nada más levantarse, Laura se preparó el desayuno, llevó el ordenador hasta la cocina, lo puso sobre la mesa donde desayunaba y, entre bocado de tostada y sorbo de café, comenzó la búsqueda en Internet. No sabía que, a veces, la singladura por el proceloso mar de Internet puede traernos información para la que no estamos preparados. “Últimos productos de belleza a base de colágeno natural”, preguntó.

En segundos una lista de respuestas apareció en la pantalla. Las fue leyendo antes de entrar. Una de ellas denunciaba la utilización por parte de las firmas de belleza de colágeno extraído de los fetos de los abortos. Quedó paralizada. La taza de café se le cayó de la mano esparciendo el líquido por la mesa. Los dedos le temblaron sobre el ratón. Un escalofrío como nunca antes había sentido le recorrió todo su cuerpo, y sus ojos quedaron muy abiertos y fijos en la pantalla. Siguió leyendo: “Denuncian que compañías fabricantes de productos de belleza a base de colágeno natural, utilizan sin el más mínimo escrúpulo los restos de los abortos provocados en algunas clínicas abortivas para obtener colágeno barato” El impacto de la lectura rompió los diques que mantienen sujetos los oscuros recuerdos, esos que la mente ha enterrado en el rincón más recóndito del subconsciente. Su cerebro recibió una descarga brutal. Se fraccionó su mente.

Paralizada, estuporizada, inerte; tardó unos minutos en levantarse de la silla y caminar como un zombi hacía el dormitorio. Se dejó caer como un fardo en la cama que aún estaba cálida. Quedó en sopor, en una especie de vigilia por la que entraba una pesadilla recurrente: los restos de dos fetos eran arrojados a un contenedor para después ser trasladados a una fábrica de productos de belleza; allí eran procesados para formar parte de miles y miles de tubos, botes y tarrinas de cremas, geles y lociones para la belleza.

Aquella noche Laura no pudo soportar la recurrente pesadilla que desde hacía días la martirizaba. Su cerebro roto, hecho pedazos estalló. Con los brazos rígidos a lo largo del cuerpo, los ojos vidriosos con la mirada perdida, se dirigió al cuarto de baño donde abrió el botiquín y, con mano temblorosa, sacó un bote de somníferos y otro de ansiolíticos. Y enfrentó su imagen al espejo que se la devolvió mostrando un rostro terso, limpio y, a pesar de las incipientes arrugas, aún juvenil gracias al colágeno. Con un grito casi animal puso sus manos sobre aquel rostro y sus uñas rasgaron su piel sin misericordia. Gotitas de sangre jalonaron su camino hasta el dormitorio en cuya cama se desplomó. Abrió los botes de pastillas y cápsulas, que ingirió y abandonó al plácido sueño su cuerpo y su espíritu.

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La asistenta la descubrió a la mañana siguiente y avisó al 112. Cuando los sanitarios consiguieron estabilizarla, al trasladarla desde el bloque de pisos hasta la ambulancia, la tenue lluvia mojó su rostro y las gotas resbalaron por sus mejillas como lagrimas brotando de sus bellos ojos, de aquellos ojos que se solazaban al contemplar un rostro que evitó el paso de los años gracias al COLÁGENO.

Hoy Laura, con 45 años, vive internada en un centro psiquiátrico. Los médicos le han proporcionado dos muñecos “rebort” a los que ella atiende, viste y asea diariamente. Han comprobado que así, Laura se siente feliz.

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