Opinión

Categoría moral de Francisco Franco Bahamonde (y II)

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6º. – La construcción de la mayor Cruz del mundo como signo de reconciliación nacional, de respeto incluso para los enemigos caídos en el otro bando y confesión pública de la Consagración de España a la catolicidad y al sentido religioso de la sociedad en todas sus instituciones, como había hecho Alfonso XIII consagrando España al Sagrado Corazón, que también hizo más tarde el Generalísimo, a la vez que firmó un Concordato con la Santa Sede, defensa de la consiguiente catolicidad, es pública confesión de un ferviente hijo de la Iglesia, como así fue siempre reconocido por el Vaticano, incluso por Pablo VI, que adverso al régimen y partidario de la desacralización de España y su Gobierno, acabó reconociendo: “Yo, con este hombre me he equivocado” (al leer el ferviente y cristianísimo Testamento de Franco).

7º. – La reconstrucción de 20.000 templos, más seminarios y conventos quemados o destruidas por los rojos, y obras de arte sacro restauradas e insustituibles de nuestro riquísimo patrimonio, ya dan por sí misma la intencionalidad de aquella Cruzada, guerra de ideología religiosa y no vulgar pelea de gallos.
Una guerra civil sería una lucha política con finalidad temporal e intrascendente, un par de generaciones, a lo sumo. Por el contrario, una Cruzada busca las finalidades opuestas: es trascendente e intemporal para todas las restantes generaciones por su exigencia religiosa, moral, social, humanista y vital, en todos los aspectos del cristiano vivir.

8º. – La creación de la seguridad social, en sapientísima previsión de futuro, ha hecho que tantos pueblos de España aún subsistan, más las creaciones faraónicas de pantanos, carreteras, universidades laborales, obras benéficas… Sería interminable en unas improvisadas pinceladas de páginas de revista exponer todo lo que construyó el régimen, en beneficio y provecho del pueblo español.

Ahí estuvo la multitudinaria asistencia el día de su entierro, del pueblo español, agradecido, que lloró con emoción y pena en colas interminables de día y de noche, con saludos militares e imperiales, la asistencia de decenas de Jefes de Estado y de Gobiernos extranjeros para manifestarle su respeto y admiración, así como las concentraciones anuales en la Plaza de Oriente, escuchando su voz< de padre, inseparable de su pueblo, un pueblo que caminó bajo su égida, aún en situaciones de precariedad, compartidas familiarmente, con un mismo destino esperanzado de la Una, Grande y Libre España secular, tierra de María Santísima, cuna de héroes, de santos de artistas y de místicos.

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Si la proeza de los Reyes Católicos evangelizó a medio mundo, extendiendo la lengua española a todo el orbe, la significación de la obra de Franco no tiene menor importancia para el mundo católico en particular, y para el mundo libre en general.

9º. – Franco no edificó el Valle de los Caídos para él. Fue su sucesor, Juan Carlos, quien ordenó enterrarle allí, y ahora como “gratitud” a tal privilegio, oculta la defensa del gran Caudillo al que le debe el Trono, y el retorno de los Borbones a la Corona de España.

Juan Carlos le elogió en vida y ahora le olvida y traiciona, como traicionó a su padre, y como perjuró contra los Principios del Movimiento de Julio del 36.

La transición convirtió así el cambio en ruptura con el pasado católica de nuestra Patria.

El diabólico liberalismo atenaza al Estado y a la Monarquía Borbónica, negando los sacrosantos derechos de Dios.

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Confieso, sin rubor, haber llorado abundantemente leyendo las elogiosas homilías de nuestros Obispos, a la muerte del Caudillo.

¿Se atreverían ahora a decir lo mismo de la historia e innegables heroísmos martiriales y civiles militares de la epopeya de Franco?

El enemigo de Dios y de las Patrias, no descansa, como nos advirtió Franco, y como el Divino Maestro nos dijo: “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”.

Lo verdadero es eternamente nuevo.

La Catolicidad tiene que tener a Franco en los Altares.

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¡Viva Cristo Rey!

*Párroco de Villamuñio, León.

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