Historia

Cartas desde Colombia: Crímenes imperiales en las Américas

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Por Carlos Arturo Calderón Muñoz.- Taraco eran un vibrante Estado andino cuyo único pecado en la vida fue haber estado en la mira de unos ambiciosos extranjeros, que sólo tenían como objetivo robar las riquezas locales para luego regodearse en el lujo de su propio hedonismo. Cualquiera que escuche la maldad genética de estos asaltantes de inmediato entenderá que me refiero a los españoles; todos sabemos que antes de la llegada del supremacismo blanco a las Américas en 1492, estas bellas tierras no habían sido tocadas por nada que no fuera la paz absoluta.

Ilustración de Jacques Le Moyne de Morgues sobre cómo trataban los indios los cuerpos de sus enemigos.

Porque aparte de las reglas del Pokemon Go, lo único que necesitamos saber es que los europeos eran, y siempre serán, perversos y los amerindios son la representación perfecta de la pureza divina. No nos interesa saber que Jesús ni siquiera había nacido cuando Taraco fue arrasada y que, por cierto, los destructores de ese incipiente pueblo no fueron horribles blancos hispanos o anglosajones, sino otros humanos cafés, otros indios.

Hace más de 2000 años en el área de Titicaca florecían dos comunidades, unos se agrupaban en el Estado de Taraco, que se desarrollaba a lo largo del río Ramis, y sus rivales formaban el Estado de Pukara, que se asentaba en el altiplano. Estos dos grupos no eran nada cercano a un imperio, ni siquiera a un reino común.

Eran unas tribus que contaban con unos pocos miles de miembros cada una. Ni en Taraco ni en Pukara escaseaban los recursos naturales; contaban con suficiente espacio vital, comida y demás elementos necesarios para su subsistencia.

Escena de canibalismo en la América prehispánica (Jacques Le Moyne de Morgues).

Sin embargo, ambos empezaban a tener influencia política en la región.

Los habitantes de Taraco, que eran todo menos santos, tenían una considerable producción agrícola, además de bienes como cerámicas y obsidianas. En medio de un conflicto con el Estado de Pukara, este último, después de destrozar militarmente a las fuerzas de Taraco, prendió fuego a su pequeña comunidad. El producto de estas acciones de guerra fue que Taraco dejó de ser un posible competidor y Pukara se convirtió en la fuerza dominante de la región. Este conflicto no se dio por la necesidad de la supervivencia, el único combustible detrás del exterminio de la cultura Taraco fue la ambición. Al sacar de la ecuación a un posible rival, Pukara se aseguró de obtener más recursos de los necesarios para su supervivencia y con eso una anhelada riqueza material.

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La destrucción de Taraco no fue ni de cerca el primer acto violento entre amerindios, en el mismo lugar en que alguna vez floreció Taraco, el profesor Charles Stanish ha encontrado prendas textiles y cerámicas que muestran guerreros victoriosos decapitando a los vencidos. Esos elementos representan sucesos que antecedieron por siglos a Taraco. Podríamos pensar que culturas tan primitivas tendrían ese tipo de comportamientos, nada propios de civilizaciones desarrolladas. Sin embargo, si nos movemos en el tiempo, incluso hasta el instante previo a la llegada de España a las Américas, lo único que cambió en este tipo de conductas fue el tamaño y la intensidad.

Hay algo que tuvieron en común los zoques, mixtecos, tlaxcaltecas, purépechas, ocultecas, matlazincos, thlahuicas, tepuztecos, tlapanecos, amuzgos, chubias, pantecas, tolimecas entre muchos otros. Todos fueron dominados por el Imperio Azteca.

Ataque a una villa india con flechas ardientes. (Jacques Le Moyne de Morgues).

En el Museo Nacional de Antropología de la hermana república mexicana se encuentra la piedra del sol, la cual es una soberbia obra de arte azteca en forma de disco, cuyo diámetro es de 3,60 metros y que pesa unas 24 toneladas. Cuando el emperador Axayáctl hizo la ceremonia de inauguración de esta pieza, junto a los dignatarios de las otras ciudades de la Triple Alianza, no se le ocurrió festividad más inocente y alegre que la de sacrificar a miles de prisioneros zapotecas, tlapanecas, huexotzincas, atlixcas y uno que otro desgraciado de Tizauhcóac para satisfacer su poder y a sus dioses. Debo ser justo y reconocer los valores progresistas del emperador azteca, pues hizo matar a hombres, mujeres, niños y niñas por igual.

Como siempre las cifras varían dependiendo de la fuente, pero los más conservadores hablan de unos 14.000 inmolados y los más escandalosos de unos 80.000 “obsequios” al inframundo de parte del amable emperador.

Al mejor estilo del imperialismo Yankee los aztecas le hicieron bloqueos económicos a los tlaxaltecas o forzaron la desaparición de los vestigios culturales de sus enemigos, como lo sufriera la lengua de los matlatzincas que de manera progresiva, aunque no totalmente, fue reemplazada por el náhuatl.

Volviendo al sur del continente, en una época en que Pukara ya había desaparecido y el dominio de los Andes lo ejercían los incas, encontramos que estos no eran muy diferentes de sus hermanos indígenas del norte. Los huancas, cajamarcas, taramas, collas, cañaris, lupacas, chachapoyas, chimúes, entre muchos otros pueblos locales fueron dominados o fuertemente agredidos por los hijos del sol. Cuando España, de la mano de Francisco Pizarro y compañía, llegó a los dominios del Inca, el imperio estaba en una cruenta guerra civil en la que dos hermanos (medio hermanos para ser más exactos) estaban luchando a muerte, o mejor, haciendo luchar a muerte a sus vasallos por el control del imperio.

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Los Aztecas realizaban sacrificios humanos, tanto a enemigos capturados como a voluntarios. Debían subir las escalas hasta la cima del templo y allí un sacerdote cortaba su cuerpo desde la garganta al estómago, para luego remover el corazón y ofrecerlo al dios Huitzilopochtli.

Las dos joyas de la familia real Inca eran Huáscar y Atahualpa. El primero se dedicó a matar a todos los nobles que creía podrían traicionarlo y el segundo no tuvo reparos en asesinar a las mujeres y niños de cualquiera que se uniera a Huáscar. Ambos bandos reclutaron a otros grupos indígenas, que por pugnas locales o personales escogían un lado de la contienda para deshacerse de sus propios enemigos, como fuera el caso de los punaeños y los tumbis, que aprovecharon el enfrentamiento continental de los hermanos incas para masacrarse entre ellos.

Lo que pasó de ser una guerra entre familiares por el poder se convirtió en un auténtico genocidio. A medida que la balanza se inclinaba a favor de Atahualpa este se hizo más salvaje y ordenó el exterminio de todos los pueblos que apoyaran a Huáscar. Entre las víctimas de esta orden se encontraron los chimus, yungas guayacundos y cañaris, de estos últimos se dice que para el final de la guerra civil habían perdido alrededor del 88% de su población.

Finalmente Huáscar fue derrotado, enfrente de sus ojos asesinaron a toda su familia, mientras estuvo preso lo sometieron a torturas, le alimentaron con excrementos humanos y en general le hacían matoneo (bullying que llaman los ingleses). Atahualpa no logró disfrutar su victoria, recién terminada la guerra (como máximo un par de años después según algunos cronistas) fue capturado y luego muerto por los hombres de Francisco Pizarro.

Los Incas realizaban también sacrificios humanos. Generalmente se sacrificaban prisioneros, pero también a niños que eran criados especialmente para este fin, ya que un chico sano era lo más puro que se podía ofrecer a los dioses.

En la conquista española de las Américas existieron abusos, como en todas las guerras. Sangre inocente fue derramada y en muchos casos la ambición del oro primó sobre el bienestar del prójimo. Sin embargo, no puedo aceptar como justo el hecho de que deliberadamente se ignoran los crímenes y atrocidades cometidas por los indios entre sí mismos durante milenios, para intentar mostrarlos como criaturas inocentes incapaces de lastimar a alguien.

Hernán Cortés y Francisco Pizarro obtuvieron sus victorias por sobre poderosísimos imperios gracias a que fueron superiores. No me refiero a que tuvieran armas más sofisticadas, contaran con mejores genes o tuvieran una fe verdadera, simplemente, de forma integral, fueron superiores en el arte de la guerra. Cuando llegaron a las Américas notaron que cientos de miles, probablemente millones de seres humanos, tenían odios acumulados en contra de sus opresores.

Hernán Cortés y Moctezuma.

Cortés fue apoyado, entre otros, por los totonacos, chalcas, tlaxaltecas, xochimilcas, otomís y muchos de los descendientes de los mayas. El hijo más famoso de Medellín logró unificar el descontento social del territorio y dirigirlo en contra de los aztecas. Creo que en vez de conquistador de Méjico deberíamos darle el título de libertador de Mesoamérica.

Por su parte Pizarro también contó con el apoyo masivo de los grupos locales. Entre sus aliados estuvieron los huancas, chancas, chachapoyas, cañaris. caxis, tallanes y también muchos incas que le fueron leales a Huáscar. La región dominada por los incas estaba llena de resentimientos en contra de un imperio opresor. Al igual que con Cortés, Pizarro no debería ser el conquistador del Perú sino el libertador de los Andes.

Podemos hacer una larga lista de abusos cometidos por españoles con los pueblos conquistados; hay personas malas en todas las razas y pueblos, pero esto no puede utilizarse como una forma de justificar una leyenda negra que muestra a los españoles como a los jinetes del apocalipsis. El comportamiento de los nativos con respecto a los momentos de debilidad de los imperios de los que hacían parte es un indicador infalible del tipo de gobierno que les regía. Cuando los incas y aztecas se vieron amenazados, cientos de miles, tal vez millones, de amerindios se unieron a los españoles para liberarse de la opresión. Siglos después, cuando era la España Americana la que tambaleaba, por efectos de la judeo masonería, los ingleses, franceses y el Vaticano, la gran mayoría de los pueblos indígenas, incluyendo a los descendientes de los incas y los aztecas, se jugaron la vida para defender a su rey.

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Algunos pueden esgrimir el argumento de que esa fidelidad se debió a la opresión. Pero tal vez sería más sensato creer que el hecho de que España haya llenado América de universidades, colegios y hospitales; que hubiera creado leyes especiales para proteger a los indios, que se dedicara a recopilar las tradiciones orales de los nativos para luego conservarlas en libros que eran traducidos a los idiomas locales; tal vez el hecho de se incorporará a las realezas indígenas a la nobleza española, se desarrollara un estado social en el que las condiciones de los agricultores y mineros eran envidiadas por las de sus colegas europeos o que cada virreinato americano era individualmente más rico y desarrollado que la mayoría de naciones sobre la tierra, haya creado una lealtad indisoluble.

Los 13 de la Fama, los hombres que acompañaron a Pizarro a conquistar el Perú.

No pretendo idealizar a mis ancestros hispanos o demonizar a mis también ancestros nativos. Es necesario equilibrar la balanza de la percepción para así poder ser conscientes de la naturaleza de la realidad, con sus cualidades y defectos, con su medida perfecta.

En el budismo se describe al nirvana o iluminación como un despertar. El samsara es sólo un mal sueño del que despertamos para darnos cuenta que todo era una ilusión. Pues déjenme decirles algo hermanos europeos, a la sangre no la disuelve el tiempo ni el espacio. España no es la suma de 17 endebles comunidades autónomas incrustadas en la península ibérica. España no es la casa de 40 millones de europeos, España no se va a acabar porque el sionismo utilice al islam para fracturar a Cataluña.

Para muchos de los que residen en Iberia la conquista y posterior colonia es sólo un capítulo de su etapa imperial, una clase de historia o en el peor de los casos un motivo de vergüenza. Para los españoles de las Américas, es el recuerdo constante de que la casa de nuestra madre fue destruida antes de que nos dieran la oportunidad de nacer en ella. La ilusión democrática en la que llaman a la unión de los pueblos “latinoamericanos” es sólo una pantomima para distraernos del innegable hecho de que nosotros éramos un pueblo, éramos una sola nación.

En nuestra psicosis quijotesca, somos cada vez más los americanos que estamos convencidos de que eventualmente reconstruiremos nuestro hogar, que para términos prácticos inicia en California y se acaba en la tierra del fuego, nace en la península ibérica y crece hasta los andes. ¿Cuánto tiempo nos tardaremos en realizar esa quimera? No sabemos, ni nos importa. Como dijera el tango “20 años no es nada” y para los descendientes de un pueblo que se tomó ocho siglos en recuperar su tierra esa frase no es una canción, ¡es una verdad indiscutible!

Estén convencidos de que si la situación en Europa se vuelve insostenible, innumerables tropas de los hijos súrdicos de España cruzarán el océano para proteger a su madre. El gran sanedrín, Allah, la OTAN, la Unión Europea, las mafias asiáticas y amerindias, los terroristas y los traidores locales serán derrotados. No se dejen convencer de que están locos cuando sientan el furor de la hispanidad en su sangre. Si dudan, aunque sea por un segundo, los devolverán a una falsa cordura que les significará la muerte. No somos Alonso Quijano, somos el Quijote, buscamos para nuestra propia gloria la senda más angosta y difícil y estamos convencidos de que el amor no engendra cobardes. ¿Es eso de locos? ¡NO! Es de españoles, en las Américas o en Europa.

Despertaremos del sueño, nos reiremos de la ilusión de la leyenda negra y volveremos a casa, a ese lugar del que nunca nos fuimos, volveremos a España.

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Desde San Bonifacio de Ibagué (Colombia)

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