Opinión

Carta al Nuncio Apostólico en España

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Eminentísimo y Reverendísimo Señor Nuncio Apostólico en España: Me dirijo a S. E. R. con el respeto de un párroco rural, que quiere representar la voz multitudinaria del alma católica española, no por silenciada menos expresiva en sus manifestaciones públicas del recuerdo agradecido a la figura de su Caudillo providencial, visitado ininterrumpidamente en el Monumento del Valle de los Caídos.

Ese Monumento es la confesión pública y universal de un pueblo católico secular, presidido por la Cruz mayor del Mundo, representativa de una reconciliación nacional, tras la diabólica infiltración marxista, y de una Consagración hecha por Franco en 1965, de la martirial España al Sagrado Corazón, como sello de su inconfundible catolicismo.

El diabólico intento de profanar la tumba del Caudillo Francisco Franco Bahamonde, estadista predilecto entre los gobernantes cristianos, como dijo Pío XII, y condecorado por él mismo con la Cruz de la “Orden Suprema de la Cristiandad”, declarando aquella epopeya del 36 (aparentemente civil), como la Undécima Cruzada, sitúa a esta personalidad en la órbita de los defensores del catolicismo, unido a un pueblo que afrontó una militancia cívico-militar como testimonio tradicional y confesional de siglos desde la Reconquista de ocho siglos, pasando por la lucha de años contra el protestantismo, el liberalismo de las Luces napoleónico y el marxismo demoledor de toda cultura religiosa, o, simplemente, humanista.

Hasta Carlos I respetó el cadáver del mayor heresiarca y enemigo de la Iglesia de Cristo, cuando estuvo ante su tumba en Wittemberg, dejando su juicio en manos del Creador.

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La mejor forma de alcanzar la paz sin odio es respetar la historia, dejando cada reliquia en su sitio, puesto que su posible profanación traería un nuevo y sordo enfrentamiento, totalmente absurdo e innecesario.

Venzamos el odio con el amor de la razón y de la fe. La realidad, como los dogmas, se admiten o se rechazan, pero no se discuten.

Entre las obras de misericordia corporales está a de enterrar a los muertos, y entre las espirituales, la de rezar a Dios por los vivos y los muertos, como cada día hacen los Monjes Benedictinos de esa sacrosanta Basílica Pontifical.

Y ello, porque la categoría específica moral que tiene el católico por haber sido Templo del Espíritu Santo, no la tiene el pagano; de lo que se deriva que la profanación de una tumba sea un atentado contra la religiosidad y la honra debida al sepultado (Canon 1176, 2 y 3):

“La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos, obteniendo para ellos la ayuda espiritual y la honra de sus cuerpos; y a la vez, proporciona a los vivos el consuelo de la esperanza”.

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El Vaticano y la Iglesia española sostienen que no puede negarse a que la familia entierre a Franco en la Cripta de la Almudena.

Todo intento contrario a la justicia, a la sacralidad, al sentido común, a la historia y al respeto de lo intocable, no puede venir si no es por manos de la impiedad diabólica de los enemigos de Dios y de la Patria, de los eternos revanchistas que jamás pueden perdonar la derrota causada por las fuerzas del Bien.

(Continuará).

 

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