Religión

Caguelo episcopal

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AR.- “A mi juicio, cerraría todas las iglesias ya, pero cómo vamos a cerrar las iglesias si el Estado no decreta que se cierren los bares y los sitios de ocio. Sería del género tonto cerrar las iglesias y no los bares”, manifestó el obispo de Córdoba. “Uno de los lugares de contagio es la iglesia porque es donde se junta la gente para la misa y otras actividades”. Demetrio Fernández, doctor en teología, que pasaba por uno de los obispos más piadosos y ortodoxos, a la cabeza de la cobardía patológica de una casta episcopal vendida al mundo. ¿Se cerraban las iglesias en tiempo de guerra, peste o calamidad? ¿Se privaba al pueblo cristiano del consuelo de la fe y de la Eucaristía cuando más lo necesitaba? Antes no. Ahora sí.

Ahí está el decreto del obispo de San Feliu en Barcelona, Agustín Cortés: Después de dispensar del precepto dominical dice: “No se convocarán celebraciones litúrgicas públicas (misas y otras devociones). Donde sea posible se procurará tener los templos abiertos para la plegaria, siempre que se respeten las indicaciones de las autoridades civiles. Los centros de culto que no cumplan estas indicaciones quedarán cerrados”.

El mismísimo cardenal Omella, intimo del papa Francisco, va más allá: “Todos los fieles de nuestra Archidiócesis de Barcelona quedan dispensados del precepto dominical -el de santificar las fiestas, ley divina- mientras dure la situación de grave crisis sanitaria actual. A causa de la situación totalmente excepcional que estamos viviendo, desde el día de hoy quedan suspendidas todas las celebraciones públicas de la eucaristía con participación de fieles, también la dominical”.

Luego, por algún remanente atávico de mala conciencia dice: “Estaría bien mantener las iglesias abiertas en la medida de lo posible y que se atiendan con caridad pastoral a los enfermos y la las personas angustiadas, aprovechando también el teléfono y las nuevas tecnologías”. O sea, las iglesias abiertas, pero sin Eucaristía ni culto, como museos arqueológicos con sus guías auto-amordazados. Sin Eucaristía no hay Iglesia. Sin comunión no hay unión con Cristo. Los curas metidos en casa y los obispos en sus palacios atentos a la insensatez de Pedro Sánchez y a las indicaciones de una autoridad incompetente. Antes que nos prohíban las misas los rojos, lo hacemos nosotros. ¿Iglesias abiertas?… y Jesucristo amordazado en el sagrario, sin predicación ni culto.

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Obispos preocupados no por la conversión de sus fieles ni por los signos divinos que nos llaman al arrepentimiento y a la conversión. Perros mudos que callaron ante el feminismo soez y chabacano del 8M, las solas y borrachas que llegarán a casa a vomitar su colocón. Pastores castrados que consideran el aborto, la fornicación pública, la ideología de género y el mariconeo como el precio que se paga para seguir a la sopa boba del 0,7 del IRPF y así mantener el chiringuito, no sólo de los curas, sino de todos los laicos paniaguados de los obispos que viven a su sombra con sus Trece tvs y otras mandangas. Pastores que han huido del lobo y así le han permitido devorar a las ovejas sin piedad. Ya os dijo Juan Bautista: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”.

¿No vuelve San Vicente Ferrer a recordarnos aquello que predicaba con valentía en medio de la peste bubónica en el siglo XIV?: “¡Temed a Dios y honradlo, porque está cerca la hora de su Juicio!”.

“Levántate y ven a predicar mi Evangelio por todas partes -escuchó San Vicente del Señor- y conquista muchas almas para mí. Avisa a los hombres del peligro en que viven y anuncia el día del Juicio. Yo estaré contigo”. Pero sin fe, ni esperanza ni caridad para con la salvación eterna del prójimo, “cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”

Nuestros obispos y cientos de curas parecen haberla perdido ya, renunciando al ministerio de anunciar la verdad y denunciar el error, sin alimentar al Pueblo de Dios -al que dicen querer tanto- con el pan de la Vida. Dejando, por tanto, en manos del Estado, la tarea de establecer unas formas ideológicas y unos criterios de conducta que nos llevaran a la extinción no ya espiritual, sino material y definitiva.

“¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor! ¡No endurezcáis vuestro corazón!”. San Vicente Ferrer, ¡ruega por nosotros!

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