La policía boliviana no pudo contener a los cientos de miles de manifestantes en todo el pais que exigieron la marcha del narcodictador Evo Morales
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Andrés Palomares.- Una conocida historia le hace decir a la reina de Inglaterra, a raíz de un incidente diplomático, allá por el año 1870, que «Bolivia no existe».
Para la soberbia imperial de la lejana Albión, Bolivia no era más que un país insignificante, una meseta lunar desolada llena de indios miserables, tristes y embrutecidos… Pues bien, Bolivia acaba de confirmarnos lo contrario. Existe de verdad (con sus conflictos, problemas, taras e insuficiencias, como no…), está viva y manifiesta señales inequívocas de su voluntad de ser, de existir, a pesar de todo y de todos. A raíz del oscuro, ridículo y bochornoso episodio de la embajada mexicana y de los agentes encapuchados, las autoridades bolivianas han expulsado a la embajadora española.
Miles de manifestantes contra la nacodictadura de Morales
Cuenta la leyenda que el embajador británico de aquél lejano episodio fue obligado a tomarse una tinaja entera de chocolate antes de ser enviado de vuelta a Inglaterra. A la embajadora española deberían haberle añadido unos kilos de churros para cumplir con el folclóre ibérico.
Esa historia, es probable que sea apócrifa, como tantas otras, pero sirve como una profecía casi perfecta de la caótica y violenta historia boliviana a partir de esas fechas. Un país a punto de desparecer en incontables ocasiones. Pero hoy, Bolivia ha dado muestras de su vitalidad, no por escondida o acallada menos real. Los actuales gobernantes de Bolivia demuestran tener dignidad y agallas para defender la soberanía y el honor de su país. De eso mismo carecen los gobernantes de España en su coyuntura actual.
Pero el episodio boliviano de este impresentable gobierno no es más que una anécdota menor en una situación extrema de descomposición nacional, que abarca ya a todo el país de arriba abajo. Es España la que está, si no muerta y cadavérica, si por lo menos moribunda, agónica, en trance de desaparecer, en la vía de la no existencia, en el camino sin retorno de la muerte.
En estos últimos instantes de su larga trayectoria vital, al final de su largo recorrido histórico, España aparece sin fuerzas, sin energías, decrépita, caduca, acabada, más muerta que viva, una presa fácil de los carroñeros que acechan el animal caído a tierra… Estas alimañas le sacarán las entrañas, la descuartizarán y se repartirán sus despojos, y sólo quedarán las lamentaciones y los gemidos de todo un pueblo que no supo más que oponer un coro de plañideras frente al crimen anunciado.