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Bajar de la Luna

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I. Camacho.- Fue patético. A Pedro Duque nadie debió de explicarle cuando aceptó el Ministerio –aunque él sí debió imaginarlo– que esta clase de aprietos iban en el sueldo y que en la batalla política hace mucho tiempo que no se toman prisioneros. Su comparecencia produjo una mezcla de lástima y de bochorno ajeno: esa inseguridad apocada, esa falta de aplomo, esos angustiosos balbuceos proyectaban la viva imagen de un hombre abrumado, fuera de su medio, aturdido por su propio desasosiego. Es probable que le beneficiase ante la opinión pública ese aire de gatito indefenso ante una rehala de perros, incapaz de explicarse, indeciso, perplejo y como confundido en su buena fe de outsider inexperto. Pero la realidad es que quien estaba tratando de explicar un posible caso de elusión de impuestos ya no era el célebre astronauta cargado de horas de vuelo sino un miembro del Gobierno. El cuarto que se ve en apuros de esta clase tras haber dimitido los dos primeros, y uno de los pocos que había permanecido hasta ahora lejos de la línea de fuego en que este Gabinete se abrasa a velocidad de vértigo.

Y ésa es la cuestión clave, más allá de la empatía o de la pena que pueda producir la zozobra de AstroDuque ante la prensa, su dificultad patente para esclarecer su relación con Hacienda o la espontánea candidez de su protesta de inocencia. La actitud del ministro puede ser sincera, aunque se entiende peor su sorpresa porque al entrar en política –y más en circunstancias particularmente tensas– debía suponer que en ella no podía desenvolverse con mentalidad ingenua. Hay una historia humana, sí, en esa triste peripecia del personaje de prestigio que expone su reputación para trabajar por una idea. Pero ese lance constituye una cruel anécdota en el contexto de un Gabinete formado al conjuro de la presunción de decencia y que del líder abajo tiene ya a una cuarta parte de sus componentes bajo sospecha. Un equipo cuyo presidente prometió expulsar a cualquier colaborador que tuviera una estructura instrumental como la que Duque creó para comprar sus residencias.

Al cosmonauta que subió al espacio lo ha bajado bruscamente a tierra el doble rasero moral del comandante que lo ha reclutado. Sin duda es doloroso que la ley de la gravedad política provoque este tipo de batacazos; el suyo es un daño colateral causado por la inconsistencia del liderazgo con el que Sánchez pilota un cohete fuera de control en trayectoria de curso errático. Él fue el que estableció, con tono de Savonarola indignado, el inflexible paradigma de incompatibilidad ética que se le ha ido de las manos. Él eligió, guiado por su instinto publicitario, este celebrado dream team punteado de fichajes galácticos. La prematura erosión que lo ha desacreditado en cuatro meses escasos demuestra que el presidente tiene como director de casting el mismo talento que como redactor de tesis de doctorado.

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