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Armando Robles: “Una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos”

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No cuenten conmigo para unirme al coro de las patéticas caceroladas. No cuenten conmigo para repetir el mantra de que «juntos venceremos al virus», cuando el virus ya ha puesto al descubierto nuestras innumerables limitaciones y se otea en el horizonte un panorama económico absolutamente desolador.

Miremos nuestra pobre España y juzguemos si los amargos frutos que recogemos estas últimas semanas son la consecuencia de lo largamente cultivado. No, no cuenten conmigo. No perderé el tiempo tratando de convencer a un enfermo adoctrinado durante años por la tanatocracia española, de que esta pandemia ha evidenciado sobre todo los raquíticos pertrechos que sustentan nuestra pertenencia a una sociedad depravada y cobarde, que deja morir a sus ancianos en siniestras residencias geriátricas y que seguramente dejará en barbecho la negligencia criminal del Gobierno traducida en miles de muertos, decenas de miles de contagiados y millones de parados.

Mi indignación es infinita. Y lo es por muchas razones. De entrada, tanto la gestión de la crisis del coronavirus por parte del Gobierno como el silencio de la oposición, han propiciado que España esté entre los cinco primeros países del mundo en número de víctimas mortales.

Esperaron que pasase el ‘Chocho-M’ para alertarnos del peligro de la enfermedad. El presidente Sánchez esperó a que las feministas celebraran su aquelarre anual para anunciarnos medidas contra el coronavirus, pero sin concretar ninguna hasta que la situación se hizo desesperada. La negligencia criminal de este Gobierno es un factor de riesgo para los españoles aún mayor que el virus chino. Y ya se ha llegado tarde. Hace semanas alertábamos de que se estaba dejando entrar en España, sin ningún tipo de control sanitario, a personas provenientes de países en los que la propagación del coronavirus era mayor. Nadie hizo nada. El Gobierno se cruzó de brazos y la oposición solo tenía tiempo para el Delcygate . Era por tanto inevitable que acabara ocurriendo esto.

Dudo que la actitud negligente del Gobierno tenga consecuencias políticas e incluso judiciales. Si un señor con dos copas atropella y mata a un peatón, se le manda a la cárcel por homicidio imprudente. En la gestión de la crisis del coronavirus, lo menos malo que podríamos decir del Gobierno es que ha actuado con  una manifiesta frivolidad e incompetencia.

Me indigna que PP ni Vox hayan abierto la boca en este asunto, al menos no con la beligerancia de otras veces, ellos sabrán por qué. Yo estoy convencido que los amos de Bilderberg han ordenado a Casado y a Abascal que callen como putas. De otra forma no se entiende que la oposición no se haya lanzado ya a la yugular de este Gobierno como lo hicieron los socialistas contra las administraciones gobernadas por el PP con ocasión del «caso Prestige» o de la crisis del ébola, infinitamente menos graves.

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Me indigna que ancianos con patologías crónicas estén cayendo como moscas. Ciertamente lo público, lo estatal, que en otras épocas era señal de seriedad y confianza, se ha convertido, en este sistema liberal y globalista, en sinónimo de recortes y servicios mínimos. Y lo privado, que en otros momentos estuvo casi exclusivamente en manos de la Iglesia, es ahora sinónimo de beneficio empresarial y de recortes en personal especializado.

Me indigna que la vicepresidenta Calvo defienda lo público y acabe yendo a un centro sanitario privado comparable a un hotel de cinco estrellas.

Me indigna que nuestras vidas estén en manos de un presidente convertido en el esbirro mequetrefe de la patulea leninista de Podemos.

Me indigna que desde hace más de cuarenta años se haya sometido a la población a la más profunda descomposición moral para subyugarla con la esclavitud del vicio y la deshonestidad. Familias destruidas por el divorcio y el concubinato recurrente. El aborto criminal instalado ya en la conciencia social como un derecho irreversible. La perversión de los conceptos y la trashumancia de los ideales. La eutanasia como infalible solución al colapso de las pensiones y bálsamo de comodidad para unas familias que, tras aprovecharse del viejo, le darán asépticamente el matarile. La homosexualidad y el lesbianismo promocionados por el poder como la única manera de establecer relaciones sanas con el prójimo, pues las naturales de hombre con mujer son de “alto riesgo”.

Me indigna la ideología de género convertida e ideología de Estado con su retahíla de vicio, pobredumbre, peste y depravación, inducidas desde la más tierna infancia por profesores/as amorales o profundamente cobardes, que tratan a sus alumnos infinitamente peor que en las escuelas de Stalin.

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Me indignan esos militares y policías sin honor ni honradez, dispuestos a distraer sus conciencias con aquello de la “obediencia debida” y su sueldecillo a fin de mes, cuyas conversaciones más elevadas se refieren a su pensión de jubilación.

Me indignan los gobernantes corruptos, repletos de mentira y doblez, ligeros para el mal, soberbios y a la vez apáticos, incompetentes e incapaces de sacarse una carrera de letras sin copiar en el examen. Falsificadores de tesis y de currículos, purriosos estudiantes, mequetrefes con cartera de ministros cuyo objetivo supremo es cretinizar a las masas para que trabajen, paguen impuestos y después ¡revienten!

Me indignan los pastores de la Iglesia, que estos días nos están ofreciendo su verdadero rostro. Perros mudos, amordazados por el 0.7 de la Declaración de Renta: Las treinta monedas de plata con las que venden ¡el Evangelio de Jesucristo! El plato de lentejas estofadas con el que negocian su primogenitura, su liderazgo ante el pueblo de Dios. Han pasado meses y años en silencio dejando que el pecado y la corrupción hicieran mella en su rebaño, huyendo del lobo que devoraba a sus fieles. No han dado ningún criterio moral para juzgar, según la doctrina de Cristo, lo que nos rodea, haciéndonos creer así que esta envilecida democracia es el mejor mundo de los posibles. Renunciaron a su sagrado deber de defender los lugares de culto y enterramiento, entregando a los enemigos de Cristo el cadáver del Caudillo invicto que los salvó de la muerte.

Me indigna que la población no esté tomando nota de que el binomio coste-utilidad imperante en hospitales y residencias públicas no sería posible en una sociedad que creyese en la trascendentalidad de la vida humana. No se enteran, o no quieren enterarse, que el laicismo radical ha sustituido al Dios verdadero por Mammón. Es decir, el concepto utilitarista como principio básico que determina quién debe morir y quién no. No quieren enterarse que el laicismo radical solo ha servido para crear una sociedad que mide la importancia del individuo en base a cálculos económicos o productivos. Me indigna que la Iglesia esté desaprovechando esta ocasión única para desmontar el discurso laicista. O lo que es lo mismo, para defender que el utilitarismo de una persona no viene determinado por su coste económico, sino por su trascendentalidad directamente conferida por Dios, lo que hace sagrada la vida, en cualquier circunstancia y a cualquier edad. Esa es la diferencia entre la visión panteísta y laicista de la existencia humana que defiende la izquierda y la visión humanística que deberían defender los cristianos. Pero los representantes de la Iglesia, lamentablemente, no tienen el coraje ni la convicción espiritual para enfrentarse a la «cultura de la muerte» imperante hoy.

Me indigna que sigamos sin comprender que toda causa tiene su consecuencia. Que sigamos sin hacer autocrítica tras haber caído en el hoyo del coronavirus. Esa enfermedad maligna que ha puesto en evidencia la debilidad de una Europa corrompida por sus vicios y la estupidez de una España, convertida por el poder en un “infierno de cobardes”, dispuestos a abandonar a su propia madre para salvar su pobre persona.

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Me indigna que nadie del Gobierno haya pedido perdón por el ‘Chocho-M’, pese a todas las recomendaciones en contra de los expertos sanitarios que no están a las órdenes de este infame Gobierno.

Me indigna que Irene Montero siga siendo ministra. En cualquier nación decente ya habría sido cesada y encausada penalmente por manifiesta negligencia. Su soberbia y su prepotencia sectaria estaría más cerca de la psicopatía que del servicio público. ¿Comprenderá esta ‘infecta’ cajera de supermercado que la política está para mejorar la vida de las personas, no para mangonearlas, adoctrinarlas y hasta ponerlas en peligro? Perded toda esperanza, es demasiado arrogante y engreída para admitir un error. Ni siquiera ha pedido disculpas.

Me indigna el silencio de todas esas periodistas feministas que animaban a salir a las calles ese día.

Me indignan las feministas, que no las veo acudiendo voluntarias a los hospitales para ayudar a las mujeres con coronavirus, como sí lo están haciendo centenares de mujeres católicas en toda España?

Me indignan todas esas ONG al servicio de Soros, dedicadas al tráfico de inmigrantes con destino a Europa, y que en esta crisis no tienen ojos ni manos para esos ancianos compatriotas que necesitan más ayuda que nunca.

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Me indignan que durante años hayamos concedido subvenciones a fondo perdido a inmigrantes, hembristas, antirracistas, ecologistas, guerracivilistas, actores, actrices, artistas de la cochambre… y que hoy no tengamos medios económicos para paliar las necesidades alimenticias que empiezan a tener muchas familias españolas.

Me indigna que no haya una sola feminista, ni un solo podemita, que haya puesto un miserable euro para la adquisición de mascarillas. Ni uno. ¿Dónde están ahora los oenejetas, dónde están los granujas del Open Arms, que no los veo ayudando a las personas ancianas que viven solas, y que necesitan que alguien les lleve medicinas y alimentos, como están haciendo cientos de voluntarios católicos en toda España?

Me indignan esos sindicatos parasitarios que están defendiendo medidas suicidas contra el empresario y que al final nos van a traer más paro, más desigualdad social, más precariedad, más hambre…

Me indigna que la progresía subvencionada no se pregunte si la causa de nuestros problemas es debido a la puesta en marcha de una filosofía política que la experiencia ya ha demostrado que se halla reñida con el bien común.

Me indignan todos esos periodistas «empoderados» e incapaces de sobrevivir sin la mamandurria del Estado, que piden al Gobierno que les siga manteniendo el pesebre.

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Me indigna que no hayan camas en los hospitales, que no haya dinero para dotar a todos los españoles del material sanitario que necesitan, porque apenas quedan fondos económicos que no hayan sido robados o despilfarrados por los políticos de uno y otro bando.

Me indigna el conformismo de los españoles. Sentirse a gusto en un vagón, aún cuando no haya máquina que lo arrastre o cuando la máquina nos lleva al abismo, es señal inequívoca de cretinismo mental, de ligereza o de vocación de suicidio.

Me indigna que los separatistas utilicen esta crisis para seguir debilitando al Estado, sin que al caso les importe la vida de los suyos.

Me indigna que el Gobierno haya impuesto el arresto domiciliario a millones de españoles mientras sus miembros se saltan la cuarentena.

Me indigna que se haga pagar a los autónomos el dinero que no han podido ingresar debido a la paralización de sus actividades.

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Me indigna esa jerarquía católica española que ha abandonado a su suerte a sus fieles cerrando las parroquias. En dos mil años de historia nunca se había prohibido el sacrificio perpetuo, dos mil años en los que la humanidad ha sido devastada por plagas mucho peores que el coronavirus, en las cuales las iglesias abrían día y noche para dar refugio, para consolar a los sufrientes, para salvar las almas de la gente atemorizada ante su posible muerte. Sin embargo, ante un virus con mortalidad del 2% e incluso menos, se cierran las iglesias, porque las beatas y los pocos fieles que acuden a las misas de diario, separados por bastantes metros, son una posible fuente de contagio.

Me indigna que cuando pase la pandemia, si es que pasa, sigamos dejando la solución a nuestros problemas en manos de partidos cuyos dirigentes representan lo peor y más abyecto de la condición humana.

Me indignan los representantes de esa casta política que nos está arruinando tras vaciarnos de miras trascendentes.

Me indignan esos lacayos de Bruselas que nos están demostrando con hechos lo poco o nada que los españoles les importamos.

Me indignan esos responsables televisivos que nos ofrecen a diario toneladas de basura con tal de que no se hable de la responsabilidad del Gobierno en esta crisis pandémica. Me indigna que a través de las televisiones sigan imponiendo sus dogmas, sus anatemas, sus preferencias culturales, sus clichés ideológicos, sus fracasadas recetas políticas.

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Y me indigna sobre todo que esta experiencia al final no nos sirva para nada. Que el concepto de la resiliencia lo reduzcamos a caceroladas, a vaciar en fila india las baldas de los Mercadona o a entonar canciones del ‘Dúo Dinámico. Que en vez de apostar por auténticos líderes que nos gobiernen en el futuro, sigamos en las mismas manos corrompidas de siempre, bajo la estulta mirada de los partidos de siempre a las órdenes de la misma mafia globalista de siempre, manejándolo todo en la sombra, hasta el número de muertos.

Me indigna, en fin, tener que ser yo, y no otros, quien afirme que la debilidad de nuestro sistema inmunológico no es nada comparable a nuestra conversión en ganado lanar bajo las garras de la manada lobuna que nos gobierna.

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