Cultura

Albert Boadella, sobre Arturo Fernández: “No era un progre”

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La muerte de Arturo Fernández supone la desaparición de una figura enorme del teatro. Un hombre al que me esforce mucho en poder dirigir ya que era un poco complicado por la edad. Así que escribí una obra para él: «Ensayando a don Juan», una pieza sobre un galán trasnochado, y la estrenamos en los Teatros del Canal en 2014.

Mi experiencia con él me permitió confirmar que Arturo ha sido un actor formidable al que mis colegas, los directores de mi generación, no habían aprovechado, desgraciadamente, ni en sus grandes dotes de seducción al público como actor, ni por supuesto su carácter de trabajador incansable. Quizás en este sentido es la única cosa en la que se podría lamentar que Arturo no haya nacido en Francia o Inglaterra, o en Italia, donde su carrera como actor habría sido mucho más amplia y variada de lo que ha sido entre nosotros.

Hay que decir que él no fue nunca un progre ni hizo cambios de camisa. Se adaptó a la vida, que ha sido larga en lo profesional, con una carrera que había empezado hace muchos años. Y sí, se adaptó. Pero es cierto que no estaba con el mundo de «la ceja», sin duda alguna, y que tenía un criterio personal muy sensato y jamás aprovechó su posición para hacer gestos que le beneficiaran políticamente, como sucede con muchos colegas de mi gremio.

Para el mundo del teatro ha significado un ejemplo que no gustaba a los que viven de la sopaboba. Arturo Fernández fue siempre el hombre que por su cuenta y riesgo, sobre todo su riesgo personal, llenaba los teatros y no tenía que pedir nada a nadie. A mi gremio, muy acostumbrado a vivir del cuento, es un ejemplo que molestaba.

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En cualquier caso hablamos de un señor con enormes méritos: el primero lo llevaba a gala y es que no ha tenido nunca una subvención, lo cual muestra ya el nivel de dignidad de este hombre. En segundo lugar, ha sido un actor que hasta el último momento ha trabajado y ha seguido siendo seductor; y se ha muerto elegante, guapo y simpático, que es lo que todos desearíamos en el final de nuestra vida. En tercer lugar, no menos importante, es un hombre que ha conseguido el amor de su público, grandes cantidades de gente que permanecían seducidos por su forma de hacer teatro. Ese es el objetivo máximo de un comediante.

Era singular por muchos aspectos, por esa dotación natural que solo pisando el escenario lograba automáticamente la seducción del espectador. Eso se da poco en mi oficio, es irrepetible, es un don, lo mismo que su capacidad de trabajo incansable en un oficio que tiene mucho de palabrarería y menos de esfuerzo y trabajo de lo que parece. Pero lo demostraba una y otra vez porque Arturo Fernández era alguien que ha llenado siempre los teatros. No se puede hacer mejor favor al teatro que este. Además de un galán, ha sido un gran paladín del teatro.

De mi experiencia directa con él, recuerdo que trabajó con un equipo de gente joven que le puse alrededor y sin duda estaban todos admirados y seducidos por él. Sobre todo por su cualidad de improvisador. Porque algunas veces le costaba memorizar los textos, es algo que nos ocurre a partir de una edad a los actores, y entonces él, si se perdía, de cuando en cuando, andaba por la ramas y hacía una parrafada con la que los demás de actores se quedaban patitiesos. Entonces tuve que buscar una solución y decidí hacer ensayos espaeciales: en el caso de que diga esto, decid esto. Eran los «ensayos de Arturo», y los que tenían más réplicas con él debían preparar tres o cuatro recursos definidos para mantener el paso.

En definitiva, Arturo Fernández era un gran hombre de teatro. ¡Si se quedaba parado en escena durante un minuto sin decir nada y solo anedando y mirando al público ya había llenado la situación!

Ha desaparecido un gran actor, un gran hombre de la escena.

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