Opinión

Adiós a un político de altura

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La grandeza de una persona la da su talla moral, y Alfredo Pérez Rubalcaba iba sobrado de ella.

Lo conocí en 1992 durante un evento del partido socialista en Mallorca. Era entonces ministro de Educación y, en mi opinión, la última persona a la que podía acudir. Por entonces, yo era un inmigrante legal con contrato de trabajo por cuenta ajena y dependía de la homologación de mi título de médico especialista para poder ejercer plenamente en España. Los funcionarios del departamento de homologaciones en Madrid me daban largas a un trámite administrativo que, por convenio de reciprocidad internacional, debía resolverse a mi favor. Presentado por una abogada local, afín al partido, pude plantearle personalmente mi problema derivándome a un asesor suyo que tomó nota del caso. Si bien en la resolución del asunto nada tuvo que ver el ministro, tuve la sensación de que era más accesible y atento que los funcionarios de su propio ministerio. Es una simple anécdota pero muy significativa de su calidad como persona.

Su adscripción ideológica fue al PSOE pero en todos sus actos de gobierno tuvo en cuenta a todos los ciudadanos, lo haya hecho mejor o peor lo cual es mucho decir. Los políticos actuales deberían tomar nota y ejemplo de Pérez Rubalcaba. Esperamos de ellos dedicación y atención a nuestros problemas, seamos o no de su partido político. Al fin y al cabo, para eso los votamos.

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