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Salud

Un bebé de dos años «resucita» tras siete minutos muerto

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Ocurrió el último 20 de diciembre en La Coruña. La abuela lo había llevado dos días antes al poblado navideño de María Pita. Alba, su tía, notó que su mirada no era la de siempre y Carmen cuenta que «lo vi pálido y le dije a mi hija, ‘este niño no está bien, mañana lo llevas al pediatra’». Una traqueomalacia –flacidez de la tráquea que suele corregirse con el crecimiento– los tenía acostumbrados a ronquidos, incluso a acostarlo casi sentado. «Hasta en la guardería lo ponían a dormir en un columpio», explican. Alexia lo llevó al médico y le dieron un suero. «No me parecía un simple catarro», explica, así que acabaron en una consulta hospitalaria privada y salieron con un jarabe recetado.

Su otra tía, Soraya, lo bañó y lo acostó. A medianoche, el niño empezó a llorar «como si tuviese cólicos» y el instinto de quien es dos veces madre, por madre y por abuela, la hizo cogerlo en brazos y llevárselo para el sofá. Tras aquella intuición, a la que probablemente hoy debe la vida de su nieto, se desató lo que les sigue quitando el sueño. Nada ha vuelto a ser lo mismo.

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«Después nos dijeron que tenía una neumonía. Pensé que le estaba dando un ataque de asma, pero de repente ya se le cayeron los bracitos, ¡se quedó como un muñeco de trapo!. Yo empecé a gritar», recuerda describiendo una escena que, con solo imaginarla, tambalea el ánimo. El abuelo le hizo el boca a boca. «El niño convulsionó, le abrí la boquita con el dedo, le saqué la lengua… y ya sentí el crack de sus dientecitos», relata vivamente. «Me quedé en blanco», continúa para agradecer la ayuda de los vecinos. Marta y Facundo, que bajaron al oír el desgarrador «¡el niño se nos muere!» de Carmen.

Tres paradas más

Miguelito volvió a respirar, pero la pesadilla no se acabó ahí. Ya en el hospital, sufrió tres paradas más. «Cada vez que veía a las enfermeras y los médicos corriendo… ya sabía», cuenta el abuelo. Le hicieron una traqueotomía de urgencia y, aunque vuelto a la vida, el parte médico no dio tregua: «Nos dijeron que estaba muy crítico, que siete minutos sin oxígeno podían haberle dejado secuelas, que no sabían por qué le había pasado… cuando lo vi en la UCI, lleno de tubos… yo me fui al cementerio a rezarle a mi madre, a mi ángel de la guarda», explica la abuela. Hoy reconoce que «me volví loca, por detrás de mi hija, sin decirle nada, empecé a prepararlo todo…», dice sin mencionar el miedo real a un desenlace funesto y burlado no una, sino hasta cuatro veces. Un año después, aquella atmósfera de temor sigue respirándose entre los juguetes infantiles en el céntrico piso de La Coruña.

Miguel estuvo 26 días en la uci y un mes más ingresado en planta en el Teresa Herrera, donde «era el juguete de todo el mundo, las cocineras venían a verlo, lo subían al carrito a repartir la comida, las enfermeras, los médicos, todos, todos… no sabían qué hacerle», recalca una familia que no quiere olvidarse de nadie, del primero al último. Del personal de la ambulancia, del equipo sanitario múltiple -«lo han visto todos los especialistas, pediatras, neumólogos, cardiólogos, el neurólogo»…-, del vecindario, de «mis jefes, Luisa y Fran», apunta Alexia. Para ella, en contra de lo que piensa su padre, más devoto de la ciencia que del cielo, que el pequeño siga poniendo todo patas arriba «para mí es un milagro. Un milagro de la vida».

Aún pendientes de saber por qué el 20 de diciembre les encogió el corazón mucho más que 7 minutos, el abuelo insiste en el «inmenso» agradecimiento: «Salvaron a mi nieto. No tengo palabras para ellos. No lo sabes hasta que no te pasa».

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«Su historia no está cerrada»

El año pasado no hubo Navidad en la casa de la calle Galera. Este, la Nochevieja se servirá fuera, con una cena de doble celebración. Pese a las reticencias de quien no quiere tentar al azar mientras no se descubra por qué el niño dejó de respirar.

«La historia de Miguel no está cerrada», subraya Anselmo Padín, uno de los muchos médicos por los que ha pasado el pequeño, que sigue yendo dos veces a la semana al Materno. A él le tocópracticarle la traqueotomía de urgencia para que pudiese seguir vivo. «No, afortunadamente no es nada habitual tener que enfrentarte a una así, de urgencia y en un niño tan pequeño», dice. Ahora, el otorrino planea una exploración en quirófano para examinarle las vías respiratorias y dar con lo que sospechan podría explicarlo todo, una causa anatómica. «Hay que diagnosticarlo para tratarlo, si es necesario operarlo, y poder retirarle la cánula sin alterar sus funciones, ni la fonación, ni la deglución», explica. El proceso tendría otros plazos si no se tratase de un niño de tan corta edad y en pleno crecimiento. «Contamos con que se recupere y hable, y los médicos también», insiste la madre.

Entretanto, Carmen sigue despertando a Miguel con mil besos, miel y el zumo que toma desde que tenía siete meses, al que atribuye en parte la fortaleza que lo hizo salir adelante. Controla la medicación, los cambios de cánula de la traqueo «que hay que hacer en menos de dos minutos», y se mueve en una casa que es «como un hospital, aquí está el oxígeno, allí el pulsioxímetro, el aspirador de flemas…». No para. Quizá contagiada por el torbellino de su nieto. Quizá para espantar la idea de qué hubiese sido de ellos si, aquella noche, la muerte los hubiese pillado dormidos.

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Salud

Qué puede cambiar en una familia cuando se trabaja desde dentro

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Cuando una familia repite los mismos conflictos una y otra vez, no es porque no se quieran o no se esfuercen. Muchas veces, es porque no logran ver qué está pasando realmente. Las emociones se cruzan con los roles, las rutinas con las expectativas, y lo no dicho empieza a pesar más que lo que se habla. En esos casos, acudir a terapia familiar en Madrid puede marcar una diferencia real.

Especialmente cuando se hace en espacios profesionales como Sampai Salud, donde el acompañamiento es cercano, sin juicios, y enfocado en desbloquear dinámicas que ya no funcionan.

Qué es realmente la terapia familiar

A diferencia de otros enfoques, la terapia familiar no se centra solo en un miembro del grupo. Trabaja con el sistema completo: padres, hijos, parejas, incluso miembros que ya no viven en casa pero que siguen influyendo. Se exploran los vínculos, los patrones de comunicación, los silencios, los síntomas y las historias que se arrastran.

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No se trata de buscar culpables, sino de entender por qué se repiten ciertos choques, qué emociones no encuentran lugar y qué necesidades no están siendo vistas. En muchos casos, un problema visible (como la rebeldía de un adolescente o la ansiedad de un niño) es la forma que tiene la familia de expresar algo que no se puede decir de otro modo.

Cómo trabaja un centro como Sampai Salud

El equipo profesional trabaja desde una mirada sistémica, que permite ver el problema como parte de una red más amplia. No se busca reparar lo roto, sino fortalecer lo que sí funciona, lo que ya está disponible.

Las sesiones pueden ser con todos los miembros o en formato individual, según la etapa del proceso. Se trabaja con la escucha activa, con preguntas que abren, con ejercicios sencillos que ayudan a tomar perspectiva. También se acompaña en momentos de transición: separaciones, mudanzas, duelos, llegada de un nuevo miembro, enfermedad o cambios escolares.

La intervención es respetuosa, sin forzar, y siempre adaptada a las particularidades de cada núcleo familiar.

Cuándo es útil buscar apoyo

Muchas familias esperan a que el conflicto escale. Pero también se puede acudir cuando hay tensión no resuelta, cuando la comunicación se ha vuelto cortante o cuando uno de los miembros empieza a mostrar señales de malestar sostenido: insomnio, irritabilidad, tristeza, aislamiento.

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Otros motivos comunes para iniciar un proceso de terapia familiar en Madrid incluyen dificultades en la convivencia, rivalidad entre hermanos, límites difusos entre padres e hijos o diferencias educativas entre los progenitores.

No hace falta tener una crisis para pedir ayuda. A veces, lo que hace falta es un espacio neutral donde escucharse de otra forma.

 

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