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Así de claro. Las mujeres no tienen derechos. En absoluto. Ni tienen porqué tenerlos.
Claro que los hombres tampoco tienen derechos, ni deben tenerlos.
Porque, señoras y señores lectores, afirmo positivamente que lo que son derechos, los tiene el ser humano. Independientemente del sexo de cada cual.
Y que toda la gentucilla engañada que ha desfilado pintada de morado -cuales nazarenos sin capirote- hace un par de días berreando y bramando incongruencias ignoren esta verdad existencial es lo que ha llevado a que alguna señorita histérica -quizá bajo los efectos de un SPM especialmente agudo- agrediese a un vigilante de seguridad del Metro de Barcelona al berrido de “Soy mujer y tu tienes que hacer la vista gorda”.
Es sencillo, es fácil y por supuesto es justo.
Tres razones que parecen obligar a las hordas y catervas rojiprogres a ignorar toda lógica, sencillez y justicia y reclamar como “derechos” peticiones absurdas, inverosímiles y ridículas.
Excepto cuando saltan del terreno del absurdo inane al terreno del dolor y la muerte: tiemblo cuando escucho a viejas resentidas y resecas como Carmen Calvo (4 matrimonios fracasados y amante 30 años menor) reclamar como “derecho” la capacidad de una mujer para asesinar a sangre fría, con premeditación, alevosía y habitualmente con nocturnidad a su propio bebé. Y con excusas tales como “es mi cuerpo y yo decido”. Señorita; si fuese su cuerpo, moriría usted; no su bebé. Pero algunos desesperamos de hacer entender esta sencilla cuestión cuando ministras del mismo palo y afectos que las actuales declararon, con seriedad y gravedad que “Un feto es un ser vivo pero no un ser humano”. Claro. Siempre he creído que un feto es un botijo.
Pero que les voy a decir yo, viejo caduco reaccionario, machista –se me supone, como el valor en la mili– y furibundo defensor de la mujer allá dónde sea atacada y menospreciada.
Porque ¿Saben? También afirmo que además de no tener derechos individuales por su sexo, las mujeres y los hombres no son iguales. En casi nada. Solo en una cosa: ambos conforman la especie humana, ambos, de por junto. No por separado. Y vive Dios que le agradezco todos los días las innumerables diferencias que adornan a la mujer y que permiten al hombre admirarla.
Pero esto es algo que los progres rojomarxistas odian profundamente: la familia, los valores, el respeto, el amor romántico, el honor, la honra… Todo lo odian.
Y lo odian porque no lo conocen. Y no lo conocen porque ni se lo han enseñado, ni han podido disfrutar nunca de ello. Familias desestructuradas, sin valores, sin respeto a los ancianos, amores por interés, cuernos por instinto, desconocimiento del honor y pérdida de la honra. ¿Resultado? Un progresista que odia lo que no tuvo. Una mujer feminista que perdió lo que quiso tener.
Y así nos vemos; en un enorme, sucio y oloroso lodazal de mierda moral que nos marea y no nos deja avanzar.