Historia

La España nacionalcatólica de Franco (1): «Ya hemos pasaaao»

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Por Laureano Benítez Grande-Caballero (Extraído del libro «El Himalaya de mentitas de la memoria histórica») Reconozco que, visto el tétrico panorama de esta España gótika creada a golpe de aquelarre y pucherazo, pocas giliprogresías me pueden impactar y hacer que el rictus del pasmo y estupor asomen a mi rostro: he visto desde un fuck police grafiteado en una pared, hasta el odioso refugees welcome, entre otras comancherías varias. Mas hace unos días, paseando por Madrid, vi la joya de la cornamenta de Lucifer, esa piedra que dicen que cayó de su frente cuando se rebeló contra Dios: era un cartel de gran tamaño donde se decía aquello de «No pasarán: Madrid será la tumba del fascismo». Im-presionante.

Otra vez ese conjuro, esa proclama, esa arenga, surgida como un extraño poltersgeist de las checas del 36, de un túnel del tiempo en forma de escalera por la que los demonios suben y bajan desde la Ribera de Curtidores de Madrid ―donde se patentó ese cartelito en el 36―, hasta las lóbregas mansiones del inframundo. Es decir, como una «escalera de Jacob», pero en el lado oscuro, en el tostadero de Pedro Botero ―vaya, otro Pedrito por aquí―.

Me alegró mucho ver ese enloquecido cartel, porque si los luciferinos estalinianos lo pusieron en el 36 y sufrieron la más ignominiosa de las derrotas, pues ese mal fario lo volverán a tener ahora, ya que la frase está completamente maldita. Solo falta que una «Pasionaria» ―una femen podría servir, una bruja barata, o una de esas tiorras perturbadas que vomitan bilis y clavos en las tertulias― se suba a un estrado, se arregle el pelo a la moda de aquellos años y diga ―como dijo «La Pasionaria», quien el 19 de julio de 1936, en el Ministerio de la Gobernación―: «¡Obreros! ¡Campesinos! ¡Antifascistas! ¡Españoles patriotas!… Frente a la sublevación militar fascista ¡todos en pie, a defender la República, a defender las libertades populares y las conquistas democráticas del pueblo! […] Todo el país vibra de indignación ante esos desalmados que quieren hundir la España democrática y popular en un infierno de terror y de muerte». En fin, que totalitarios marxistas, dictadores de marchamo soviético llaman a la lucha para defender la «democracia» y las «libertades populares» de la República (sic).

Pero, como cantaba tan requetebién la Celia Gámez, «ya hemos pasaaaaooooo».

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Fascismo, fascista, facha, fachita…pocas palabras se han degradado tanto desde la Transición como la palabra «fascista», ya que, por la manía izquierdista de llamar así a todo aquel que disienta de la ideología progre y de los paradigmas «oficiales» del pensamiento «correcto», el vocablo se ha prostituido tanto que ya no significa absolutamente nada, excepto que, vuelto como una especie de boomerang contra el que lo pretende lanzar como un insulto, su único significado es etiquetar como «progre» y/o «rojo» al que lo arroja contra los demás. Algo parecido sucede con otros vocablos, como «machista», «racista», etc…

El copyright del no-pasarán ha hecho historia en nuestra dictacracia, ya que se ha usado con profusión en las campañas electorales, como hizo en 1996 Felipe González, como si el Partido Popular de entonces fuera el Bando Nacional franquista de la Guerra Civil. Impresionante. Y hoy día no solo se sigue escupiendo esa frase, sino que cada vez se utiliza con mayor profusión: no pasarán los capitalistas, los heteros, los patriarcas, la ley mordaza, los machistas, los patriotas… Ahí los tenéis, a los nopasaranes, formando ridículas y epatantes cordadas por las calles de España, con pancartas plagiadas de aquella del 36, amenazando con tumbas a quienes no les bailan el agua, en tal cantidad, que no habrá cementerio que pueda acoger tantas sepulturas. Y es que el rojerío es así: por un lado te quiere enterrar en las tumbas de sus nopasaranes, pero por el otro disfruta de lo lindo desenterrando momias y profanando cadáveres.

¿Fue el franquismo verdaderamente un régimen fascista? Estamos ante una de las más elevadas cumbres del Himalaya de mentiras, y eso que estas montañonas tienen curvas y barrancas para dar y tomar.
Responder al interrogante de si el Régimen de Franco fue o no fascista ha motivado un amplio debate historiográfico que, partiendo de posturas encontradas y diversas corrientes interpretativas, ha desembocado en una conclusión unánime: Franco no fue fascista. Da igual la adscripción ideológica del investigador, porque el resultado final siempre es el mismo, con más o menos matices. La unanimidad sobre este punto es tal, que incluso en la misma Wikipedia —la enciclopedia de Soros— se afirma que la catalogación de este régimen dentro del fascismo suele ser rechazada o discutida por parte de los especialistas en el tema, muchos de los cuales afirman incluso que al franquismo hay que ubicarlo exactamente en las antípodas del fascismo, debido a que su eje vertebrador fue el nacionalcatolicismo.
En efecto, el fascismo hunde sus raíces en una ideología idealista, vitalista y voluntarista ―en palabras de Stanley Paine―, profundamente pagana, que pretende cambiar y ordenar un mundo sumido en el caos usando para ello la acción, la fuerza de la voluntad, la energía de élites superiores ―el «superhombre» de Nietzsche—, incluso la violencia, creencia que otorga al fascismo una querencia por la guerra y el imperialismo. Es decir, que el fascismo es un movimiento descristianizado, fundamentado en componentes fuertemente sincretistas que después se integraron en la «Nueva Era».

Es ya de dominio público el poderoso influjo que ejercieron en el nazismo las ideologías iniciáticas de sectas donde se hibridaban el pangermanismo con los saberes ancestrales ocultos. Aunque con menor relevancia, también el fascismo italiano estaba imbuido de esa atmosfera iniciática, que describe así Umberto Eco: «Culto de la tradición, de los saberes arcaicos… cultura sincrética, que debe tolerar todas las contradicciones. La gnosis nazi se alimentaba de elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos; la fuente teórica más importante de la nueva derecha italiana ―Julius Evola―, mezclaba el Grial con los Protocolos de los Ancianos de Sion, la alquimia con el Sacro Imperio romano…».

Resulta meridianamente claro que el franquismo, al estar cimentado en el más acendrado catolicismo, no tuvo absolutamente nada que ver con sociedades secretas ni movimientos iniciáticos, por lo cual está exento de cualquier simbolismo oculto, a no ser que alguna mente calenturienta pretenda ver griales en la bandera del águila de san Juan ―que el franquismo heredó de los tiempos de Isabel la Católica―, o en el brazo de santa Teresa que Franco tenía en su dormitorio, o en el yugo y las flechas también isabelinos, remedo castizo de las «fascies» mussolinianas. Y hay que estar loco de atar para ver en la Adoración Nocturna ―a la que pertenecía Franco desde joven― un remedo de la ocultista «Sociedad de Thule», que creó el protonazismo. En definitiva, el nacionalcatolicismo franquista es justamente lo contrario del paganismo fascista.

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Lejos de cualquier oscurantismo o modernismo, la raigambre católica del franquismo no bebía en ninguna filosofía moderna futurista, ni ultraísta, ni modernista, sino en los más tradicionales hontanares de la fe católica, donde el mundo, ordenado por Dios y sometido a él, no precisa de superhombres ni de élites superiores, ni de acciones más o menos violentas para llevarlo a su consumación.

Incluso la Falange, que como ideología y movimiento presenta componentes del fascismo con más claridad, al definirse como católica, estableció una frontera insalvable con el fascismo italiano, hasta el punto de que el mismo José Antonio, durante una visita a Italia, manifestó su repudio por la parafernalia pagana que envolvía al fascismo de Mussolini.

Sin embargo, Franco siempre mantuvo distancias con la Falange, aunque sus principios nutrieran los principios del «Movimiento Nacional», porque desconfiaba de sus proclamas sociosindicalistas, y porque la consideraba demasiado revolucionaria y modernista, por lo cual se sintió siempre más próximo al tradicionalismo carlista, que bebía más en la catolicidad y en las tradiciones patrias.

Como afirman Zaratiegui Labiano y García Velasco(https://publicaciones.unirrioja .es/catalogo/online/Historia_nuestro_tiempo_5/pdf/118_Zaratiegui.pdf Zaratiegui Labiano y García Velasco), citando al hispanista italiano Alfonso Botti, «el nacionalcatolicismo es una ideología político-religiosa que, mediante un discurso legitimador basado en la consustancialidad católica de la Nación española y unas prácticas coercitivas, intenta garantizar las condiciones para que el desarrollo del país pueda realizarse a resguardo de los peligros de revolución y secularización implícitos en la modernización capitalista. Se trataría de una ideología no arcaizante y anti moderna, sino preocupada por filtrar los aspectos evaluados como compatibles con la modernidad (en sus aspectos exclusivamente técnicos y económicos, así como en su dimensión más típica burguesa).
Estaríamos ante una concepción instrumental de la modernidad, en la que se aceptan las innovaciones técnicas y la mentalidad burguesa más convencional, pero no la conciencia crítica moderna. El catolicismo victorioso en la Guerra Civil se lanzó a la reconquista espiritual de España y a la construcción de una cultura nacional católica. Este fue el proyecto cultural del franquismo en sus dos primeras décadas».

(CONTINUARÁ)

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