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Opinión

España es un país de conejos

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Nací en Laguarres, provincia de Huesca, y me educaron mis padres, como debe ser y es ley natural, y fui desasnado por dos extraordinarios Maestros Nacionales, don José y doña Carmen, para quienes guardo un respetuoso recuerdo, pues ambos están ya fallecidos, al igual que mis progenitores, que toda su vida se sacrificaron para que no nos faltara nada, ni a mi hermano ni a mí.

Estos maestros nos exigían el aprendizaje de numerosas materias, pues ambos debían impartirnos la totalidad de las asignaturas, y no solamente a mí sino a todos los alumnos, desde primero de primaria hasta el final, que creo era octavo de primaria, desde los seis a los catorce años, más o menos, que la memoria ya me falla.

Yo interrumpí esos estudios a los diez años, cuando fui al Seminario… Vaya mi gratitud tanto para unos como para los otros, es decir para los maestros y para los profesores del seminario, pues todos ellos nos enseñaron que en la vida nadie te regala nada, que hay que trabajar, y que todo exige esfuerzo y sacrificio: exactamente lo contrario de la “enseñanza” actual, en la que a los niños se les inculca que pueden hacer lo que les dé la gana, que no hace falta que aprendan nada, pues todo está en los ordenadores, y que tienen “derecho” a ser felices.

Recuerdo que don José nos decía que en la antigüedad toda España estaba llena de árboles, de forma que una ardilla podía ir de una punta a otra de la península saltando de árbol en árbol, sin problema alguno.

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Y que abundaba el ganado lanar, ovejas, borregos, cabras, etc., y los conejos, que al parecer eran una plaga endémica para los cultivos, algo parecido a la mayoría de los políticos para la economía nacional, en la actualidad.

Pues bien, siempre creí que en este país, antes llamado España, abundaban los borregos, entendiendo por tales a aquellos animales de dos patas o piernas, que realmente no piensan, y que la cabeza únicamente la tienen como adorno, o para sujetar la boina o el sombrero.

Desgraciadamente, y en los últimos tiempos, estoy empezando a pensar que realmente no estamos ante borregos, sino ante conejos, es decir unos animales –o personas-, extremadamente débiles, que huyen de los problemas, que no quieren saber nada, y que siempre andan con el rabo entre las piernas.

Es sorprendente que, con la que está cayendo, que la ¿sociedad civil? no exista, o, por lo menos, no haga acto de presencia.

Claro que ya se han encargado los poderes públicos de suprimir o restringir al máximo la sociedad civil.

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Por ejemplo, dando subvenciones a cualquier institución o entidad que se crea o exista, subvenciones que no son gratis et amore, sino que están condicionadas a no tocar demasiado los cojones al sistema político creado en el 78, de forma que cuándo alguna de estas asociaciones, fundaciones, organizaciones no gubernamentales, etc., saca demasiado los pies del tiesto, se queda sin la subvención correspondiente, con lo cual acaba languideciendo y muriendo por inanición.

Pues, si por algo nos caracterizamos los españoles en la época actual, es por la escasa solidaridad que demostramos, a la hora de rascarnos el bolsillo propio. Todo el mundo es muy solidario, pero con el dinero de los demás, preferentemente con el dinero público, sin darnos cuenta de que ese dinero sale de nuestros impuestos, y a más ayuda a los que vienen de fuera, sin que nadie les haya invitado, más impuestos tendremos que pagar, y más dinero público se destinara al mantenimiento de esos millones de personas que, en muchos casos, no se integrarán nunca en nuestra sociedad.

En fin, no quiero deprimirme más. Escribo por la mañana, y me dispongo a afrontar un nuevo día, con el pesimismo de mi escasa inteligencia, pero con el optimismo de mi férrea voluntad.

¡Qué ustedes lo pasen bien, señores conejos (los que lo sean, claro), y mi mayor respeto a todos los demás, que espero cada día seamos más!

*Abogado y escritor.

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2 Comments

2 Comments

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    Ramón

    07/07/2019 at 13:45

    La pura realidad.
    En España andamos sobrados de burros, de borregos, y de conejos, de muchos conejos…

  2. Avatar

    Ramón

    29/11/2018 at 13:49

    La pura realidad.
    En España andamos sobrados de burros, de borregos, y de conejos, de muchos conejos…

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Opinión

La ilusión diplomática

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Conflitti&Strategie

Demasiadas personas, incluso hoy, confían ciegamente en la diplomacia, como si el diálogo fuera suficiente para evitar los conflictos que hierven bajo la superficie de la historia. Sin embargo, la diplomacia, a pesar de su noble función, nunca ha resuelto ningún conflicto. Más bien, es como el búho de Minerva evocado por Hegel, que emprende el vuelo al anochecer, cuando los hechos ya están realizados. Sirve para fijar los detalles lo máximo posible. Cuando nadie está dispuesto a actuar, la diplomacia es útil, o mejor dicho, no es útil, porque de todos modos no se habría llegado a esta situación.

Además, no es éste el tiempo de Metternich, ni vemos figuras capaces de tejer nuevos equilibrios mundiales con palabras y visión, como solían hacerlo ciertas grandes y eruditas figuras del pasado. En cambio, estamos asistiendo a un deslizamiento inexorable hacia una temporada de conflictos, en la que las grandes potencias, en ascenso o en decadencia (razones suficientes para todos) se miden cada vez más abiertamente. Y en los pliegues de estas tensiones globales, de un equilibrio ahora perdido y de uno nuevo que avanza caóticamente, no hay mucho espacio para esperanzas ingenuas. Estamos apenas al comienzo de una fase que marcará el fin de décadas de paz en suelo europeo.

Una época que habríamos podido afrontar con mayor preparación si nuestras clases dirigentes hubieran demostrado estatura, visión de futuro y sentido de la Historia. Por un lado, vemos a los charlatanes de las “sanciones”, convencidos de que las amenazas o las armas subsidiarias son suficientes para hacer retroceder a las potencias decididas a avanzar. Por otro lado, los llamados pseudorrealistas, que confían demasiado en la diplomacia (o se sienten desanimados por la diplomacia traicionada) como panacea para un tiempo que no puede tenerla, olvidando el hecho de que, cuando el nivel de conflictos indirectos excede el umbral de control, la guerra real se vuelve inevitable. Un verdadero realista sabe que, haya diálogo o no, la guerra llegará porque la Historia, en su enésimo punto de inflexión, lo exige.

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Como siempre ha sido, en realidad. Porque, en su esencia trágica, esto es parte integral de la dinámica humana. No se trata de amarla u odiarla, sino de reconocer su presencia constante y su retorno inexorable, como advertía Gianfranco La Grassa en Un nuevo recorrido teórico: “La verdadera paz universal sólo existe con la muerte general de todo lo que existe”. Mientras haya vida, habrá conflicto, incluso en las realidades vivas más microscópicas.

Durante demasiado tiempo hemos disfrutado de una paz dentro de un estrecho perímetro, mientras en otros lugares se desataba el infierno, también y sobre todo gracias a nuestra cómoda paz. Hoy ese infierno se acerca, toca nuestras fronteras y ninguna diplomacia podrá mantenerlo fuera. Quizás podamos retrasar su llegada, pero no podemos evitarla. Europa, que un día fue protagonista, es hoy un teatro débil, donde se juega su derrumbe, sin dirección y sin destino. Ella pretende dictar los tiempos y las soluciones al mundo, cuando ya ni siquiera tiene un camino para sí misma. Mientras tanto, las nuevas potencias –Rusia hoy, China antes de que llegue mañana– se sentarán a la mesa del poder global en sus propios términos y para remodelarlo a su favor. Las provocaciones de aquellos dispuestos a ser tontos, si siguen siendo simples ejecutores del poder norteamericano en decadencia, serán ridiculizadas o ignoradas, y pronto incluso derrotadas. Es hora de entender que ya no podemos jugar con ilusiones. La historia llama y nosotros los europeos no abrimos porque no tenemos puertas que abrir.
Agradezco a Mario Schena por haber rescatado este pasaje de Un nuevo recorrido teórico (ed. Solfanelli, 2023) de Gianfranco La Grassa con mi presentación:
“Cuando la guerra decidió el nuevo orden mundial, simplemente definió la nueva jerarquía de poder entre los distintos países, una jerarquía que asegura un período de ‘paz’, que no es otra cosa que el desencadenamiento de conflictos menos agudos y no conducidos con medios de destrucción y matanza de muchos seres humanos. Pero incluso el conflicto llamado ‘guerra’ debe existir siempre mientras haya vida. La verdadera paz universal solo existe con la muerte general de todo lo que existe. No hay un solo organismo en el mundo, ni siquiera la pequeña molécula, en el que no haya conflicto mientras haya vida. ¿Queremos finalmente entender esto? Esto no significa amar la guerra, que sin duda conduce a dramas y dolores de inmensa magnitud. Solo significa reconocer y comprender que el drama y el dolor son una parte esencial de la vida en ‘este mundo’. Quien crea en el «otro», debe dirigir hacia él toda su esperanza de paz y amor; resignarse a lo que sucede en este mundo y participar en él.

http://www.conflittiestrategie.it/lillusione-diplomatica

Traducción : Carlos X. Blanco

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