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El totalitarismo difuso

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Raúl González Zorrilla.- Hace poco escribía un artículo en el que afirmaba que los ciudadanos de la Unión Europea vivimos bajo la sombra tenue de un nuevo y difuso totalitarismo que un día no muy lejano se convertirá en una amenaza tan grande como en su momento lo fueron el nazismo o el estalinismo. Por supuesto, los insultos de “facha”, “fascista” y “ultraderechista” que me acompañan desde hace más tiempo del que ya puedo recordar no se hicieron esperar, aunque uno ya está demasiado curtido en estas lides como para molestarse por lo que farfullen los burdos cantamañanas de la extrema-izquierda a sueldo y subvención de las élites socialdemócratas.

Los ignorantes, los fanáticos, los neocomunistas y tantos radicales de pacotilla como pululan por ahí pueden cacarear lo que quiera al ritmo manipulador marcado por los medios de comunicación del sistema. Pero que nadie se llame a engaño. El totalitarismo que padecemos mana del proceso de putrefacción generalizado que padece la libertad de expresión a manos de la corrección política, tanto en la mayoría de los medios de comunicación como en las relaciones entre los propios ciudadanos y de éstos con las instituciones. Quién hubiera pensado solamente hace dos décadas que bien entrado el siglo XXI la laminación de la libertad de expresión se iba a realizar con la limpieza quirúrgica de un bisturí colectivo que implica que, cada vez en mayor medida, existan una serie de verdades sagradas para el consenso socialdemócrata y la izquierda política occidental que solamente pueden cuestionarse poniendo en riesgo la seguridad personal, el prestigio profesional, la solvencia económica y la cordura intelectual del denunciante.

Algunas de las cuestiones que no pueden realizarse públicamente (en algunos casos, tampoco privadamente): denunciar en voz alta la ideología de género como una nueva y gigantesca trampa impositiva de la izquierda comunista; declarar que la existencia de un presunto cambio climático de origen antropogénico es un engaño colosal absolutamente acientífico y solamente defendido por investigadores, organizaciones, empresas e instituciones que han encontrado en esta cuestión una herramienta magnífica para dilapidar recursos públicos y obtener fácilmente premios, fondos, reconocimiento y prestigio; manifestar que el islam es un movimiento político-religioso expansivo, conquistador y absolutamente incompatible con nuestras leyes democráticas, nuestras construcciones culturales y la tradición judeocristiana de nuestra civilización, o constatar, por ejemplo, que la entrada de millones de inmigrantes ilegales en Europa implica un riesgo matemáticamente demográfico de que se produzca a medio plazo un reemplazo poblacional de las estirpes originales del viejo continente.

Y sí, el totalitarismo surge a borbotones del encapsulamiento férreo de la libertad de expresión, pero se solidifica y se hace fuerte y demoledor cuando consigue eliminar también la libertad de pensamiento y la libertad de cátedra. Actualmente, la práctica totalidad de la educación pública obligatoria, en España, pero también en los principales países de la UE, se encuentra devastada por programas de adoctrinamiento político minuciosamente diseñados desde las instituciones y entusiastamente puestos en práctica por ejércitos de docentes-activistas convencidos de que enseñar a los más pequeños consiste en transmitir a éstos todo tipo de proclamas “progresistas”, palabra contenedor que, en cualquier caso, siempre incluye un completo repertorio de los principales mandamientos del buen ciudadano socialdemócrata, comunista y de izquierdas. (Tengo un amigo que dice que la palabra “progresismo” es a “progreso” exactamente lo mismo que la palabra “carterista” es “cartera”).

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Si esto ocurre en los centros de enseñanza donde se educa a niños y adolescentes, no menos grave es lo que sucede en la gran mayoría de las instituciones universitarias occidentales, tanto públicas como privadas, donde ya no solamente se implantan a machamartillo los principios fundamentales dictados por el régimen políticamente correcto sino que, además, y como insistentemente viene denunciando este periódico, se censuran textos clásicos por “machistas”, se prohiben investigaciones experimentales que no sean lo suficiente “diversas”, se manipulan obras artísticas, se vetan exposiciones, se acalla a determinados profesores y se elimina de raíz, violentamente si es preciso, el derecho básico de los docentes “conflictivos” a participar en conferencias, congresos, encuentros profesionales o simposios internacionales. A lo largo de la historia, todos los proyectos totalitarios que en el mundo han sido, de Cuba a China, pasando por la antigua URSS o los infiernos islamistas de Irán o Arabia Sudí, se han caracterizado por coincidir en un objetivo fundamental: convertir sus guarderías, escuelas, colegios y universidades en cotos cerrados donde inculcar, modelar y hacer crecer los principios básicos del movimiento tiránico en cuestión.

Así que, sí, los suaves vientos totalitarios de hoy, arrastrados por un gigantesco movimiento ineptocrático e irracional que, en la mayor parte de los casos, ha colocado en los puestos de poder más relevantes de las naciones y de las instituciones occidentales a los hombres y mujeres más mediocres, incultos y fanatizados en el espíritu socialdemócrata y en las creencias neo-comunistas, solamente pueden alumbrar un cercano porvenir cargado de duras tormentas políticas, de fuertes tornados económicos y de dramáticas convulsiones culturales y espirituales. Un futuro de guerra por la libertad.

Director de La Tribuna del País Vasco

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