Historia

El soldado de Quinto y San Miguel (una memoria histórica de la Guerra)

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Por José Arasco Pérez.- La persona que protagoniza estas líneas nació un 16 de enero de 1916 en un pueblo muy pequeño de Zaragoza, en una familia muy normal, siendo el tercero de cinco hermanos.

En 1936 empieza la Guerra Civil y, poco después de su comienzo, decide irse de voluntario en el bando nacional, ya que no pudo soportar el ambiente enrarecido que en esas fechas se vivía en el pueblo. Fue destinado al frente del Ebro, más concretamente al municipio de Quinto. A los seis meses aproximadamente cayó prisionero, y fue enviado a lo que los rojos llamaban «campo de prisioneros», pero que cuando llegó pudo comprobar que era un auténtico campo de concentración, situado en San Miguel de los Reyes (Valencia).

No tardó mucho en ver que sus temores estaban fundados. La comida era repugnante: nadie esperaba el Hilton, pero sí al menos que fuese como la que comían los guardas del campo. A raíz de esto, muchos presos intentaban suplir la falta de alimentos comiendo pipas y naranjas de los campos en los que trabajaban, cosa que provocó muchísimos cólicos, que él también sufrió, y que a más de un preso le llegaron a causar la muerte.

Se dormía por agotamiento, y siempre con el temor de que esa noche le tocase a él, ya que todas las noches había paseos, que se convertían en el último. Según me contó fueron muchos los asesinados por la noche, que normalmente eran fusilados. También se hacían listas de presos que eran no deseados por su condición de católicos o por ser de una posición alta en sus municipios. Él estuvo en esas listas, pero Nuestro Señor quería que ese hombre que nunca hizo daño a nadie se salvase, pue coincidió que el carcelero, que leía los nombres de los futuros fusilados, era de un pueblo cercano y sabía que las denuncias eran falsas, borrándolo de la lista, a él y a otro vecino del pueblo, que estaba con él.

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En su memoria esto no lo pudo borrar, y siempre dijo que si se excavase en ese paraje aparecerían restos de una cantidad increíble de aquellos presos, sin los derechos que les concedía el Tratado de La Haya.
Fue liberado al final de la guerra después de diecinueve meses de horror.

Pasados los años, un 29 de octubre de 1946, una noche que volvía de Zaragoza en el autobús de línea, nada más entrar en casa, sin tiempo de cerrar la puerta, se presentaron allí los maquis, subieron a la casa y, registrándolo todo, se llevaron lo que había de valor, incluyendo los jamones para pasar el año.

Como la cosa no estaba a su gusto, se lo llevaron y pidieron 300.000 pesetas por su liberación. La familia recorrió el pueblo para pedir ayuda a los vecinos, y éstos se deshicieron de todo el dinero que tenían para salvarle, pues era muy querido, logrando reunir 180.000 pesetas, con lo que el maquis se conformó. No cabe duda de que, si la cantidad no les hubiera bastado, le habrían matado, porque para ellos la vida de los demás no valía nada.

Esta es la memoria histórica de muchos españoles, de los cuales, la mayoría callan por miedo al qué dirán, sin pensar que España volverá a necesitar valientes que se enfrenten a todas las mentiras que la izquierda va desarrollando con un simple fin, que es desestabilizar este gran país y llevarlo a su destrucción.

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