Cartas del Director

El pueblo de Venezuela también es culpable

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Es la hora de decirlo alto y claro. El régimen chavista de Nicolás Maduro no es el principal causante del desastre colectivo que vive Venezuela. Si un niño de cuatro años dispone de un revólver cargado e inconscientemente dispara contra alguien, la responsabilidad principal recaería en quien le facilitó el mortífero arma. Si a un pueblo inculto, perezoso y manipulable se le deja tomar decisiones, lo normal es que las consecuencias sean distintas a las que hubiese adoptado un pueblo culto, virtuoso y racialmente poderoso. Una auténtica democracia no es un traje a medida de cualquier país y sólo puede ser posible sobre la base de unas condiciones que no se dan en todas las sociedades. Venezuela, como la mayoría de los países centro y sudamericanos, no ha conocido otra forma de existencia que la destrucción acelerada de la dignidad humana, inmoralidad rampante, sincretismo racial, aniquilación de la convivencia, sublimación del plebeyismo, corrupción sin freno, violencia descarnada y deshumanización en suma.

No debemos ignorar que la tiranía chavista fue refrendada en las urnas, no una, sino varias veces, de forma abrumadoramente mayoritaria. Un orden económico, social, moral y político destinado a embrutecer a las masas ha dejado como resultado esto de lo que ahora muchos que nunca se imaginaron que se verían afectados ahora se lamentan, dejando la temible herencia de centenares de muertos, miles de encarcelados, millones de exiliados económicos, la pobreza avanzando en oleadas, una nación que ha perdido su soberanía y un futuro más bien negro.

Si la crisis económica es verdaderamente espantosa, el desplome moral no es menos alarmante. Quienes ahora apoyan entusiásticamente a Guaidó, son los mismos que apoyaron de la forma más fanatizada a los dirigentes chavistas; son los mismos que batían palmas cada vez que Hugo Chávez humillaba públicamente a un representante de la prensa, de la oposición, de la banca; son los mismos que cerraban los ojos cuando se comenzó a asesinar y encarcelar a los primeros líderes opositores; son los mismos que daban la espalda a los pocos venezolanos que hace casi veinte años tuvieron el coraje y la dignidad de jugárselo todo para evitar llegar a la situación a la que se ha llegado; son los mismos que se opusieron con saña a cualquier iniciativa que clamara contra contra la inmoralidad y defendiera la rectitud, el compromiso personal y la ética; son los mismos que en las instancias internacionales les hacía gracia el revólver humeante en las manos de un niño.

Los males de los pueblos no tienen solución mientras no desaparezca el nutriente de que brotan esos mismos males. Eso lo ha comprendido Trump y por eso se opone con firmeza a que su país acoja a millones de personas que han sido incapaces de sacar a flote a sus propias naciones, habiéndolas convertido en focos de injusticia, pobreza, criminalidad, corrupción, basura cultural y putrefacción moral. Sostener por todo ello que el responsable de la situación que vive Venezuela es solamente su presidente, supone sobre todo una afrenta a la historia y un insulto a la inteligencia.

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Si muchos venezolanos que hoy toman las calles contra Maduro en muchas partes del mundo, ejercieran la necesaria autocrítica, tendrían que avergonzarse por haber colaborado en algún momento con un régimen comunista que ha convertido en un erial una de las naciones más ricas del planeta, que transformó a la mayor parte de los venezolanos en un rebaño bien compacto conducido al precipicio a ritmo de reggaeton, como no podía ser de otra manera con asesores como los de Podemos, que establecieron las directrices a cambio de un inmenso botín.

Muchos venezolanos que hoy claman en favor de Guaidó son los mismos que ayer clamaban fanáticamente en favor de Chávez y de Maduro. Ellos también deberían pedir perdón porque son también responsables de tantas muertes, de tanta injusticia y de tanta hambre. Por cobardía y fanatismo plebeyo se prestaron a avalar esta farsa infame del comunismo bolivariano y esta traición soberana a los conquistadores españoles que entregaron sus preciosas vidas para legarles un país mucho mejor que el que hoy tienen.

Si Venezuela y muchos otros países del mundo quieren tener algún futuro, comiencen por quitarle al niño su pistola.

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