Toros

El portavoz de Vox en Fuengirola denuncia a una antitaurina por desear que los toreros queden tuertos

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Nuevo caso de odio antitaurino. El concejal de Vox en la localidad de Fuengirola (Málaga), Antonio Luna, ha presentado una denuncia en la Comisaría de Policía contra la usuaria de una página de noticias del municipio por un presunto delito de odio.

Coincidiendo con la celebración de una corrida de toros en Fuengirola, la citada usuaria escribió el siguiente comentario: “a ver si dejan tuerto a más de uno como a Padilla”. Se refería a la cogida sufrida por el diestro de Jerez en el coso taurimo de Zaragoza y a resultas del cual perdió un ojo.

El odio de los antitaurinos

No es la primera vez que los antitaurinos expresan su degradada condición. Hasta bien entrado el siglo XX, cuando las corridas eran aún el gran espectáculo nacional de masas, la polémica sobre la lidia formaba parte del eterno debate sobre el ser de España. De Larra, Unamuno o Benavente a Ferrater Mora o Pániker, los detractores de la fiesta, eran gente docta que discutía con otros intelectuales en pie de igualdad; ilustrados que denostaban la tauromaquia como símbolo de una mentalidad anclada en el pasado. Hasta el más inflamado de aquellos propagandistas, como el bizarro Eugenio Noel, sustentaba su diatriba en un fundamento ético. Más que la lidia impugnaban la esencia del casticismo, un código de valores que mantenía al país varado en un atraso histórico. Esa controversia estaba inscrita en un contexto de reflexión patriótica y formaba parte de la preclara tradición filosófica del regeneracionismo.

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El menos profundo de esos escritores o ensayistas se sonrojaría ante la majadera liviandad de los actuales antitaurinos, ese ejército de desaprensivos mequetrefes tuiteros, de payasos antisistema y de ecologistas talibanes cuya compasiva bondad animalista inhibe cualquier atisbo de empatía por la muerte de un ser humano. Un oponente del toreo con mediana lucidez encontraría en la tragedia de Juan José Padilla una elemental munición lógica contra la continuidad de la fiesta; lo que a ninguno se le ocurriría es celebrarla como un triunfo de la res, una especie de acto de justicia poética. Semejante simpleza es algo casi peor que una felonía moral; constituye una clamorosa demostración de estupidez, un monumento de estulticia rencorosa y banal que desarma al movimiento prohibicionista no ya de razón sino de respeto. Con el exhibicionismo de su desnudez mental estos zascandiles deshonran la seriedad de su propia causa; no existe la mínima posibilidad de mantener una discusión racional con seres impregnados de una frivolidad tan mentecata, con tan fundamentalistas botarates de pensamiento (?) enfermizo.

Existen muchos españoles a los que la fiesta de toros aburre tanto como un partido de béisbol o que contemplan las corridas como vestigios de arqueología antropológica, reliquias vivas del patrimonio cultural. Lo que estos contemporáneos indiferentes –y mucho menos aquellos honestos críticos novecentistas– no podían, o no podíamos, siquiera imaginar era que llegaría un momento en que la defensa de la tauromaquia se convirtiese en un ejercicio de oposición a la intolerancia, en un compromiso necesario con la libertad. Menos aún, que acabaría relacionada con la simple salvaguardia de la compasión, con la reclamación imprescindible de la primacía de la condición humana frente a la indigencia ética de una sociedad envilecida. Y lo que es más grave, una primordial reivindicación de la inteligencia frente al inquietante imperio de la memez».

He aquí que se nos presenta la ocasión de poner en entredicho a esta gente carcomida por el odio, de proclamar en voz alta su consumada arbitrariedad y naturaleza sectaria. Resulta muy sospechosa la estrecha conexión entre el movimiento antitaurino y algunas organizaciones de la izquierda radical que trabajan incansablemente para que la sociedad española sea un espacio cada día más irrespirable. La base de su fundamento es siempre el mismo: el rechazo a cualquier cosa que para nosotros tenga un valor emocional, que forme parte de la tradición o que durante años nos haya vertebrado como comunidad nacional.

 

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1 Comentario

  1. Indignado

    10/08/2019 at 18:12

    La visión que se da de los antitaurino no tiene nada que ver con la realidad, la mayoría de antitaurino no son de la izquierda radical, más bien somos a partidistas, es una pena que se gaste dinero público en mantener esta cruenta actividad, yo no quiero que ningún torero quede tuerto.

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