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Opinión

Del fango a la divulgación epistolar. Por Jesús Salamanca Alonso

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«Jamás la esposa de un presidente del Gobierno español pisoteó el fango hasta salpicar a los demás.»

Cada vez que escribe una carta el tal Pedro Sánchez –mentiroso y fraudulento donde los haya– demuestra que su azotea no funciona bien: desprecia a la ciudadanía y demuestra características de psicópata, en palabras de Rosa Díez y Díaz Ayuso.  Le salió bien la primera carta y cree que todas surtirán el mismo efecto: en Europa ya es el hazmerreír y está apartado de todos los círculos de poder y decisiones; ahí tienen el veto que le han puesto en la OTAN por actuar como Pancho Villa en el brutal reconocimiento al grupo terrorista y genocida de Hamás y a la atrabiliaria, desnortada y confusa Palestina. Algo pasa cuando la Justicia acorrala a un individuo, la ciudadanía lo desprecia, el entorno lo ningunea en chistes y otros países se mofan de su actitud verdulera, caudillista y mafiosa.

Lo más curioso del tema es que con sus cartas se cree San Pablo, famoso por sus cartas a los Corintios, Efesios, Tesalonicenses y otros. Ha debido de pensar que sus adláteres y seguidores son ignorantes –algo en lo que no creo, pero así parece vislumbrarse– y que no leen. Lo cierto es que la incultura del aborregamiento socialista y el fango que crea a diario Pedro Sánchez se soluciona leyendo y entendiendo. No digo que no se lea en el PSOE, pero no deben de entender lo que no conviene; ahí tienen los deslices diarios y las sandeces que predica Pilar Alegría, vocera cuaternaria y culebrilla de su amo. En fin, lo de Pedro está claro y es evidente: lo suyo es el fango, el bulo, el fraude, la falsificación y el plagio de tesis doctorales, además de un largo etcétera.

Hay que dejar constancia de que su ‘mandarina’ no le va a la zaga: exigió a la Complutense que en su currículum apareciera la titulación de licenciada, una titulación que no tiene, como no tiene la formación para dirigir la cátedra de la que es codirectora, que, dicho sea de paso, el curso próximo la propia Complutense ha decidido no poner en marcha. Begoña ha enfangado a la «Complu» en un innecesario lodazal. Una de las universidades más prestigiosas de España se ve puesta en duda  por la mala cabeza de una indocumentada, una «pisacharcos» con desmedida ambición y una estrategia mal calculada, que se ha quedado en estratagema. Mucho figurar, pero trabajar… ¡Joder, qué tropa!, que diría don Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones.

No se puede ir por la vida exigiendo financiación para su curso de la Universidad Complutense a cambio de firmar cartas a algunas empresas para recomendarlas y así obtener fondos europeos, que son de todos los ciudadanos de Europa, no del Gobierno y mucho menos de Pedro Sánchez. Ahora falta por saber hasta dónde está metida Indra; cuál fue el motivo de que Telefónica y otras empresas salieran corriendo; por qué facilitó el «software» a Begoña Gómez y ésta lo registró a su nombre, algo que le define como un personaje amoral, cegada en su propia trama, sin valores, sin ética y sin elegancia de actuación. Una chapucera en toda regla. La «vergonya» se ha apoderado de ella hasta extremos incalificables. Tal vez el juez diga que no hay delitos en sus numerosas fechorías, pero la ciudadanía ya ha dictado sentencia. Jamás la esposa de un presidente del Gobierno español pisoteó el fango hasta salpicar a los demás, a la vez que caía tan bajo Doy fe.

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El ‘software’ hecho para la Universidad Complutense y que ésta debía registrar como tenedora y titular, la susodicha y presunta corrupta lo puso a su nombre. ¿Se imaginan a un escritor poniendo a su nombre una obra de Pérez Reverte o de Pérez Galdós, por poner un ejemplo? Cualquier día Begoña Gómez registra a su nombre El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. A cualquier persona con un mínimo de dignidad se le caería la cara de vergüenza como se le caen las orejas a la burra. Jugamos todos o rompemos la baraja. ¡Cuánta indignidad y cuanto fango se ha extendido desde lo que ya se conoce como «Moncloaca»!

El origen del enfangamiento está en los años del Gobierno de Rodríguez Zapatero, alias ZParo, experto en jugar a la vez con dos barajas marcadas -mientras pactaba con Aznar también lo hacía con ETA– agriando la convivencia de los españoles y dividiendo al Estado en fichas y dados: jamás entenderé que la Universidad de León le haya nombrado «Doctor Honoris Causa». ¡Manda huevos!, que diría Federico Trillo. Eso sí, de todas las noticias que más daño han hecho al Estado, quienes más lo han difundido han sido la prensa vendida y desinformativa, las cadenas acaudilladas por Sánchez, los digitales culebrilla de Moncloa y hojas parroquiales varias, además de la Televisión Espantosa (antes TVE).

No duden que antes de la votación del próximo domingo habrá noticias de alcance. El Mossad espera al sábado para dar más información; Sánchez se ha metido en la boca del lobo por ignorante y presuntuoso. Israel está muy dolida por la vulgar actuación y bravuconada del plagiador. Joe Biden le ha vetado en la OTAN, los diarios americanos hablan de España como «la nueva Venezuela». Javier Milei ha pedido datos sobre la gravedad de lo que sucede en España, al igual que lo ha hecho Meloni. Y mientras, “Torrente” Puente cabreando a SOS Desaparecidos, a la ciudadanía argentina y a cuantos se ponen en su camino.

Por cierto, veremos por dónde sale Sánchez con las relaciones que hubo entre Puigdemont y Rusia, los servicios recibidos del comunismo y el presunto coste que Putin reclama a la Generalitat. Por cierto, ¿las pistolas robadas por ETA hace unos años en un polvorín de Francia eran las que tenían los CDR catalanes para su particular revolución? ¿Tendrá respuesta para esto último el juez García-Castellón al juzgar el terrorismo de los Comités de Defensa de la República catalana?

Los próximos días serán de traca. Al tiempo.

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Opinión

La ilusión diplomática

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Conflitti&Strategie

Demasiadas personas, incluso hoy, confían ciegamente en la diplomacia, como si el diálogo fuera suficiente para evitar los conflictos que hierven bajo la superficie de la historia. Sin embargo, la diplomacia, a pesar de su noble función, nunca ha resuelto ningún conflicto. Más bien, es como el búho de Minerva evocado por Hegel, que emprende el vuelo al anochecer, cuando los hechos ya están realizados. Sirve para fijar los detalles lo máximo posible. Cuando nadie está dispuesto a actuar, la diplomacia es útil, o mejor dicho, no es útil, porque de todos modos no se habría llegado a esta situación.

Además, no es éste el tiempo de Metternich, ni vemos figuras capaces de tejer nuevos equilibrios mundiales con palabras y visión, como solían hacerlo ciertas grandes y eruditas figuras del pasado. En cambio, estamos asistiendo a un deslizamiento inexorable hacia una temporada de conflictos, en la que las grandes potencias, en ascenso o en decadencia (razones suficientes para todos) se miden cada vez más abiertamente. Y en los pliegues de estas tensiones globales, de un equilibrio ahora perdido y de uno nuevo que avanza caóticamente, no hay mucho espacio para esperanzas ingenuas. Estamos apenas al comienzo de una fase que marcará el fin de décadas de paz en suelo europeo.

Una época que habríamos podido afrontar con mayor preparación si nuestras clases dirigentes hubieran demostrado estatura, visión de futuro y sentido de la Historia. Por un lado, vemos a los charlatanes de las “sanciones”, convencidos de que las amenazas o las armas subsidiarias son suficientes para hacer retroceder a las potencias decididas a avanzar. Por otro lado, los llamados pseudorrealistas, que confían demasiado en la diplomacia (o se sienten desanimados por la diplomacia traicionada) como panacea para un tiempo que no puede tenerla, olvidando el hecho de que, cuando el nivel de conflictos indirectos excede el umbral de control, la guerra real se vuelve inevitable. Un verdadero realista sabe que, haya diálogo o no, la guerra llegará porque la Historia, en su enésimo punto de inflexión, lo exige.

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Como siempre ha sido, en realidad. Porque, en su esencia trágica, esto es parte integral de la dinámica humana. No se trata de amarla u odiarla, sino de reconocer su presencia constante y su retorno inexorable, como advertía Gianfranco La Grassa en Un nuevo recorrido teórico: “La verdadera paz universal sólo existe con la muerte general de todo lo que existe”. Mientras haya vida, habrá conflicto, incluso en las realidades vivas más microscópicas.

Durante demasiado tiempo hemos disfrutado de una paz dentro de un estrecho perímetro, mientras en otros lugares se desataba el infierno, también y sobre todo gracias a nuestra cómoda paz. Hoy ese infierno se acerca, toca nuestras fronteras y ninguna diplomacia podrá mantenerlo fuera. Quizás podamos retrasar su llegada, pero no podemos evitarla. Europa, que un día fue protagonista, es hoy un teatro débil, donde se juega su derrumbe, sin dirección y sin destino. Ella pretende dictar los tiempos y las soluciones al mundo, cuando ya ni siquiera tiene un camino para sí misma. Mientras tanto, las nuevas potencias –Rusia hoy, China antes de que llegue mañana– se sentarán a la mesa del poder global en sus propios términos y para remodelarlo a su favor. Las provocaciones de aquellos dispuestos a ser tontos, si siguen siendo simples ejecutores del poder norteamericano en decadencia, serán ridiculizadas o ignoradas, y pronto incluso derrotadas. Es hora de entender que ya no podemos jugar con ilusiones. La historia llama y nosotros los europeos no abrimos porque no tenemos puertas que abrir.
Agradezco a Mario Schena por haber rescatado este pasaje de Un nuevo recorrido teórico (ed. Solfanelli, 2023) de Gianfranco La Grassa con mi presentación:
“Cuando la guerra decidió el nuevo orden mundial, simplemente definió la nueva jerarquía de poder entre los distintos países, una jerarquía que asegura un período de ‘paz’, que no es otra cosa que el desencadenamiento de conflictos menos agudos y no conducidos con medios de destrucción y matanza de muchos seres humanos. Pero incluso el conflicto llamado ‘guerra’ debe existir siempre mientras haya vida. La verdadera paz universal solo existe con la muerte general de todo lo que existe. No hay un solo organismo en el mundo, ni siquiera la pequeña molécula, en el que no haya conflicto mientras haya vida. ¿Queremos finalmente entender esto? Esto no significa amar la guerra, que sin duda conduce a dramas y dolores de inmensa magnitud. Solo significa reconocer y comprender que el drama y el dolor son una parte esencial de la vida en ‘este mundo’. Quien crea en el «otro», debe dirigir hacia él toda su esperanza de paz y amor; resignarse a lo que sucede en este mundo y participar en él.

http://www.conflittiestrategie.it/lillusione-diplomatica

Traducción : Carlos X. Blanco

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