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[sc name=”li1″ ]Hace unos días anoté en mi agenda mental que llegaba el 10 de febrero, aunque Juan lleve días recordándomelo con añoranza de distancia.
A la mayoría de mis lectores, probablemente, no les dirá nada la fecha, pero es una fecha trascendente en el calendario heroico de España, aunque ser héroe no esté de moda. Mis múltiples obligaciones habían dejado en el desván de la memoria los propósitos de sentarme ante el ordenador y escribir algo. Sin embargo, esta mañana, sobre las seis, me ha despertado, como si oyera cadenas y hierro en movimiento, el recuerdo de la fecha. En un par de horas me esperan mis alumnos, pero antes he querido dejar estas líneas en vez de las escasas frases de un comentario en la red a las que nos hemos acostumbrado en demasía.
Desde hace muchos años, el 10 de febrero está sombreado en mi calendario, es una cita inexcusable. Hoy también lo será. Casi nunca he faltado a la cita anual con quienes nos reunimos en Alicante para honrar la memoria de quienes dejaron su vida, hace 78 años, luchando en una helada y ondulada planicie ante la aldea de Krasny Bor. Terreno aún hoy cerrado, pendiente de limpiar de restos, donde aún aguardan los cadáveres de nuestros soldados caídos en primera línea.
También, desde hace unos años, nos reunimos para rezar por los muchos divisionarios o amigos que nos han dejado clareando nuestras filas en la tierra pero poblando las del cielo eterno. Ha sido nuestro último recuerdo y homenaje a una larga lista de guripas a los que Dios, por razón de edad, ha ido llamando a su presencia. Recuerdo aquellas jornadas donde había mesas llenas de divisionarios, muchos responsables de acciones heroicas, dicharacheros, contando decenas de anécdotas, dando escasa importancia a que la muerte les acompañara en Rusia, contentos por que la Historia aún no había borrado su rastro y porque tenían un relevo en la batalla en defensa del recuerdo y la verdad, por ello aún no son páginas muertas o papeles perdidos en un almacén de legajos.
Se que este año, solo a última hora, la pandemia nos ha hecho faltar a la cita común. Hoy, Carlos, Juan, Luis, Emilio, Jorge, Alfredo, José Manuel… se levantarán -a estas horas ya lo habrán hecho- con un peso en el alma, porque podemos desafiar el griterío de la “memoria histórica” -siempre bromeamos esperando que nos metan en la misma prisión que la vamos a liar-, pero solo los elementos son capaces de parar nuestras naves, aunque nos quede el recurso de subir a un falucho de estas líneas, rezar una oración o acudir a una Iglesia en solitario.
A estas horas, en que el deber me ha sentado ante el teclado, hace 78 años, pocos dormían aún en las líneas españolas establecidas entre el Ishora y la línea férrea que discurría al otro lado de Krasny Bor. Pocos ignoraban que iban a ser atacados dado el movimiento enemigo. Lo que sí desconocían es que estaban en el punto de ruptura de la Operación Iskra, diseñada por el mismísimo mariscal Gueorgui Zhukov, al que difícilmente se puede arrebatar el título de ser uno de los grandes generales de la II Guerra Mundial. Una acción de largo alcance, con una maniobra a realizar por los Frentes de Leningrado, Voljov y Noroeste, con el ambicioso objetivo de liberar Leningrado y Novgorod, empujando a las fuerzas alemanas hasta la frontera de Estonia y Letonia.
Se planificaba un durísimo combate en una zona muy amplia. En ella se libraría la que se iba a convertir en la última gran batalla, con protagonismo relevante, en la que han participado fuerzas del ejército español. Es así, porque, como no me canso de repetir, la División Española de Voluntarios fue constituida por el Estado Mayor hispano como una unidad del ejército español.
El movimiento general de los tres Frentes se iniciaría en Leningrado, con el ataque y ruptura de la línea alemana en Krasny Bor, para abrir de forma definitiva la carretera y la línea férrea que comunicaba Moscú y Leningrado, estableciendo un amplio pasillo, en un paisaje difícil, con masas boscosas, que permitiera el paso de blindados y grupos mecanizados hacia el sur para enlazar y permitir el segundo movimiento con el avance en el Voljov.
El general Esteban Infantes había trazado planes de defensa para corregir una línea que carecía de la necesaria profundidad, porque unos meses antes era punto de partida para el asalto a Leningrado. El 15 de enero el general Lindeman, falto de hombres, ordenó a la División Azul extenderse hasta sobrepasar las vías del ferrocarril, dejando a los españoles prácticamente sin reservas y con la necesidad de preparar el terreno para una batalla defensiva que les sorprendió sin poder culminar sus fortificaciones. Esteban Infantes estaba aplicando la doctrina táctica para grandes unidades que Franco había trazado en plena guerra y sobre la que volvería a teorizar.
La desproporción de fuerzas combatientes el 10 de febrero era abrumadora. Los españoles disponían en la zona de combate de entre 4.000 y 5.000 mil hombres, el resto de sus fuerzas estaban manteniendo la línea al otro lado del Ishora. Exprimiendo la División, recurriendo a pedir voluntarios entre los que ya estaban preparados para volver a España -entre ellos mi buen amigo José Antonio Ramos, que se dijo “yo voy” y con el calzado de regreso volvió a su unidad 4ª/263 a combatir en un terreno helado y caer prisionero el 11 de febrero-, pudo constituir una reserva de unas pocas compañías, casi un Batallón. 5 ó 6 Baterías de artillería hispanas y otras dos alemanas con pequeñas unidades Flak se desplegaban; más allá, el fuego de cobertura alemán y el español en la otra orilla del Ishora. Tampoco el mando alemán disponía de grandes reservas.
Los soviéticos, para la ruptura y progresión inicial, iban a lanzar cuanto habían acumulado: 3 Divisiones completas (63º, 43°, 72°), junto con unidades de la 45°, dos Brigadas de esquiadores y unos 80 carros de combate, más de 33.000 hombres. Fuerzas apoyadas por un centenar de aviones y unas mil bocas de fuego, que lanzarían 95.000 proyectiles de más de 75mm desatando un infierno sobre los españoles. La preparación artillera debería haber borrado a los divisionarios azules del mapa o al menos destruido su capacidad de resistencia. Pero…
A las seis y cuarto de la mañana, la hora a la que me ha despertado el deber para que me pusiera a escribir estas líneas, empezó la preparación artillera. Esta convirtió la zona en un mar de lodo e hizo subir la temperatura varios grados. A las 8 de la mañana la infantería soviética avanzó por el gran pasillo natural que llevaba hasta el ferrocarril. De la tierra salieron los españoles del 262°, del Batallón de Reserva 250, del Grupo de Exploración, zapadores y esquiadores junto con los artilleros de Santos Escarza (caído con su Plana Mayor al iniciarse el combate el mando lo asumió el Comandanre Reinlein).
El resto es conocido, la moral de combate de una fuerza voluntaria, las resistencias hasta la muerte, la ausencia de pérdida de voluntad de combatir por la brutalidad del ataque, la capacidad de reorganizar hombres en retirada, pequeños pelotones perdidos, y constituir puntos de resistencia hizo el resto, empantanando a los soviéticos en un enjambre de abejas.
Los soviéticos se encontraron con las ametralladoras y fusiliería de compañías de primera línea que no debían estar ahí. Pero estaban. Con oficiales y jefes impertérritos como: Palacios, Arampuro, Campos, Huidobro, Molero, Oroquieta, de la Iglesia, Castillo, Payeras, Rubio, Losada, Muñoz, Altura, Ulzurrún, Miranda, Díaz Cuñado, Auba, Arozarena… con los vitales sargentos personalizados en Salamanca y con una larga lista de soldados anónimos, con héroes como Ponte Anido. Hasta seis horas resistieron los soldados de la primera línea con pequeños contraataques desde atrás. 30° bajo cero.
La batalla defensiva que estaban riñendo los españoles estaba funcionando, aunque los alemanes estimaban que la ruptura progresaría y tendrían que intentar frenarla en otra línea. No fue así. El general Esteban Infantes, en una acción discutible, ordenó esa tarde a sus reservas avanzar para recuperar la vía de pentración que aún defendían fuerzas del 250. El resto de sus líneas también fueron atacadas para ser fijadas, aunque en el relato casi desaparezcan. El Comandante Blanco Linares defiende Podolovo y manda las reservas que van a entrar en combate, sus fuerzas deben asegurar la línea del Ishora. Se combate también en Staraia Mysa y en toda la zona de resistencia que llega hasta Krasny Bor. Es el espacio decisorio que Franco califica de vital zona de resistencia y centro de la batalla defensiva.
Los combates se prolongan de madrugada pero los rusos se han atascado, aún el día 11 continúan. Su mando que cuenta las bajas, algo más de un 30% de sus efectivos, toda una División, considera que ni el terreno ya les favorece, ni tienen más reservas. Solo han conseguido avanzar unos kilómetros. La ambiciosa operación debe detenerse. Los españoles impidieron al enemigo alcanzar sus objetivos. Los divisionarios eran incapaces de dejar sus puestos, perder su moral de combate o rendirse. Quizás habían fiado mucho en los informes que sobre ellos les llegaban y creían que aquella División renovada no combatiría igual que la de 1941.
Las bajas españolas podrían valorarse en un 45% de los efectivos empleados. Cerca de un millar de hombres dejaron la vida en Krasny Bor. El listado de desaparecidos fue amplio al igual que el de prisioneros, algunos morirían camino de las líneas rusas, asesinados, o perdidos en la soledad de un campo de prisioneros. Oficiales, sargentos y soldados que iban a seguir luchando contra el comunismo en los campos de prisioneros durante una década.
Desconozco, por no ser aficionado a ello, si alguna unidad hispana, en un solo día de combate, prolongado luego por algunos en el cautiverio, mereció tantas Medallas Militares Individuales y tantas les fueron concedidas; otra se quedaron en expediente porque no quedaban testigos para acreditar los hechos. Hoy, 10 de febrero, supongo que en ninguna unidad del ejército español, del mismo ejército al que pertenecían, recordará en sus efemérides del día lo sucedido. Da igual, porque aunque pase el tiempo y caiga el olvido seguirán siendo nuestros héroes.