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Yolanda Díaz se gana el desprecio del Gobierno. Por Jesús Salamanca Alonso

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Lo que ahora tenemos en España no es un Gobierno, es un atentado permanente con exceso de víctimas.

Hasta ahora la ‘Belén Esteban’ del gobierno se ha salido de las lindes en numerosas ocasiones y otros ministros le han tenido que llamar al orden. Nadie entiende eso de exigir a las grandes superficies la cesta «low cost» para la ciudadanía y, mientras, incitar a la población a que acuda a las tiendas de barrio. Estos comunistas de alcachofa y alpargata solo son especialistas en demagogia barata y en mentir de relleno. La Yoli no sabe qué hacer para llamar la atención, por eso dicen en Europa que el comunismo español no sabe si mata, hiere o espanta. Y lo que tiene que hacer, no lo hace.

En Venezuela llegaron a topar el precio de los alimentos. Lo hizo el «gorila rojo», Hugo Chávez, y lo volvió a hacer el inmaduro presidente, Nicolas. Este último llegó a subir el SMI casi un 1.800%. ¿Recuerdan el resultado? Tranquilos, yo se lo digo: hambre, desabastecimiento general, paro de muy larga duración, huida de empresas, enriquecimiento de los de arriba, enfrentamientos entre la población, asesinatos nocturnos, represión vicaria y miseria. Todo ello me recuerda mucho la senda de estupideces iniciada por la ministra de Trabajo, que no cumple con su cometido, e invade funciones ajenas. Sinceramente, es lo más inútil que he conocido en un Gobierno junto con las «averiadas» ministras de Podemos.

Qué afán tiene la Yoli con eso de topar. Se ha aprendido el vocablo y lo suelta para todo, venga o no a cuento. El objetivo final de la aventajada «Pasionaria» no es otro que intervenir sectores económicos a conveniencia. Al menos el ridículo se lo reparten entre el mentiroso Sánchez, el metepatas Garzón y la ministra «tucán». Veo detrás de esas medidas comunistas una lista negra de alimentos de desecho destinados a los más necesitados, pero verán cómo mantienen los buenos alimentos para los ricos. Son así de hipócritas y falsarios. El comunismo considera a los más necesitados como pollos a los que hay que alimentar, pero vale con cualquier cosa, son solo pollos.

Trabajar no trabajarán los comunistas, pero dañar a la población más necesitada lo hacen como algo habitual para ellos. Lo mismo les da castigar a los ciudadanos que a las empresas comercializadoras de los bienes con los que la población llena su cesta de la compra. El afán de acuerdo con las distribuidoras para poner tope a los precios de ciertos productos es el reflejo de una mentalidad muy sucia, alimentada con credos comunistas ruines. A Yoli le faltan varios hervores en asuntos económicos y ha llegado al mismo grado de tontería que Nadia Calviño.

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Dicen que Yoli no se ha parado a reflexionar sobre la estupidez que ha cometido con su reunión con el CEO de Carrefour. ¿Van a obligar a las grandes superficies a poner topes a productos? ¿Y si no hay acuerdo general? Antes de seguir con sus sandeces de marioneta de corral es mejor que analice lo que pretende desde el punto de vista económico y jurídico porque puede verse abofeteada desde diversa perspectiva. Es plenamente desacertado jugar con la ruina de las familias. Tan desacertado como intentar intervenir el mercado por la vía de la imposición.

En los países liberales los mercados acaban por equilibrarse solos, excepto cuando influyen puyas comunistas que conducen al desequilibrio completo de la situación económica, a eliminar puestos de trabajo, arruinar a las familias y condenar al paro indefinido a los trabajadores mayores de 50 años. Votar a comunistas o socialistas es como ver a una vaca que va al matadero aplaudiendo al carnicero. Lo peor de todo es que en este país no se aprende o se aprende tarde.

Ni siquiera a los socialistas del Ejecutivo les gustan los planes de Yolanda Díaz. Prueba de ello es cómo han salido contra ella la propia ministra de Defensa y el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación. Ambos ministros ven cartillas de racionamiento cercanas, doctrinas comunistas, dictadura contra las empresas e imposición de ideas anquilosadas que llevan a la ruina más desesperada. Han quitado a Yolanda Díaz todo tipo de autoridad por invadir cometidos que no son de ella, ni del Ministerio de Trabajo.

Entre las sandeces que pretende la ministra de Trabajo y la desesperación del presidente, por el rechazo y desprecio que genera entre la población, al Gobierno solo le queda un camino: elecciones generales cuanto antes. ¿Dónde está el problema? Pues está en que Sánchez no encuentra candidatos para alcaldías de grandes ciudades. El caso más cercano es el de Madrid. Por primera vez en el periodo democrático -y tras largos años de corrupción y latrocinio en la escuela socialista- el PSOE anda escaso de equipos; de ahí que no hayan faltado bufones parlamentarios; Lastra, María Jesús Montero, Ábalos, Simancas, Pilar Alegría, Isabel Rodríguez, Raquel Sánchez y una larga caterva de manchas negras o bultos insultadores.

Yolanda Díaz debería saber que antes de topar productos es más conveniente bajar o eliminar el IVA de todos los alimentos. En cinco países de la UE ya nos llevan la delantera. Se nota que desconoce las dos directivas europeas que impiden fijar precios a los productos alimentarios. La situación se le ha ido al presidente de las manos.

Las elecciones generales no pueden esperar más. Sánchez ya es cadáver político y detritus social. Se ha ganado el desprecio de la ciudadanía por su mala gestión, sus habituales mentiras, su traición, su falta de transparencia y su abanderada corrupción. La prueba es que Ferraz ha suspendido la campaña de abrirse a la calle. Con semejante fantasma, incumplidor y mentiroso no puede avanzar España. Lo dijo Zelenski y parece que se ha extendido como la pólvora.

Lo que ahora tenemos en España no es un Gobierno, es un atentado permanente con exceso de víctimas.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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