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Transportistas, ¡ni un paso atrás!: Todos contra el Gobierno de Pedro Sánchez, porque se RIE de vosotros

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La situación es inasumible para los sectores económicos que dependen de los carburantes para el desarrollo de su actividad, como es el transporte por carretera de viajeros y mercancías, así como el sector del taxi o, incluso, la agricultura.

Según los datos ofrecidos por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, el precio medio acumulado del litro de gasóleo A se situó ayer en 1,827 euros, lo que supone 62 céntimos más que en el mismo periodo del año pasado y hasta 70 céntimos más respecto al dato anotado en 2020. Por su parte, el coste medio del litro de la gasolina sin plomo 95 fue de 1,85 euros, 43 céntimos más que en 2021 y, al menos, 54 más que en 2020.

De este modo, el precio se ha incrementado entre un 40 y 50 por ciento, dependiendo de la tipología del combustible, respecto al 16 de marzo de 2021. Esto supone que llenar un depósito medio de 55 litros en las gasolineras españolas cueste ahora mismo más de cien euros -con una diferencia tan solo de dos euros entre el gasoil y la gasolina-, cuando hace un año esta misma acción se podía realizar por 28 y 35 euros menos, lo que ha pasado factura en las billeteras de los conductores.

Sin embargo, este coste se dilata aún más si, en vez de ser un coche, se trata de un camión o tractor, cuya capacidad de sus depósitos puede rondar los 900 y 300 litros, respectivamente. En este caso, la escalada de los precios de los carburantes se transforma en miles de euros. Una diferencia que las empresas de transporte deben sumar a sus gastos convencionales, lo que ha conllevado a que esta situación sea inasumible por muchos negocios del sector.

Ante esta situación, la Plataforma para la Defensa del Sector de Transporte de Mercancías por Carretera, que está formada por pequeños camioneros y autónomos. lleva a cabo un paro indefinido desde el pasado lunes. Están hartos y denuncian que viven una situación de precariedad. No solo el alza de precios de los carburantes los ha obligado a parar, también reclaman al Gobierno medidas concretas para mejorar la situación de su sector; entre ellas, la prohibición de contratar servicios de transporte por debajo de los costes de explotación, la prohibición definitiva de carga y descarga por parte de los conductores y la jubilación a los 60 años.

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Esta asociación, en su página web, asegura que este paro seguirá de manera indefinida. “Se está intentando criminalizar y colgar etiquetas ideológicas a un sector que solo busca poder vivir de su trabajo y que se siente marginado y despreciado por sus gobernantes”, sostienen, al tiempo que denuncian que su protesta “asusta, al parecer, a los poderes económicos”.

Sorprende que los sectores progresistas estén criminalizando ahora el derecho a la huelga y etiquetando de “ultraderechistas” a los huelguistas. Y es que, no nos engañemos, esta huelga puede ser el inicio del fin de la pesadilla sanchista para España. Sin pretenderlo, los transportistas pueden ser la punta de lanza de la salida de Sánchez de la Moncloa. Por eso es imperio que los consumidores no caigan en la trampa de poner al frente de sus prioridades que algunos productos básicos no llegan a los supermercados. Los transportistas en huelga representan hoy la esperanza para España y la dignidad de millones de españoles maltratados y humillados por este gobierno. Sobre millones de autónomos ha recaído el peso del sostenimiento de un sector público elefanciaco y de una casta política corrompida y económicamente insaciable.

Los políticos, los medios de comunicación y las instituciones mas destacadas han perdido la credibilidad y han dejado al ciudadano en el mayor desamparo, lo que invalida la democracia y deslegitima a los gobernantes.

El gran culpable del drama es el poder político, que ya no es creíble. Hace medio siglo, nadie dudaba de la versión oficial y lo que decían las autoridades “iba a misa”, pero hoy basta que lo digan los políticos para sospechar que se trata de algo falso.

Ese inmenso grado de desconfianza en los poderosos que dirigen el mundo y en los medios de comunicación está conmocionando las sociedades y cambiando el mundo, que busca desesperadamente encontrar nuevas fuentes de certeza y de información fiable.

La democracia es un sistema basado en la confianza de los administrados en sus administradores, pero esa confianza ha desaparecido y ha convertido a los gobiernos en ilegítimos, en peligrosos y en violadores de los derechos humanos, algunos tan importantes como el derecho de los ciudadanos a ser informados verazmente, situado en la alta escala de los derechos de obligado respeto.

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La desconfianza se extiendo por todo el mundo, pero es difícil superar el nivel alcanzado por la España que gobierna Pedro Sánchez, el más mentiroso y estafador de los dirigentes europeos y quizás también del planeta. Asomarse a la hemeroteca para analizar las promesas incumplidas, las contradicciones y las mentiras de Pedro Sánchez es aterrador, hasta el punto de que parece imposible que una persona de tanta escasa calidad humana haya podido llegar a gobernar una vieja nación europea como España.

No habríamos llegado a esta situación de caos con unos medios de información sin tanta vocación lacayuna. Los medios de comunicación son hoy un basurero donde proliferan las mentiras oficiales, las versiones interesadas, los bulos y los silencios cómplices. Muchos medios se han dejado comprar por los gobiernos, los partidos o por corporaciones empresariales y han dejado de ser fuentes de verdad para operar como agentes instigadores de la mentira, el engaño, la confusión y el desconcierto.

El “derecho a ser informados verazmente”, fundamental en las democracias, ha saltado por los aires en España y en otros países, generalmente mal gobernado por tiranos o por delincuentes camuflados de políticos. La consecuencia es que el pueblo se siente perdido y se torna mas esclavo y sumiso ante el Estado-delincuente que los engaña.

Son tantas las mentiras que nos invaden que el pueblo suele olvidarlas pronto e ignorar que está siendo maltratado y constantemente estafado por aquellos poderosos que tienen el deber de ser ejemplares, veraces y decentes. Es fácil comprobar que en los partidos políticos enseñan a sus cachorros a ser convincentes cuando hablan, pero no a que sean defensores de la verdad. “Lo importante es el partido”, dicen en las izquierdas, las derechas y en cualquier grupo que pugne por el poder, que ya no es un servicio al pueblo sino una apuesta organizada por repartirse los cargos, dineros y privilegios del Estado.

Pedro Sánchez ha contribuido de manera enorme a que el reino de los bulos y las mentiras se instale en la sociedad española, la mas confundida y engañada de Europa. Sus promesas electorales, entre ellas la de que no pactaría con los comunistas o con los nacionalistas antiespañoles, con los que ahora forma gobierno y funciona su mayoría parlamentaria, fueron una estafa, como muchas otras. De él se dice que “miente más que habla”, lo que constituye, en si mismo, una causa de deslegitimidad antidemocrática.

Los pueblos necesitan ya reencontrarse con las certezas y verdades más que con la misma prosperidad o la Justicia.

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Un pueblo desconcertado y confundido es lo más parecido a un rebaño torpe que no sabe a donde dirigir sus pasos y que termina en el precipicio.

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